General de Brigada (r) José Solar Hernández

Solo cuando pasen la cerca...

Nunca pensó llegar a tan alta graduación. Cuando lo citaron urgentemente a La Habana no le dijeron el motivo. Le pasaron muchas cosas por la mente, pero no acertó. Se llevó la mayor sorpresa de su vida cuando se vio en el Palacio de la Revolución, frente al Comandante en Jefe, y este colocaba sobre sus hombros tan importante distinción. José Solar Hernández, el joven carnicero de Esmeralda, había sido ascendido a General de Brigada. Persona extremadamente sencilla, recuerda con emoción cuando formó parte de la caravana de soldados del Ejército Rebelde que en los primeros días de Enero de 1959 marchó de Santa Clara a La Habana. A todo lo largo de la Carretera Central, hombres y mujeres mostraban sus simpatías a los jóvenes barbudos. Era un cordón permanente de pueblo; día y noche. Uno de sus mayores deseos era ir a combatir en las guerrillas. Durante dos años se estuvo preparando. Ese sueño no pudo ser realidad. Alcanzaría otros.

(Tomado del libro Secretos de Generales)

LUIS BÁEZ

¿De dónde es usted?

Nací el 2 de septiembre de 1938 en un pueblito de la antigua provincia de Camagüey, llamado Los Hoyos, hoy pertenece a Ciego de Ávila en el municipio de Majagua.

Junto al Ministro de las FAR, General de Ejército Raúl Castro, y al General de Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa, Jefe del Ejército Oriental, durante un recorrido por la zona de la Brigada Fronteriza.

Papá me inscribió cuando ya tenía 14 años. En ese momento vivíamos en Esmeralda.

Mi padre, Ceferino Solar, era español, asturiano, de Gijón; y mi madre, Patrocinia Hernández, cubana, hija de canarios; los dos campesinos.

Era miembro del Partido Comunista. Llegó a Cuba a los 18 años. Comenzó a trabajar como obrero agrícola. Eso fue todo lo que hizo hasta que murió. Cursó hasta el sexto grado. Mamá nunca pudo ir a la escuela.

Somos nueve hermanos: seis varones y tres hembras. Soy el del medio. Campesinos todos. Llegué hasta tercer grado. De ahí no pasábamos, pues nos incorporábamos a trabajar con el viejo en las tareas agrícolas.

Eso fue lo que aprendimos: trabajar el campo. Así transcurrieron los primeros años, etapa difícil que nunca olvido.

Siempre está presente un hecho: papá trabajaba una finca que había en la zona de Los Hoyos de Guayacanes, y en el año 1949 el dueño la vendió, pero el que la compró dijo que no quería a ninguna de las personas que allí laboraban. Nos botaron a todos.

Cuando contemplo fotos de ese periodo, donde se ven las carretas tiradas por una yunta de bueyes, con todos los trastes arriba y las familias campesinas caminando detrás, veo retratada mi infancia.

Durante un tiempo nos estuvimos mudando cada dos o tres meses. Hasta que conseguimos trabajo en una colonia de caña en las cercanías de Esmeralda.

Te estoy hablando de 1949. Ya tenía 11 años y junto a mi padre trabajaba en la caña.

Algún tiempo después, una de mis hermanas se casó y se fue a vivir al central Algodones, hoy Orlando González.

Ahí empecé a trabajar en la carnicería del esposo y me hice carnicero.

¿En qué momento comenzó sus actividades revolucionarias?

Mis primeros contactos con el Movimiento 26 de Julio fueron a mediados de 1957.

Me incorporé a un grupo de jóvenes que estaban operando en la zona de Ciego de Ávila.

Nos dedicábamos fundamentalmente a la búsqueda de armas. Creo que por esos predios no quedó un revólver, una escopeta, que nosotros no recogiéramos, hasta le quitamos un fusil Springfield con sus cananas de balas a un guardia y lo escondimos en un cañaveral.

Me fui con ese fusil para las montañas. Después de varios intentos, en unión de otros tres compañeros, me incorporé a mediados de 1958 a la lucha guerrillera en el Escambray con las fuerzas del Directorio Revolucionario, aunque todos pertenecíamos al Movimiento 26 de Julio, pero esos fueron los primeros combatientes que encontramos y a ellos nos unimos.

