El Bloqueo en la Noticia

(2 de octubre de 2004)

El bloqueo, un recuento necesario

NIDIA DÍAZ

Diez administraciones han pasado por la Casa Blanca desde que en Cuba triunfara la Revolución y, sin excepción, todas y cada una han intentado destruirla para consumar añejos sueños de dominación y de conquista.

En ese empeño han echado mano a las más sórdidas campañas de descrédito, a los sabotajes, las agresiones militares, los planes de asesinato de sus principales dirigentes, la hostilidad en todas sus formas y, sobre todo, han articulado el más constante y abarcador de sus métodos: el bloqueo.

Cuando algunos creyeron que con la codificación en la Ley Helms-Burton de todas las reglamentaciones y proclamas ejecutivas se había llegado al clímax de la perfección en los macabros intentos de estrangularnos y rendirnos por hambre, el emperador George W. Bush los sorprendió el 6 de mayo último al aprobar en su totalidad el informe de la llamada Comisión de Ayuda a una Cuba Libre, en el cual y por intermedio de sus 450 recomendaciones y propuestas cerró las pocas fisuras que la referida legislación había dejado. Daba así una nueva vuelta de tuerca a lo que sintéticamente se conoce como bloqueo y que realmente es una guerra no declarada contra nuestro pueblo con el fin de dominarnos, poseernos y hacer realidad la aberrada aspiración de aquellos que una vez hace ya más de un siglo soñaron con la codiciada y siempre inalcanzable "fruta madura".

Este 30 de septiembre, como cada año desde 1992, el Gobierno cubano presentó al Secretario General de las Naciones Unidas el Informe sobre la Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos contra Cuba.

Ninguna ocasión más propicia para recordarle a estos nuevos césares que sus predecesores —desde Eisenhower y Kennedy, Lindon B. Johnson y Richard Nixon hasta William Clinton— al pretender desconocer la justeza de la causa que defendemos no hicieron más que empantanar un diferendo entre Cuba y Estados Unidos al clausurar, desde posiciones hegemónicas y de fuerza, las puertas del entendimiento sobre la base del respeto mutuo.

Este mercenario detenido en Playa Girón es la viva estampa de la derrota. Así, de derrota en derrota, de fracaso en fracaso han pasado diez administraciones yankis sin conseguir destruir a la Revolución.

Ninguno de ellos —ni mucho menos lo hará ahora Calígula W. Bush— comprendió que el cumplimiento del programa de justicia y equidad social puesto en marcha por el Gobierno Revolucionario desde los primeros días del triunfo de Enero de 1959 no constituyó un desafío al imperio, sino la lógica aplicación de las medidas con las que el pueblo cubano hizo realidad sus sueños de independencia y por las que luchó más de cien años.

Los yankis, como siempre lo habían hecho desde que abortaron la victoria mambisa, apostaron a que los líderes de esta nueva gesta emancipadora no podrían lidiar con una realidad que se expresaba en cifras y hechos: el 70% de las importaciones del país provenían del poderoso vecino del Norte y este compraba el 69% de nuestras exportaciones.

Estados Unidos, para rematar, era el principal inversionista en la Isla y nuestra cuota azucarera en el mercado norteamericano significaba el 33% del consumo de ese país, con partidas anuales de entre 3,5 y 4 millones de toneladas a precios preferenciales.

A esto habría que sumarle que el dictador derrocado, Fulgencio Batista, los represores que sustentaron el régimen y sus cómplices dejaron exhaustas las arcas del Estado, que solo contaba con una reserva bruta o en dólares inferior a 70 000 000 de pesos, cuando en 1955 esa cifra superaba los 509 000 000 de dólares.

La política, se ha dicho, es la expresión concentrada de la economía y Washington actuó en consecuencia.

Siempre han afirmado que la Casa Blanca y su inquilino de entonces, Dwight D. Eisenhower, actuaron contra la Revolución en represalia por las medidas sociales adoptadas y que asestaron un duro golpe a los intereses estadounidenses en la Isla. ¡Mentira!

Fidel comparece ante la televisión el 11 de junio de 1960, para denunciar que las compañías de petróleo en Cuba estaban boicoteando el suministro, la producción y la refinación de combustibles.

Aún antes del triunfo y cuando ya la caída de su "hombre fuerte" era inevitable, por intermedio de su procónsul en La Habana, Washington movió los hilos para escamotear la victoria rebelde y colocar en el Gobierno a una camarilla ligada al derrotado régimen, a la que sumaron representantes de las llamadas fuerzas vivas en un intento desesperado de evitar que Fidel asumiera el poder.

