General de Brigada (r) Fernando Vecino Alegret Gente de convicciones
Fernando Vecino Alegret es de los doce primeros altos oficiales de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias ascendidos al grado de Comandante de
Brigada. Eso constituye uno de sus grandes orgullos. Hombre
extraordinariamente locuaz, inquieto, la conversación solo se detuvo cuando
fue necesario cambiar el cassette de la grabadora. Resultó un diálogo ameno,
agradable y sumamente interesante. Amante de la historia, ha escrito:
Rebelde: Testimonio de un combatiente, libro en el que se recogen pormenores
de acontecimientos en que se vio envuelto durante la lucha en la Sierra
Maestra, y tiene en preparación otro libro sobre la guerra de Angola. Este
General de Brigada (r), que en ningún momento ha dejado de superarse, es
graduado de doctor en Ciencias Pedagógicas en la Universidad Lomonosov, en
la antigua Unión Soviética. Uno de sus principios en la vida ha sido y es
predicar con el ejemplo, lo cual es fuente de motivación en su actual tarea
en la Oficina del Programa Martiano LUIS BÁEZ (Tomado del libro Secretos de Generales) ¿Qué me puede contar de su juventud? Nací el 24 de junio de 1938, en Banes, Holguín; soy el
primero de cuatro hermanos. Mi padre, Fernando Vecino Pérez, trabajaba en
una oficina del Banco de Canadá. Mi madre, Isabel Alegret Ramírez, fue
maestra de música. ¿Dónde se crió? En Banes, hasta los catorce años de edad, en que fui a
estudiar el segundo año de Bachillerato a los Maristas, de Camagüey, donde
vivían mis abuelos.
Al comenzar el tercer año, los viejos me quisieron mandar a
una disciplina más fuerte y me enviaron como interno al colegio Dolores, de
los Jesuitas, en Santiago de Cuba. Guardo un buen recuerdo de esa escuela.
En ese ínterin a papá lo trasladaron para Holguín como
Administrador de la sucursal del Banco Continental Cubano y regresé a esa
ciudad, donde cursé el cuarto año en el colegio "Los Amigos" y empecé el
quinto en el Instituto. ¿A quién pertenecían "Los Amigos"? A la religión de los cuáqueros norteamericanos. ¿Qué pensaba estudiar? Mi sueño era ser médico. Desde niño tenía esa ilusión que me
duró hasta que estuve en el último año de Bachillerato. ¿En qué momento comenzaron sus inquietudes revolucionarias? Cuando se produjo el ataque al Moncada y conocí que Fidel
era el jefe de la acción. ¿Ya sabía de la existencia de Fidel? El problema es que había conocido a Fidel cuando tenía unos
nueve años. Recuerdo que viajaba en el tren, desde Camagüey hasta Alto Cedro
con mi abuela. En medio del vagón había tres jóvenes. Él iba de pie, no se
sentó en ningún momento del trayecto; hablaba, gesticulaba. Me llamó tanto la atención aquella persona, que su imagen se
me quedó grabada. Mi abuela fue quien me lo señaló y dijo: sí, ese es Fidel
Castro. ¿De dónde lo conocía? Fidel visitaba en Banes a una familia que era muy amiga de
mi abuela. Ella lo había visto en la casa de esas amistades. ¿Dónde estaba cuando el ataque al Moncada? Con mi familia, de vacaciones en la playa de Guardalavaca.
Ahí llegó la noticia de que los soldados se estaban fajando entre sí en
Santiago y Bayamo. Al transcurrir los días se supo con claridad qué había
pasado y que Fidel era el líder de la acción. Aquello me alegró, pues era la persona que había visto en el
tren y empecé a sentir admiración por él. En septiembre de 1953 comencé a estudiar en Santiago de Cuba
y por las tardes, cuando iba a practicar deportes en un campo que había en
Vista Alegre, tenía que pasar por lugares donde aún se podían ver las
huellas de las acciones ocurridas el 26 de julio. También un amigo me narró
cómo cayó combatiendo Renato Guitart. Igualmente logramos obtener algunas noticias del desarrollo
del juicio de los moncadistas. El conocimiento de esas situaciones produjo en mí el primer
chispazo revolucionario. Ahí empiezo a rebelarme contra la tiranía. ¿De qué manera? En 1954, en Holguín, participé en la primera manifestación
pública en contra del proyecto de construcción del Canal Vía Cuba. Eso me trajo problemas en mi casa, porque a pesar de haber
sido mi padre un hombre de ideas de izquierda, le entró el temor lógico de
que me pudiera ocurrir algo. ¿En qué consistía ese proyecto? En dividir la Isla. Construir en la zona de Matanzas un
canal como el que existe en Panamá. Fue tan grande el movimiento de repudio
que se produjo en el país, que no lo pudieron realizar. Los estudiantes nos lanzamos a la calle a protestar. Ahí
empecé una vida muy activa como dirigente estudiantil. Fui preso en varias
ocasiones. Aprovechábamos todas las fechas patrias para convocar
manifestaciones de protestas contra la tiranía. Nunca me golpearon en la
cabeza, pero sí en el lomo. También le di buenos puñetazos a más de un policía. Tiramos
cócteles molotov, alcayatas... Aún no había ingresado en el 26 de Julio,
pero ya estaba fichado por la policía. En el libro Salida 19, de William Gálvez, se
publica una relación de personas que el Coronel Fermín Cowley tenía
planificado asesinar. Mi nombre estaba en ese listado. Debido a esa situación, mi familia tenía pánico de que me
fueran a matar y me plantearon que siguiera los estudios en Estados Unidos.