Ahí permanecí hasta el triunfo revolucionario. Me encontraba bajo las órdenes del capitán Julio Castillo, ya fallecido. Terminé la guerra como soldado.

¿Qué hizo los primeros meses de 1959?

Estuve en La Cabaña hasta abril o mayo. A mediados de año me trasladaron para Las Villas para formar parte de unas tropas llamadas Fuerzas Tácticas de Combate y fuimos ubicados en un lugar llamado La Feria, en Sancti Spíritus.

Nuestro jefe era el entonces capitán Rogelio Acevedo. Participamos en la última etapa de la operación de Trinidad, cuando la invasión trujillista, en el mes de agosto.

Hacíamos todo tipo de entrenamiento desde caminar hasta prácticas de tiro. Era una columna especial de combate del Ejército Rebelde.

Al poco tiempo me nombraron Jefe de Escuadra y me enviaron para un lugar en la costa llamado Punta de Judas, en Mayajigua. Se esperaban ya algunas acciones contrarrevolucionarias en esa dirección.

Permanecí unos meses como Jefe del Puesto. Posteriormente, en unión de mi escuadra, me dieron la misión de ir a trabajar en la construcción de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en el Caney de las Mercedes, que albergaría a 20 000 niños de la Sierra Maestra.

Nunca había puesto un bloque, pero me ofrecí de albañil y me hice albañil; también cabillero y, aunque aquello no era fácil, saber la utilidad que tendría me motivaba.

Cada vez que paso por allí recuerdo que muchas de las cabillas que están en esas placas las puse yo.

¿Hizo algo más en Oriente?

Ya en Oriente participé en la búsqueda y captura de Manuel Beatón, quien se había alzado en la Sierra.

También formé parte de las tropas que aniquilaron a un grupo de contrarrevolucionarios conocidos como Los Pintos que desembarcaron por Baracoa. Les decían así porque venían vestidos de camuflaje.

Al terminar estas operaciones fui incorporado a una columna especial de combate en Santiago de Cuba. El jefe era el capitán Manuel Hernández, quien caería en Bolivia con el Che.

Seguí preparándome. A fines de 1960, al producirse el cambio de presidente en Estados Unidos, fui enviado junto con mi columna a esperar el año1961 en un sitio conocido como Santa María del Loreto, cerca de la Base Naval de Guantánamo.

Ahí vi por primera vez un cañón 57 y una ametralladora 4 bocas. No teníamos conocimiento del manejo de ese armamento, pero sobre la marcha aprendimos. Estuvimos varios meses en esas lomas esperando a ver qué pasaba.

En la lucha contra bandidos en el territorio del Ejército Oriental, participé en varias operaciones, pero en particular en la primera que se realizó, como ya dije fue contra Beatón; y en la última, en 1970, contra una infiltración que se produjo por Boca de Samá y se cogieron al sur del poblado de Baire.

En 1961, cuando Playa Girón, estaba en el Sector C de la lucha contra bandidos, cuya jefatura radicaba en Bayamo. Ahí comienzo a trabajar con los milicianos en un Batallón de Combate. Fue una época también llena de vivencias y efervescencias revolucionarias.

Con el transcurso de los años ocupé distintos cargos en la cadena de mando de las Fuerzas Armadas. Fui ascendiendo militarmente y cursé varias escuelas militares y de superación cultural hasta alcanzar el nivel superior.

En los finales de la década del 70 salí a cumplir misión internacionalista.

¿Adónde?

Angola. Me designaron Jefe de un Grupo Táctico que había en Menongue.

Nuestra tarea principal era la defensa de aquel territorio que formaba parte de la línea defensiva Mozamedes-Lubango-Menongue, en el sur de Angola.

Ese era un lugar complicado, problemático. El enemigo nos hostigaba sin cesar. Había que estar permanentemente en acción.

Para ir a buscar la comida o realizar cualquier otro movimiento teníamos que hacerlo en caravanas, pues estábamos asediados por la UNITA, mediante emboscadas y otro tipo de acciones.

