(26 de noviembre de
2002)
La incorregible
renovación de Adigio Benítez
ANDRÉS D. ABREU
"Yo sigo
inconforme, si así no fuese estaría repitiéndome". Esta
insatisfacción manifiesta con su propia obra y la vocación sincera
de responder comprometidamente a cada tiempo hacen que el artista
Adigio Benítez, quien hoy recibirá el Premio Nacional de las Artes
Plásticas en el Museo Nacional de Bellas Artes, pueda exhibir como
un estilo propio la renovación constante de su obra.
Adigio
visto por su propio arte.
El dibujo político como
etapa naciente de su desarrollo creativo le permitió al joven
egresado de San Alejandro y miembro del Partido Socialista Popular
expresar sus naturales necesidades ideoestéticas y encontrar en el
diarismo un ejercicio, que aunque imperfecto en su dinámica, fue lo
suficientemente riguroso para consolidar su línea en función de la
reflexión social.
Consciente de las
diferencias entre el dibujo y la pintura, Adigio buscó también en
sus primeros óleos un acercamiento pictórico a la Cuba humilde.
Como un homenaje a los desposeídos surgieron sus primeras figuras
sobre el lienzo dando continuidad al aporte de la primera vanguardia
cubana y artistas como Pogolotti, Víctor Manuel, Carlos Enríquez y
Abella.
"La Revolución,
aunque naciente y amenazada, me permitió alcanzar otro nivel de
pensamiento artístico. Junto a imágenes de milicianos, obreros y
la nueva mujer cubana surgieron los Soldadores, una serie que
en su solución plástica de composición, espacio y color expresa
un aprovechamiento de las posibilidades de la abstracción."
Así valora el artista otra de sus etapas donde alcanza la madurez
creativa y comienza su entrega magisterial, primero en la Escuela
Nacional de Arte y luego en el Instituto Superior de Arte.
"No hay duda de que
mi naturaleza de superación se estimulaba en el contacto con los
jóvenes. La renovación e investigación que les proponía a esa
nueva generación me la imponía a mí mismo. Me sentía como el
hermano mayor de mis alumnos."
Para Adigio, los
ejemplos de Piccaso y Dalí, como constantes y crecientes mutaciones
en la pintura, son preferidos a esos otros artistas que al lograr
una obra triunfante languidecen sobre sus mejores patrones.
Convivir con la
postmodernidad en la que prosigue trabajando este septuagenario
pintor, no implica lo abrupto para un hombre que ha sabido asimilar,
en su experimentación con líneas y formas, influencias del
cubismo, el surrealismo, el Pop y el Op Art. Sus Papiros en La
Habana suman el absurdo a su poética, y a finales de los años
ochenta y durante los noventa nutre de apropiaciones su universo
plástico en evidente concordancia con la contemporaneidad.
Sobre el caballete de su
estudio hoy puede verse, en acrílico sobre lienzo, un guajiro y una
guajira enamorados sobre un caballo tal vez hecho de papel. En ella
se nos devuelve la Gitana tropical de Víctor Manuel. Líneas más
implícitas, más color y un pincel cada día más pictórico hacen
que Adigio Benítez, horas antes de recibir el Premio Nacional de
las Artes Plásticas, siga sintiendo la insatisfacción como una
necesidad incorregible.
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