Antes de marcharme, ingresé en el Movimiento. ¿Cómo se produjo? En julio de 1956; estando de vacaciones en Guardalavaca, se
aparecieron Lester Rodríguez y Pepito Tey a pasarse unos días con unos
amigos. Mediante un conocido los contacté. Les expliqué mis
sentimientos y las actividades que había realizado y me comunicaron que
estaban de acuerdo con que ingresara al Movimiento. Les informé que mis
padres me iban a enviar a los Estados Unidos. Me dijeron que fuera y se comprometieron a que, de
producirse algún tipo de alzamiento, me mandarían a buscar. Me fui tranquilo
por el apoyo moral que me ofrecieron. Años después, conversando con Lester, me dijo que no me
mandaron a buscar para las acciones del 30 de noviembre, porque en ese
momento hacían falta más armas que hombres. El día del viaje se produjo un hecho en el aeropuerto que me
emocionó. ¿Qué fue? Conocí a José Antonio Echeverría y a otros dirigentes
estudiantiles que salían de viaje a un Congreso que se celebraría en Ceilán. Desde muchacho tenía la ilusión de estudiar en la
Universidad de La Habana. En una ocasión que mi papá me trajo a la capital,
me llevó a pasear y al pasar frente a la Universidad me quedé muy
impresionado. Desde ese instante tuve la aspiración de que algún día
subiría esa escalinata como estudiante. Siempre sentí una tremenda admiración por José Antonio, por
tanto me llevé una sorpresa al verlo en la terminal aérea. Dio la casualidad
que también se encontraba el holguinero Miguel Ángel Domínguez, amigo mío,
quien me lo presentó. La televisión estaba filmando escenas de la delegación
estudiantil y en una de ellas aparecí yo. Mamá se sorprendió cuando me vio.
Ese mismo día partí para New Orleáns. ¿Qué lo impactó al pisar tierra norteamericana? Al llegar me encaminé a la estación de ómnibus de la
Greyhound para ir hasta Hammond, Louissiana, mi lugar de destino. Me dieron
deseos de ir al baño. Cuando entro, todo el mundo se quedó mirándome así como si
fuera un bicho raro y enseguida veo que todos son negros. Por mi físico parecía un joven norteamericano. Al salir me
percato que me seguían mirando. Hasta que vi un letrero que decía: "for
white only". Es decir, para orinar había que ir de acuerdo con el color de
la piel. En los bebederos existía un cartel similar. La
discriminación racial era brutal. Esa fue mi primera impresión de Estados
Unidos. Después llegué a Hammond, pequeña ciudad en el Estado de
Louissiana. Ahí pasé mes y medio con una familia cubano-canadiense, hasta
que en el mes de septiembre matriculé en Ingeniería Química en la
Universidad de Alabama. En dicha Universidad había otros cubanos estudiando, pero la
mayoría pensaba diferente a mí, aunque mantenía con ellos buenas relaciones.
