LAS
TUNAS.— La madrugada no se presenta como de costumbre
para el capitán Francisco Pulido y los demás integrantes
de su unidad de artillería antiaérea autopropulsada. La
probable incursión del enemigo aéreo crea las bases de
un peligro real que no puede enlutar el sueño de miles
de familias ni la vitalidad de importantes objetivos
económicos y sociales asentados en el territorio.
La alarma de combate no se hace esperar.
Tampoco el planteamiento de las misiones, como preludio
de una marcha que por su alto grado de precisión deja
boquiabiertos a los relojes.
El sargento de tercera Fernando Martínez
(conductor mecánico) comprende mejor ahora el valor de
la preparación que sistemáticamente han recibido.
La voz de Adolfo Polanco, jefe de
instalación, retumba por encima de guásimas y palmeras:
¡Ocupen sus puestos de combate!
—¡Contra avión, sobre uno, velocidad
180, 20, ráfagas cortas...!
—¡Fuegooooo!
La verdadera lección —de aprendizaje— no
va en esos proyectiles que se elevan buscando al
agresor. Está en la certeza de que ese enemigo aéreo
(imaginario ahora) puede "ser bajado" por proyectiles
iguales el día que irrespete la soberanía.