De ahí paso a Mozamedes, donde permanecí unos dieciocho meses al frente de otra unidad de combate.

Después me trasladaron a Yamba, también en el sur y complicado desde el punto de vista militar.

¿Qué no ha olvidado de esos años?

Siempre recuerdo, porque me impresionó mucho, la extrema pobreza en que vivía la mayor parte de ese pueblo: la insalubridad, el analfabetismo, el atraso absoluto de la vida en aquellos quimbos, todo eso agravado por la guerra.

Especialmente se me quedó grabada la situación de las mujeres y los niños, la falta de consideración hacia ellos, porque nosotros tenemos otros hábitos en ese sentido. Considero que son los más sacrificados, las víctimas mayores.

Un día cuando me trasladaba con otros oficiales desde Yamba a Dongo, me avisaron de un fuerte tiroteo en dirección a este último sitio, distante a unos dos o tres kilómetros.

Cuando llegamos el cuadro era terrible: una emboscada de la UNITA a un camión cargado de civiles angolanos dejó muertos regados y entre ellos, una mujer en avanzado estado de gestación.

El carro estaba volcado por efecto del cohetazo y el fuego de unos mazos de hierba seca que prendieron, no llegó a propagarse.

Eso nos dio tiempo a descubrir sobre la cama del camión a una niña y a un niño de cuatro o cinco años, en cuclillas. Les pregunté en portugués por su mamá y me señalaron una mujer muerta a su lado. Había una mezcla de sangre y petróleo, de un tanque de cincuenta y cinco galones agujereado.

Cuando estábamos bajando los cadáveres, encontramos vivo y sin un rasguño a un recién nacido. A los niños, después de pasar por nuestro hospital, los entregamos al comisario de Yamba. Nunca pudimos cobrarle esa masacre a aquella banda de forajidos, a pesar de que intentamos dar con ellos.

En otra ocasión, al llegar a Yamba, después de un recorrido, me fue a ver el comisario del pueblo para informarme que la UNITA se había llevado las vacas de los campesinos.

¿Qué decisión tomó?

Inmediatamente mandé una patrulla para que hiciera contacto con el enemigo.

Yo salí con una Compañía. En el camino, me tropiezo con que las BTR habían caído en una chana —especie de tembladera. Al desviarse del camino se atascaron.

Entonces decidí meterme por una picada —una trocha en la selva—; íbamos viendo la porquería de las vacas y siguiéndole el rastro.

Casi al atardecer observo que las marcas del ganado se desviaban. Desplegué la Compañía.

Cogimos hacia la derecha y a unos ochocientos metros encontramos el Campamento de la UNITA. Se formó un fuerte tiroteo. Contemplamos que algunos animales ya habían sido sacrificados. Al ver que la gente de la UNITA se daba a la fuga, envío dos pelotones en su persecución.

Pero ocurrió un hecho del cual no me he olvidado: perdí las comunicaciones con mis hombres. Estaban en medio de la selva. Era un lugar muy peligroso.

Aquello me preocupó profundamente. Alrededor de las ocho de la noche escuché un fuerte tiroteo. Después supe que no tenía nada que ver con ellos.

Mandé una Compañía en su búsqueda y no los encontró. Regresaron a media noche sin noticias. Estaba convencido de que habían caído en una emboscada de la UNITA.

Me encontraba muy preocupado. Me entró un gran complejo de culpa. Pensé que por andar tan rápido no había tomado las medidas necesarias en las comunicaciones. Fue una noche muy tensa.

¿Qué pasó con los dos pelotones?

Por suerte no pasó nada; se habían perdido. Cuando los cogió la noche hicieron su campamento.

Al siguiente día, a las dos de la tarde, fueron localizados por patrullas que habíamos enviado en su búsqueda.

El regreso al pueblito de Yamba fue muy impresionante, pues sus habitantes nos estaban esperando fuera de sus casas y aplaudiendo a nuestros soldados.

Todas las reses que recuperamos, se las devolvimos.

¿En algún momento pensó que le podía ocurrir algo?