Como el dinero que mandaba mi padre no me alcanzaba, comencé
a trabajar en una cafetería. Combinaba el estudio, el trabajo y la práctica del fútbol
americano. En medio de esa situación se produjo el desembarco de Fidel. ¿Qué se publicó en la prensa norteamericana? La primera noticia que se publicó en Estados Unidos era que
habían matado a Fidel. En mi interior, algo me decía que eso no era cierto. Esa
convicción se la trasladé a todo aquel con quien hablaba. Cuando en febrero de 1957 el New York Times publicó la
entrevista de Herbert Matthews a Fidel, todos mis amigos vinieron a
felicitarme, pues mis presentimientos se habían confirmado: Fidel estaba
vivo. Por distintas vías me llegaron comentarios de que Pedrito
Miret se encontraba en México preparando una nueva expedición. En unión de dos amigos partí para ese país en un carrito muy
malo que nos facilitó otro cubano. Fuimos manejando desde Baton Rouge, Louissiana, hasta San
Luis Potosí. El viaje lo hicimos en varios días. Llevábamos una carta de presentación para un matrimonio, que
eran pastores protestantes y que vivían en Potosí. Ahí dejamos el carro y
seguimos en ómnibus para Ciudad México. La única dirección que poseíamos era la de un venezolano,
cuyos hermanos estudiaban con nosotros. Se llamaba Carlos Moratinos, médico,
perteneciente al Partido Acción Democrática. Era una persona de ideas
progresistas. Por él, conocí al escritor Rómulo Gallegos, quien me regaló
una de sus novelas autografiadas, que trata acerca de la lucha estudiantil
cubana contra el machadato. Aun la conservo. ¿Qué tiempo permanecieron? Unas cuatro semanas, pero no pudimos encontrar a Miret. El
dinero se nos acabó. Regresamos a Estados Unidos y me presenté nuevamente en
la Universidad. ¿Lo readmitieron? Sí. ¿Cómo lo logró? Había un Decano en la Universidad que era el que atendía a
los estudiantes hombres. Le conté mi historia y me respondió: bueno, una persona que
piense como usted, lejos de afectarlo, hay que aceptarlo, apoyarlo; no
comparto sus ideas, pero las comprendo y las respeto. Lo voy a recibir
nuevamente. Me dejó empezar las clases después de haber faltado casi un
mes. Me comprometí a sacar buenas notas y a terminar el curso. Así lo hice.
¿Qué hizo al terminar el curso? Viajé a Miami. Había hecho contacto con un amigo. Me
presentó a Jacinto Vázquez, uno de los dirigentes del 26 de Julio en la
ciudad. Empecé a actuar públicamente. No oculté mi militancia. En
una ocasión salí retratado en los periódicos hablando en un acto. El FBI empezó a seguirme los pasos. Me cogieron haciendo
prácticas de tiro en los Everglades. Tenía una pistola que llevaba la
siguiente inscripción: "United States Goverment Property". Estuve varios
días preso. En otra ocasión me volvieron a detener acusado de una
golpiza que le propinaron a un esbirro. No tuve nada que ver con ese hecho.
Fueron otros compañeros los que realizaron la acción. Me empecé a sentir
hostigado. Ahí es cuando decido volver a México para tratar de
localizar a Miret e incorporarme a una expedición que me dijeron estaba
organizando. ¿Lo encontró? Esta vez sí. Me habían dado su dirección. Le planteé mi
situación. Habló con la gente de Miami. Le explicaron quién era yo. Me metió tremenda descarga al presentarme por la libre. Me
dijo que eso no se hacía, que había que tener disciplina..., pero finalmente
me aceptó. ¿Cómo era la vida? Fui enviado al campamento de Llano de en Medio, en el Estado
de Veracruz. Divididos en grupos, realizábamos extensas caminatas por lomas
y montañas de la Sierra Madre Oriental. Hacíamos prácticas de tiro con Garand, Springfield, Carabina
M-1, Thompson. Teníamos una preparación muy fuerte. El lugar era muy
difícil: una selva muy profunda, lejos de la civilización. Había muchas
serpientes venenosas. Tuvimos la suerte de que a ninguno nos picara.
Teníamos una rígida disciplina militar. La mayoría de los que estaban dentro de esa selva eran
personas fuera de la ley. Los blancos que se veían eran porque habían matado
a alguien. También se escondían mexicanos desertores del ejército
norteamericano. El campamento fue descubierto por las autoridades mexicanas
y tuvimos que trasladarnos a ciudad México. Continuamos con nuestros
ejercicios diarios en el Bosque de Chapultepec. Vivíamos en el mismo
apartamento con Alberto Fernández Montes de Oca, "Pachungo", Jesús Suárez
Gayol, Tony Briones y otros compañeros. Todos de una extraordinaria calidad. En la vivienda, situada en la calle Guttemberg y Ave.
Ejército Nacional, en la Colonia Nueva Anzures, hacíamos círculos de
estudio. Ahí vi los primeros libros sobre marxismo. Solo podíamos salir al mediodía si no teníamos guardia.
