(7 de abril de
2005)

El lado oscuro del Sol
ORFILIO PELÁEZ
Desde la antigüedad, el
Sol ejercició notable influencia en las culturas y prácticas
religiosas de numerosas civilizaciones asentadas en las más
diversas regiones geográficas del planeta.
Los investigadores Ramón E.
Rodríguez Taboada y Pablo Sierra.
Así, mientras los mayas
construyeron en Chichen Itza una pirámide basada en el movimiento
del Astro Rey, célebre por el espectáculo de sombras y luces que
crea durante los equinoccios de primavera y otoño, para los
egipcios Ra fue el Dios del Sol, el más adorado de todos y padre de
la creación.
Con una edad aproximada
de 4 500 millones de años, el Sol irradia a la Tierra una enorme
cantidad de energía sin la cual sería imposible la existencia de
la vida en el planeta.
Sin embargo, además de
aportarnos luz y calor, emite también, y siguiendo determinados
ciclos, un flujo de partículas cargadas de alta energía
(principalmente electrones y protones) denominado viento solar, que
se propagan a través del espacio sideral y pueden llegar a la
Tierra en un periodo de dos a tres días.
Tal fenómeno provoca
las llamadas tormentas geomagnéticas, las cuales, en dependencia de
su intensidad, pueden llegan a interrumpir las comunicaciones y el
fluído eléctrico, amén de producir el bello espectáculo de las
auroras boreales.
ALIANZA ENTRE
ASTRONOMÍA Y MEDICINA
Pero más allá de estos
nocivos efectos, los científicos han podido demostrar que la
actividad solar también influye en diferentes aspectos de la salud
humana.
En 1963 H. Friedman y
varios de sus colaboradores reportaron una elevada correlación
entre los días de tormentas geomagnéticas y el número de ingresos
por psiquiatría en siete hospitales de Nueva York, en tanto otros
investigadores hallaron similar comportamiento entre la ocurrencia
de tormentas geomagnéticas y el aumento en el número de suicidios.
Cuba tampoco permaneció
ajena a ese tipo de investigación y en la década del setenta del
pasado siglo XX se hicieron los primeros estudios dirigidos a
explorar los probables efectos de esos fenómenos naturales en el
desencadenamiento de infartos agudos del miocardio.
El ingeniero Pablo
Sierra Figueredo, especialista del Instituto de Geofísica y
Astronomía (IGA) del CITMA y uno de los pioneros en incursionar en
tan interesante temática, explicó a este diario que en estrecha
colaboración con el Ministerio de Salud Pública, entre 1992 y el
2000 se desarrolló un proyecto científico titulado Frecuencia de
Morbilidad por Infarto Agudo del Miocardio y su relación con las
tormentas solares y geomagnéticas.
Durante esos nueve
años, precisó, analizamos una muestra de 5 172 pacientes de ambos
sexos de todas las edades, con diagnóstico confirmado de infarto en
cinco grandes hospitales de la capital (Calixto García, Salvador
Allende, Enrique Cabrera, Joaquín Albarrán y el Clínico
Quirúrgico de 10 de Octubre).
Mediante un software se
compararon esos datos con los reportes sobre la serie de tormentas
geomagnéticas ocurridas en ese intervalo de tiempo, incluidos los
días pico, es decir, cuando se registraron las mayores
fluctuaciones del campo magnético, que tiene un valor permanente
para cada lugar del globo terráqueo.
Los resultados de la
singular investigación arrojaron que, de manera particular, la
morbilidad por Infarto Agudo del Miocardio (IAM) aumentó el día
después de producirse la perturbación geomagnética en el grupo de
personas con más de 64 años.
Según opinaron el
ingeniero Sierra y el doctor en Ciencias Ramón E. Rodríguez
Taboada, investigador del IGA y coautor del estudio, al parecer esta
suerte de estrés electromagnético influye en la bioquímica del
organismo humano relacionada con la probable ocurrencia del infarto
y ello favorece el ataque cardíaco en las personas propensas a
sufrirlo.
Ambos científicos
indicaron que una vez detectado ese brusco cambio en la
distribución temporal de los infartos, al cabo de los tres o cuatro
días la curva de morbilidad vuelve a estabilizarse. Una de las
revelaciones más interesantes de este trabajo expresa que para la
muestra analizada la frecuencia de IAM tiene un carácter
estacional, con un máximo en los meses de enero y febrero, y un
mínimo en agosto.
Los resultados de la
investigación se presentaron ayer en la I Convención Cubana de
Ciencias de la Tierra Geociencias 2005.
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