Compatriotas:
Yo soy Nemesia, la de los Zapaticos Blancos.
50 años después aún recuerdo los días tristes de
abril de 1961.
Ya nuestro querido Fidel había estado con los
carboneros en la Nochebuena de 1959 y la vida había empezado a
mejorar en la Ciénaga.
A mi mente vienen nombres muy queridos como el de
Celia mi madrina inolvidable y del Indio Naborí siempre tan
cariñoso.
Un día todo cambió por el ataque de los yanquis.
Recuerdo donde me encontraba exactamente. Iba por la carretera hacia
Jagüey Grande. Viajaba en la parte trasera de un camión con mi mamá,
mis dos abuelas, mi papá, mi hermano Cruz el más chiquito y también,
el mayor. Venían mi cuñada, los dos niños de ellos y una primita...
Todos los días de mi vida, en estos 50 años, he
visto ante mis ojos la misma escena, como una película que se repite
y se repite en mi cabeza. Veo el avión que se acerca a nosotros y mi
mamá hizo un gesto como para protegernos y después cayó acribillada
por la ametralladora del avión de los invasores.
Mi abuela y mis hermanos también fueron heridos.
Yo no podré nunca perdonar lo que le hicieron a mi
mamá, a mi abuelita y a mis hermanos. No tengo deseos de venganza,
pero tampoco puedo olvidar que con sólo 13 años me mataron la
felicidad. Mi familia pudo seguir adelante gracias a la Revolución.
Mis seis hermanos y yo seguimos viviendo en la
Ciénaga de Zapata, donde nacieron mis dos hijos Nery y Felipe. Soy
abuela de tres nietos, para mí preciosos.
Trato de participar en lo que puedo y sobre todo en
explicar a cuanta persona lo solicite, qué era y qué es la Ciénaga
de Zapata para que entiendan bien lo que dice una valla a la entrada
de mi municipio: TODO LO QUE USTED VEA ES OBRA DE LA
REVOLUCIÓN.
Fue con ella que pude tener mis zapaticos blancos,
ir a la escuela y aprender a leer y escribir, como muchas niñas
pobres en la Cuba de esos tiempos.
Por eso yo no puedo dejar de querer y agradecer a la
Revolución, a Fidel, a Raúl y al pueblo miliciano que me defendió de
los mercenarios mandados por los yanquis.
Hoy que vivo feliz con mi familia y ya con 63 años,
mi mayor placer es volver al monte a soñar y recordar mis raíces.
Ha sido un regalo inesperado que me invitaran a este
histórico Congreso y poder compartir con ustedes mis sentimientos.
Aquí estaré siempre, lista para seguir defendiendo
la libertad y la justicia en nuestra tierra.
Muchas gracias.