Nuestras novias eran las criaditas del barrio. Hicimos una cooperativa para
el uso de la ropa. Íbamos a pie hasta el centro de la ciudad. Muy pocos
recibíamos estipendio. Cuando nos llegaba algún dinerito, se lo entregábamos
a Miret. Nuestra vida era muy modesta. Durante un tiempo estuvimos esperando la llegada de un barco
llamado "Blue Chip", que vendría a recogernos. Finalmente no arribó, pues se
hundió en las costas de Honduras. Mientras tanto, seguíamos entrenándonos
con gran abnegación. En medio de esa situación, Miret tuvo que viajar a Costa
Rica y de ahí volar a la Sierra Maestra en un avión cargado de armas
entregadas por el presidente José Figueres, quien planteó que fuera el
propio Miret el que se las llevara a Fidel. ¿Usted qué hizo? Viajé a Miami a ver a Haydée Santamaría para que me enviara
hacia Cuba. ¿La conocía? No. ¿Cómo llegó a ella? Mediante unos amigos que me llevaron a casa de Yuyo del
Valle, donde ella residía. ¿Qué hablaron? Le expliqué mi situación. Hice la historia de mis
actividades revolucionarias. Me trató con gran cariño. Le pedí que me
enviara en alguna expedición. Me preguntó: "¿cuánto pesas?". Le respondí. Entonces me
dijo: "Con el peso tuyo pueden ir 8 ó 9 fusiles". "¿Crees que podemos
quitarles ese armamento a las pocas avionetas que voy a mandar?" Me pidió que me quedara trabajando con ella. Le contesté que
mi única ilusión era irme para Cuba a combatir al lado del Ejército Rebelde
y que me marcharía de todas maneras. Solo le pedí que me diera una carta de
presentación para Fidel. ¿Se la dio? Sí. También me entregó otra para Vilma Espín. ¿Qué decía la carta a Fidel? Estaba fechada 29 de mayo del 58 y decía: Querido Fidel: Este compañero Fernando Vecino Alegret quiere incorporarse a
tu columna, él me entregó todo un equipo completo, aunque sabe tal vez tenga
que ir antes a la Academia, él está entrenado, en fin tú verás lo que haces.
Contesta sobre lo de Ernesto y el teniente de Boniato. Bueno sin más abrazos
para todos. Yeyé Introduje la carta en Cuba cosida en el falso de la cintura
del pantalón. ¿Cómo entró a Cuba? Legalmente, por la provincia de Camagüey. En un vuelo que
venía con estudiantes cubanos a pasar las vacaciones en su país. Al llegar,
fui a buscar a un tío mío que trabajaba en el aeropuerto. Al verme,
prácticamente se desmayó. Se puso pálido. Le dije que me sacara. Reaccionó y
buscó un chofer que me llevó con él para la ciudad. Afortunadamente, todo me
salió bien. Posteriormente seguí viaje a Santiago de Cuba. ¿De qué manera lo hizo? En tren, acompañado por mis abuelos maternos. Tenían más de
sesenta años. Mi abuela se hizo la enferma para poder estar todos en un
mismo salón. Abuelo era jubilado de los ferrocarriles. Conocía bien el
manejo. En esa época había dos salones por carro. En Santiago estuve alrededor de una semana. A los dos o tres
días logré entrevistarme con Vilma. Le di la carta de Haydée. El 9 de junio,
en unión de otros compañeros, partí para la Sierra. Como único equipaje
llevaba una libretica de notas. Desde ese momento comencé a escribir un
diario. Al arribar a "Las Peñas", primer campamento rebelde, me
tropecé con un grupo de jóvenes santiagueros que también marchaban rumbo a
las montañas. Al frente de ellos iba René Ramos Latour (Daniel). Me lo
presentaron. Ahí comenzamos una estrecha amistad. ¿Cómo fue su encuentro con Fidel? Nos recibió con gran afecto, afabilidad. Conversó
ampliamente con Daniel. Explicó cómo estaba la situación. En un momento
determinado le entregué la nota que le enviaba Yeyé. Le pedí quedarme con
Daniel y accedió. Al siguiente día —24 de junio—, volví a ver a Fidel. Hablé
bastante con él. Me narró detalles de la lucha. En su presencia tiré con mi Stern. Me felicitó por el
resultado y comentó: "Estos cabroncitos tiran bien". Se le veía muy
contento. Yo estaba feliz. Era mi cumpleaños. Había cumplido veinte
años. Mi sueño lo había hecho realidad: estaba en las montañas de la Sierra
Maestra. Después intervine en varios combates a las órdenes de
Daniel. Estuve a su lado hasta que cayó en el combate de "El Jobal" el 30 de
julio de 1958. ¿Qué imagen conserva de Daniel? Daniel fue para mí algo muy grande como revolucionario.
