Curiosamente por estos días, más que repasar sus
pinturas y dibujos, volví a los versos de este hombre, poeta
también de la palabra y encontré en ellos una frase que lo define:
"Pintar no es una satisfacción / no es el gusto de hacer / es
/a diferencia del amor / la forma imaginaria de la pasión".
Esta es una de las claves del ejercicio plástico de
Adigio Benítez. Su entrega por largos años al dominio de un oficio
asumido a conciencia no lo ha hecho estacionarse en la
contemplación. Cada una de sus figuraciones se halla grávida de
propuestas marcadas por vivencias y convicciones. El artista siempre
nos ha invitado a compartir sus verdades sobre la base de una
límpida eticidad y de una sinceridad fuera de toda duda.
Uno de sus alumnos, avezado pintor y a la vez
crítico de arte, Manuel López Oliva, resumía en los 80 la obra de
Adigio como la que "sintetiza los logros expresivos de la
profesión, las metáforas plásticas que encarnan sus convicciones
y sentimientos revolucionarios; y las representaciones apropiadas
para exteriorizar la realidad conocida por conducto del lenguaje
lírico de la fantasía".
La vigencia de tales afirmaciones transita por el
conocimiento de una obra que se nos ha mostrado coherente en sus
pasiones y derroteros, desde que en el artista nació la vocación
por crear imágenes.
Ello sucedió desde su niñez en Santiago de Cuba,
ciudad en la que nació en 1924, pero tomó vuelo cuando en plena
pubertad se trasladó con su familia a la capital. Tocó a las
puertas de la Academia de San Alejandro dos veces —tuvo en un
momento que interrumpir sus estudios debido a precariedades
económicas—, donde obtuvo el título en 1949.
Ya por entonces había abrazado las ideas marxistas
y con responsabilidad militante había hecho sus primeras armas en
gráfica política en el magazine Mella y en La voz del
pueblo. Pero su gran oficio como dibujante —que alimentaría
más adelante su proyección pictórica— vendría a partir del
mismo 1949 en las páginas del diario Noticias de Hoy,
órgano del Partido Socialista Popular.
Fluidos vasos comunicantes enlazan dos obras suyas
emblemáticas de los 50. A los pocos días del golpe del 10 de marzo
de 1952 apareció en Hoy uno de los mejores dibujos
políticos de la época: dos botas, una militar, otra camuflada en
los pantalones de rayas que caracterizan al Tío Sam, pisotean la
Constitución del 40. La imagen es un alarde de economía de medios
en función de la denuncia política directa. En medio de la
dictadura pinta uno a Jesús Menéndez en diálogo con campesinos y
obreros agrícolas: el líder azucarero aparece en el centro con su
rostro firme y sereno y su gesto popular, en trazos de fineza
ejemplar.
El paso de los años duros de la tiranía a los
luminosos del alba revolucionaria estimuló su faena creadora. El
deber social afloró no sólo en campesinos, obreros y columnas
rebeldes, en una pintura que fue cobrando legítimos ribetes
épicos. El caricaturista político —lo siguió siendo varios
años en Hoy y luego en Granma, del cual fue fundador—
cedió espacio al pintor de honduras proféticas, el que Fayad
Jamís llamó alguna vez "de buena raza".
Alguien, sin embargo, pudiera pensar, en un pintor
de voz única en aquella etapa y no es así. En fecha tan temprana
como 1964, en una de sus primeras exposiciones personales, Obreros,
máscaras y paisajes (Galería Habana), el artistas articulaba
diversos niveles temáticos y referenciales en su pintura, los
cuales prefiguraban la renovación que se hizo evidente a partir de
los 80 y que cuajó en la última década.
La recreación de motivos históricos, la
apropiación de elementos morfológicos de las diversas edades de la
evolución del arte, el replanteo de la percepción de la naturaleza
y el rejuego formal entre figuración y representación
lúdico-simbólica que a muchos ha ido asombrando en las muestras
que se sucedieron luego de Plegables simulados (Galería
Habana, 1989) vienen a ser resultantes de una misma pasión que se
fue incubando a través de su contumaz confrontación de años con
la imaginación, la tela y la cartulina.
Hace cuarenta años, su amigo, el notable poeta y
ensayista Ángel Augier, dijo del dibujo de Adigio: "es la
forma que no se improvisa, sino que viene de lo profundo y se
resuelve en una línea de contorno suave, pero firme y honda".
Esa condición esencial guarda vigencia y ha calado
su pintura en una obra que debemos celebrar más allá de un día,
como el de hoy, en que muy merecidamente recibió el Premio Nacional
de Artes Plásticas 2002