Cuando el 17 de mayo de 1959 se firma la primera Ley de Reforma Agraria ya la suerte de la Revolución y sus relaciones con el poderoso vecino estaba echada. Ellos con su prepotencia, soberbia y arrogancia la habían decidido.

En agosto de aquel año, como represalia a la rebaja de las tarifas eléctricas, la American Foreing Power, casa matriz de la mal llamada Compañía Cubana de Electricidad, canceló un financiamiento por 15 000 000 de dólares y se prohibió la entrada de frutas frescas cubanas a la Florida.

En junio de 1960 cortaron el suministro de petróleo y las refinerías yankis radicadas en la Isla se negaron a procesar el crudo procedente de la Unión Soviética; en septiembre se suspendieron todos los créditos que habían sido anteriormente otorgados a los bancos cubanos y se "sugiere" a los ciudadanos estadounidenses, no viajar a la Isla.

El 6 de julio, y en una escalada que ya no tendría límites ni fin, el presidente Eisenhower, recortó la cuota azucarera a 700 000 toneladas (que fue eliminada en diciembre del año siguiente por el recién electo presidente John Kennedy). Meses antes, en octubre de 1960, decretó el embargo comercial que prohibía las exportaciones a Cuba, con excepción de medicinas y alimentos y el 3 de enero de 1961, rompe relaciones diplomáticas con el país.

Paralelamente, se apostaba a la fuerza bruta y sigilosamente se preparó la Brigada 2506, avanzada de lo que se planificó fuera el desembarco del ejército norteamericano en tierra cubana.

Bastaron menos de 72 horas para que aquella derrota quedara huérfana y, de paso, quedó sentenciado a muerte el presidente Kennedy quien en un vano gesto para ganarse a la ultraderecha local y de compromiso con los mercenarios, firmó la Proclama 3447 que establecía el bloqueo total.

A partir de entonces a aquella Proclama se sumaron reglamentos, disposiciones, bandos al más puro estilo colonial hasta que en 1992 se aprueba la Ley Torricelli que combina por obra y gracia de su llamado Carril II, la guerra económica con su tradicional política de subversión ideológica.

Agazapado en el Senado, Jesse Helms, encarnando lo peor de la fauna ultraderechista local en comunión con la mafia cubano-americana, enquistada e inseparable del stablishment, pedía más y más hasta que cuatro años después logra (en 1996) la aprobación de la Ley Helms-Burton, que no solo tenía y tiene un carácter anticubano y anexionista, sino que es ilegalmente extraterritorial.

No podía ser de otra forma. A la altura de esos años, la Revolución cubana había demostrado al mundo que no solo no se cayó, sino que logró sobrevivir y continuar desarrollándose, a pesar de que sus aliados socialistas europeos habían claudicado frente a los espejitos y abalorios de los nuevos conquistadores.

A ese engendro, fruto de los delirios de los anexionistas de siempre, se le añade desde el 30 de junio último la entrada en vigor de las medidas anunciadas por el emperador W. Bush el 6 de mayo pasado, las cuales no solo constituyen una violación de la independencia y la soberanía cubanas, sino una escalada sin precedentes de la más masiva violación de los derechos humanos de nuestro pueblo.

Trece años lleva Cuba dando batalla en la Asamblea General de Naciones Unidas para que la verdad se abra paso y tanto es así que si en 1992, cuando nuestro país presenta por primera vez la resolución contra el bloqueo, votaron a favor nuestro 59 naciones, el año pasado fueron 179 las que la apoyaron.

No se trata de una simple cifra. El hecho de que en presencia de los representantes del Imperio una inmensa mayoría de países tengan la osadía de acompañar con su voto nominal la resolución, habla del rechazo casi unánime y universal contra esa guerra genocida, a la que no ha sido sometido ningún otro pueblo en la historia.

Los cubanos, tozudos cuando de defender principios se trata, no abandonaremos la lucha. Así lo demostramos en los campos de Baraguá, así lo reeditamos en las arenas de Girón y así ha sido y será siempre porque nuestra naturaleza de patriotas dignos hace que mientras más obstáculos encontremos en el camino, más nos empinemos a sortearlos y vencerlos.

La guerra económica, política e ideológica que el Gobierno de los Estados Unidos nos ha impuesto no ha hecho sino poner a prueba nuestra capacidad de resistencia y creación, virtudes que junto a la unidad y el liderazgo indiscutible y renovado de Fidel han fraguado los sólidos cimientos sobre los que se asienta esta sociedad nueva que hemos construido y que cada día se corrobora como una alternativa viable para los que apostamos por un mundo mejor.

 

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