Influyó mucho en mi formación. Veía en él a un hombre muy valiente, nada
temerario, sino que era un valiente consciente, con un pensamiento martiano
profundo y una enorme confianza en Fidel. Era una combinación de un hombre de acción con un
intelectual. De carácter fuerte, sabía tomar decisiones rápidas, abnegado,
ejemplar. A mí me tocó despedir su duelo. Era primera vez en la vida
que lo hacía. Lo que dije me salió del alma. Jamás olvidaré ese momento. ¿En qué momento se organizó la columna 10 René Ramos Latour? En las postrimerías del mes de agosto de 1958, en La Plata,
en la casa de un compañero conocido por Santaclarero. Como jefe fue
designado el comandante René de los Santos. Salimos el 30 de agosto rumbo a la zona de operaciones del
Tercer Frente Oriental Mario Muñoz Monroy cuyo objetivo estratégico era la
toma de Santiago de Cuba, lugar donde se encontraba enclavada la segunda
fortaleza militar en importancia del país. El jefe de este Frente era el
comandante Juan Almeida. ¿Tenía alguna responsabilidad? Jefe de la retaguardia, con el grado de Primer Teniente. ¿En qué momento lo ascendieron a capitán? El 19 de septiembre. También fueron ascendidos a dicho grado
por el comandante Almeida el resto de los jefes de pelotones. ¿Cuál era su Pelotón? El E William Soler de la Columna 10. ¿Dónde realizó el Pelotón la primera acción? En la Loma de la Cruz. Interceptamos a un camión que
transportaba 20 000 plátanos y una rastra cargada de sacos de harina. Las mercancías, los implementos y el encerado del camión
quedaron en nuestras manos. El camión fue devuelto posteriormente. Algún
tiempo después, el 20 de octubre, se produjo la captura de los
norteamericanos. ¿Cómo fue eso? Nuestro plan inicial consistía en la captura de un jeep
militar que diariamente daba un recorrido hasta la refinería Texaco. Yo estaba con diez hombres emboscados en el cruce de la
carretera de la refinería y la de la costa, a la derecha, junto a la cuneta
detrás de unas piedras. Exactamente en el Km. 7 de la carretera Santiago de
Cuba-Texaco. El jeep a veces entraba en la refinería y otras se iba desde
el propio entronque. Desde la madrugada nos encontrábamos en nuestras
posiciones, pero llegó el día y el jeep no apareció. Alrededor de las 11 de la mañana arribó un camión winche
Ford 800 que transportaba a un grupo de trabajadores de la Texaco que iban a
reparar una avería al motor de bombeo de uno de los tres pozos de agua que
abastecían a la refinería y que había sido objeto de un sabotaje. Se pusieron a trabajar. Al poco rato llegó una motoneta con
dos personas. La llegada inesperada de esos trabajadores varió por completo
nuestros planes. Me percato de que nos han visto y decido no dejarlos irse.
Les hacemos un cerco y les salimos al paso. Los encañonamos. En medio de esa
situación descubro que en el grupo hay dos norteamericanos. ¿Quiénes eran? Richard Bennett, ingeniero eléctrico, y Kenneth Drews,
también ingeniero, funcionarios importantes de la refinería que iban a
inspeccionar la marcha de la reparación. Eran los que habían llegado en la
motoneta. Al ver a los norteamericanos me puse de lo más contento. Me
los llevé junto con los ocho cubanos para el campamento rebelde en Manacal.
Les dije que eran "invitados especiales". ¿Qué conversaron con los norteamericanos? Les planteamos que garantizaran el suministro de refino al
Ejército Rebelde y posibilitaran el trasiego de armas en los barcos que
transportaban petróleo crudo desde Venezuela. Una de las necesidades más perentorias que teníamos era el
abastecimiento de combustible que no estaba garantizado hasta ese momento. ¿Quién habló con ellos? Almeida, René de los Santos y yo. ¿A qué acuerdo llegaron? El día 25 viajó al campamento rebelde Charles M. Cutbirth,
superintendente de la Texaco al que habíamos enviado una nota con nuestras
condiciones para poner en libertad a sus compatriotas. En esa conversación fueron tratados nuevamente y ratificados
los planteamientos antes mencionados. Cutbirth se comprometió a dar una
respuesta antes del día 28. ¿La dio? Nunca llegó la respuesta formal, pero facilitaron todo el
combustible que les pedimos. ¿Esa acción produjo una fuerte reacción del gobierno
estadounidense? Ese hecho totalmente casual tuvo una gran trascendencia
nacional e internacional ya que el gobierno de Estados Unidos intentó tomar
el incidente como la causa para una posible intervención directa en Cuba.
Mediante su Departamento de Estado, el vocero Lincoln White
hizo pública una serie de declaraciones —23 de octubre de
1958—extremadamente insultantes contra el Ejército Rebelde. El día 25 a través de las ondas de Radio Rebelde el
Comandante en Jefe le contestó enérgicamente. La respuesta de Fidel
culminaba con una sentencia que sintetizaba el sentir de nuestro pueblo y de
su vanguardia el Ejército Rebelde: "Las amenazas tienen virtualidad entre la
gente cobarde y sumisa, pero no la tendrán jamás entre los hombres que están
dispuestos a morir en defensa de su pueblo". ¿Qué tiempo estuvieron los norteamericanos retenidos? Poco más de 72 horas. Fidel dio la orden de ponerlos
inmediatamente en libertad. También fueron dejados libres los ocho cubanos.
Almeida manejó la situación con mucha inteligencia. A mí me echaron un buen
responso. ¿Dónde lo sorprendió el triunfo de la Revolución? El 31 de diciembre hice contacto con el Comandante en Jefe,
a unos dos o tres kilómetros de la bahía de Santiago de Cuba por el camino
viejo de la costa. Él venía como del Cobre a disponer el inicio esa noche,
de las acciones para atacar a Santiago de Cuba. En una reunión que los comandantes y capitanes habíamos
tenido, días antes, con Fidel en la Hospedería del Cobre, él nos impartió
las instrucciones para la toma de Santiago de Cuba. ¿Qué misión le encargó? Tomar la fragata Máximo Gómez junto con diez o doce hombres.
El segundo jefe de la fragata se uniría a nosotros y nos facilitaría el
acceso a la nave. Con el cañón de la fragata se daría la señal de ataque a
Santiago. También emplearíamos la artillería como apoyo. El marino no se
presentó y hubo que posponer la operación. En eso se produjo, el día 1, la
fuga de Fulgencio Batista y se decidió avanzar sobre la capital oriental.
¿Cómo fue la entrada a Santiago? Tenía el presentimiento que iba a ser una batalla muy
compleja, aunque miraba el futuro con optimismo. Veía un gran peligro en los
combates para tomar por asalto a Santiago de Cuba. Mi tropa estaba en el
borde delantero. Siempre había el sentimiento que te podías morir. Desde
donde estábamos en la noche veíamos toda la ciudad iluminada. Me ordenaron avanzar sobre la ciudad. Cogimos por donde
estaba el camino viejo del Cobre, por la parte de Marimón que conocía muy
bien, por haber incursionado en varias ocasiones por ese sector. En ese lugar habían dos batallones, uno era el del
Comandante José Tandrón. Fuimos a hablar con los jefes. Los conminamos a
rendirse incondicionalmente. Les explicamos que ya no tenía sentido que
siguieran peleando. Les dijimos que les dábamos hasta las dos de la tarde
para que analizaran y decidieran. A esa hora volvimos. Los rebeldes comenzaron a mezclarse con
los guardias. Finalmente se rindieron. Le dejamos a los oficiales las armas
cortas y el resto del armamento lo repartimos entre nuestra tropa. Entramos en Santiago de día. Atravesamos el Paseo de Crombet.
En el camino se nos iba incorporando el pueblo. Cuando pasamos por el
cementerio ya oscurecía. Continuamos por la Avenida Martí y llegamos a la
garita del Moncada ya de noche. Pasamos por donde estaba el Servicio de Inteligencia Militar
(SIM), la microonda y entramos al cuartel. Ya había estado allí el
comandante Raúl Castro. Me monté en una microonda. Encendimos las luces de adentro,
no fueran los mismos rebeldes a tirarnos y salí en busca de mi familia, que
vivía en el reparto Vista Alegre. No conocía la casa. Se habían mudado
estando yo en la Sierra. Cuando mis padres me vieron fue impresionante. Los vecinos
venían a saludarme unos y a conocerme otros. Ya de madrugada me fui con los
viejos al parque Céspedes a escuchar a Fidel. Santiago de Cuba ya estaba en
manos de la Revolución. ¿Qué hizo los primeros días de enero? Raúl nos convocó a varios capitanes rebeldes al Distrito
Naval donde estaba su jefatura y nos designó al frente de los escuadrones
que componían el Regimiento 1, que tenía su sede en el Cuartel Moncada. A mí
me hicieron Jefe del 11. Poco tiempo después se organizó un batallón de
combate en el Moncada y me pusieron al frente del mismo. Simultáneamente matriculé en un curso nocturno de Economía
en la Universidad y saqué en el Instituto cuatro de las seis asignaturas que
me faltaban para ser Bachiller en Letras, pues ya lo era en Ciencias. Meses más tarde me enviaron para La Habana como segundo jefe
del Grupo Táctico Mixto (GTM) de la base aérea de San Antonio de los Baños.
Fue una época de barbarie, en que recorrer las postas, nada
mas por la noche, era una odisea. La gente tiraba tiros por la libre. Se
quedaban dormidos en las guardias. Acaricié la idea de convertirme en piloto, pero en
definitiva no pudo ser. En el mes de septiembre Fidel me mandó a buscar al
Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). ¿Para qué? Para comunicarme que había sido nombrado Jefe de la Zona de
Desarrollo Agrario O-28 que comprendía los entonces municipios de Holguín,
Las Tunas, Puerto Padre y Gibara. Era la novena parte del territorio
nacional. Aquello fue una escuela. Para mí fue un momento importante
de definición ideológica. Mantuve relaciones muy estrechas con Pepe Ramírez, que era
el Jefe de la organización campesina en Oriente. Permanecí en el cargo hasta diciembre de 1960, es decir unos
quince meses. Hasta que Raúl me dio una tarea militar. ¿Dónde lo enviaron? Era el último día del año. Me estaba preparando para
festejarlo cuando recibí un mensaje de Raúl. Al verlo, nos informó a un grupo de oficiales que con motivo
del cambio de presidente en Estados Unidos había señales muy serias de
agresión. Entonces se crearon una serie de unidades militares. A mí me
mandó para que operara en un territorio pegado a Santiago de Cuba. Se
decidió ubicar fuerzas hasta un batallón, pero en los días subsiguientes se
determinó formar por primera vez divisiones. Me hicieron Jefe de la División 9 que estaba compuesta por
cinco batallones e integrada por unos cinco mil hombres en condiciones muy
precarias. El puesto de mando fue ubicado en Puerto de Moya, cerca del
Cobre. Diariamente recibía clases de Roberto Roca, un asesor
hispano-soviético que había combatido en la guerra civil española. Por la
noche le trasmitía los conocimientos adquiridos a nuestro Estado Mayor. Pasada la crisis, y con la autorización de Raúl, me trasladé
para La Habana para comenzar mis estudios en la Universidad. ¿Qué matriculó? Ingeniería Industrial. Ya en la Universidad fui miembro del
Pleno de la FEU al ser electo Presidente de mi escuela. También fui fundador de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR)
y posteriormente de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Participé en la delegación que acudió al VIII Festival de la
Juventud y los Estudiantes que se celebró en Helsinki en 1962 y fui el
abanderado de nuestra comitiva. Terminando el tercer año de mis estudios fui convocado por
el Comandante Juan Almeida, quien se encontraba en funciones de Ministro de
las Fuerzas Armadas, debido a que Raúl estaba pasando el curso académico
superior. ¿Qué le planteó? Mi reincorporación plena a las Fuerzas Armadas al frente de
una unidad de cohetes. Eran las primeras llamadas armas estratégicas que la Unión
Soviética entregaba a Cuba. Pasé un curso con los soviéticos, preparándome como Jefe de
Brigada de Cohetes FKR. Eran cohetes alados tierra a tierra; en esos
momentos el arma de mayor alcance de nuestras tropas terrestres. Me entregaron un regimiento de cohetes que estaba en Micara,
Oriente y otro en la parte occidental. Con esos dos regimientos dejamos
constituida una Brigada. Como la Base Granma estaba cerca del mar, en el Mariel, se
buscó un emplazamiento tierra adentro en Managuaco. Los integrantes de la
tropa eran en su mayoría muchachos muy jóvenes que habíamos captado en las
becas. La casi totalidad de la oficialidad habían sido compañeros míos en la
Universidad. En el transcurso de 1966, Pedro Miret, que era Viceministro
de las FAR, me comunicó la decisión de crear una Universidad Militar y que
había sido designado su director. Me dijo que me ocupara de desarrollarla en el antiguo
Colegio de Belén donde funcionaba el Instituto Tecnológico Hermanos Gómez de
donde saldrían ingenieros y técnicos para nuestras Fuerzas Armadas.
Finalmente me gradué de Ingeniero Industrial en 1966. ¿Qué significó para usted el ITM? El ITM me ayudó a descubrir mi verdadera vocación de
educador. Me abrió los ojos de lo que significa la Pedagogía como ciencia de
la educación. Una novedad, por el clima, fue la incorporación de muchachas
como cadetes por primera vez. En los seis años y siete meses que estuve al frente de la
Institución maduré, junto a los cadetes y los profesores, al lado de aquella
gente que se iba formando, además, como investigadores. Ahí deposité un pedazo importante de mi vida y también
recibí mucho. Posteriormente pasé a trabajar al MINFAR. ¿En qué? Fui nombrado Jefe de la Dirección Política. La primera tarea
que recibí fue estudiar seis meses, en la Academia Político Militar Lenin en
la Unión Soviética, un curso académico superior que se hizo para mí, con
profesores de muy alto nivel. Dos años y medio permanecí como sustituto del Ministro para
el trabajo político. En ese tiempo inicio la Candidatura, hoy Doctorado, con un
estudio sociológico sobre la formación de los rasgos socialistas de la
personalidad en el soldado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en Cuba. A
fines de 1975 fui para Angola. ¿Cómo se produjo esa misión? En la segunda quincena del mes de noviembre se decidió
enviar al Comandante de Brigada Abelardo Colomé (Furry) al frente de nuestra
misión en Angola. En la despedida de Colomé en el aeropuerto, se encontraba el
Comandante en Jefe. Hablé con él y le pedí que me mandara para Angola, ya
que eso me ayudaría a adquirir experiencia en el trabajo político en medio
de la guerra. Estuvo de acuerdo con mi razonamiento y a la semana estaba
partiendo para mi nueva misión. No se me olvidará que salimos en un avión Britannia. Al poco
tiempo de vuelo se rompió un motor y tuvimos que regresar. Esa noche nos
montamos en otro avión y cuando estábamos en la cabeza de la pista presentó
problemas en un motor y no pudimos despegar. Al otro día salimos en un IL-18 hacia Barbados, Guinea
Bissau hasta el Congo Brazaville. Al aterrizar, la nave fue ubicada al final de una pista para
que no llamara la atención. Entonces hubo que darle una rotación de 180
grados sobre su eje empujándola nosotros mismos, es decir, los hombres
moviendo el cuatrimotor para poderlo poner de frente hacia la pista. Existía una gran incertidumbre. No sabíamos si el aeropuerto
de Luanda podía estar tomado por el enemigo. Volamos en silencio de radio.
Se apagaron todas las luces. No se podía fumar. Pasamos a unos pocos kilómetros de la
Base de Kitona, de Mobuto, por la desembocadura del río Congo entre Cabinda
y Angola, que era el lugar más peligroso. Cuando nos fuimos acercando a la pista del aeropuerto de
Luanda, se habló con la torre de control y supimos que Colomé nos estaba
esperando. Imagínate que alegría para todos. Los primeros meses fueron muy duros. En esos momentos solo
contábamos con una compañía de tanques. Nada más teníamos un regimiento de
artillería y alguna otra tropa de infantería, pero eso no fue impedimento
para que lográramos victorias importantes. ¿Cómo político, en qué consistió su trabajo? Tener actualizadas a nuestras tropas de lo que estaba
ocurriendo. Se trabajó intensamente a todos los niveles. Tratábamos que los políticos le hablaran mucho a la gente,
los alentaran, conocieran sus problemas. Vivimos momentos muy emotivos. Por ejemplo, al entrar en la
cárcel de Huambo observamos que estaba escrito con sangre en una pared el
nombre de Fidel. Allí la UNITA había mantenido presos a combatientes
nuestros, algunos inclusive, heridos. En Angola practicamos la misma política que en nuestra
guerra de liberación: a todo prisionero se le trataba con respeto, todo
herido era atendido. Eso se aceptó conscientemente por la parte angolana.
Esa política preconizada por el Jefe de nuestra Revolución,
de proteger la vida de los prisioneros, no es común en las guerras. Cuando
estudias la historia de los conflictos se puede observar que en muchos no se
ha procedido tan humanamente. Esa no era la costumbre por ninguno de los
bandos angolanos. Allí al igual que en la Sierra Maestra, hubo una alta
proporción de oficiales caídos en combate. Nuestros jefes siempre estuvieron
en las primeras líneas del frente. En una visita que nos hiciera Raúl en junio de 1976 me
comunicó la idea que había de la creación del Ministerio de Educación
Superior y que se había pensado en mí para Ministro. ¿Qué significó para usted desempeñar ese cargo? Fue una tarea hermosa y difícil que desempeñé durante 30
años y a la cual llegué con la educación y la ética que adquirí en las FAR y
el ejemplo que recibí en el crisol de la exigencia por parte del Comandante
en Jefe, del segundo jefe de la Revolución, del Comandante Juan Almeida y de
mi jefe caído en combate en la Sierra Maestra, René Ramos Latourt (Daniel).
En esa labor tuve momentos de felicidad y también de tristeza. Nuestra tarea
ha tenido que ver mucho con el presente y el futuro del país. En estos años de grandes penurias económicas, nuestras
Universidades han encontrado al profesorado capaz de enfrentarse con honor,
dignidad y llevar hacia adelante los objetivos educativos. En esas décadas se han formado más de 800 000 graduados
universitarios. Es una fuerza muy importante, combativa y, en su mayoría,
con una firme posición revolucionaria. Los profesores y estudiantes universitarios son gente de
convicciones, criterios y sobre todo de una lealtad sin límites a Fidel. Nuestras Universidades son bastiones firmes de la
Revolución. Si alguien piensa lo contrario, que trate de comprobarlo. |
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