Uno teme que le pueda pasar algo a la gente bajo su mando y a uno mismo. Pero siempre me sentí seguro de mi tropa.

Eran hombres muy valientes. Muy seguros de sí mismos y con fe en la victoria. Realmente, lo que es miedo, nunca lo tuve.

Al terminar la misión, a los treinta y dos meses, fui designado Jefe de la División de Guantánamo.

¿Fue Jefe de la Brigada de la Frontera?

Sí.

¿Qué significó para usted?

Un hecho singular en mi vida militar. Mis años en la Frontera nunca los podré olvidar. He trabajado con tropas muy buenas, pero el soldado de la Frontera es algo especial. Esos hombres y mujeres forman un colectivo extraordinario.

Me he sentido muy orgulloso de haber podido desempeñar esa misión. Le estoy eternamente agradecido al Ministro de las Fuerzas Armadas por haber depositado en mí tanta confianza al nombrarme en un cargo tan estratégico.

¿Por qué dice eso?

Es una misión difícil. Es tener el enemigo frente a ti. Es necesario mantener una gran ecuanimidad. Cumplir al ciento por ciento las instrucciones del Comandante en Jefe de que no se produzca ningún hecho que dé pretexto a una provocación.

Es imprescindible trabajar profundamente con los oficiales, sargentos y soldados. Que cada uno conozca la importancia del papel que desempeña.

Mi mayor satisfacción es que durante los siete años que estuve en esa responsabilidad, la Brigada de la Frontera fue seleccionada Vanguardia Nacional de las FAR.

¿Tienen algún tipo de relación con los obreros cubanos que trabajan en la Base?

Ninguna. Actualmente quedan muy pocos. Ellos llegan por la mañana, se les abre la puerta de acceso y cuando regresan por la tarde se repite la operación. Esa es nuestra única intervención.

Los zapadores realizan una extraordinaria tarea. Sin dudas. Desde hace tiempo vienen salvando vidas.

Numerosos han sido los intentos de salidas ilegales, así como, últimamente, los balseros que han querido regresar a su país.

El trabajo de los zapadores no es fácil. Algunos han perdido la vida. Otros han quedado mutilados.

Podemos considerarlos heroicos dentro de la mayor modestia y anonimato. Son muchos los que están vivos gracias a los zapadores.

¿Pudiera narrarme algunos ejemplos?

En una ocasión, avanzada la madrugada, me avisaron que habían explotado dos minas en el Sector Oeste y se oían gritos de personas en el campo de minas.

Cuando llegamos, ya nuestros zapadores trabajaban para rescatarlos. Uno ya había fallecido y el otro estaba herido, pero eran tres.

Nos contó el herido que el tercero les dijo ser conocedor de la zona y que por allí no había minas. Los mandó a ellos delante y cuando cayó muerto el primero que intentó pasar, le dijo a él que continuara, que ya no había más minas. Ese tipo los había utilizado como barreminas, cruzó sobre sus cuerpos hasta alcanzar el otro extremo del campo de minas.

Una de aquellas madrugadas, un grupo de personas se metieron en el campo de minas y el que iba al frente chocó con una y murió. El resto regresó y se dio a la fuga.

Cuando llegamos, para sorpresa nuestra, encontramos dentro del campo de minas a dos niños de nueve y diez años, una hembra y un varón. Los sacamos: estaban con frío y hambre. Les dimos ropa seca y comida. Les preguntamos quién los había llevado. Respondieron que su papá y su mamá y que cuando explotaron las minas se fueron corriendo para atrás y los dejaron allí solos.

Como cinco días después fue que pudimos dar con los padres para entregarles a sus hijos. Así era mucha de aquella gente.

¿Qué importancia ha tenido la presencia de la mujer en la Brigada?

Mucha. Ellas se han insertado como uno más. Cumplen cualquier tipo de misión. Cubren sus postas, hacen sus guardias, participan en la preparación combativa. Han ayudado en la disciplina. La presencia de la mujer ha servido para mejorar la vida general en la Brigada de la Frontera.

¿Cuáles son los pasos que se dan cuando el soldado se incorpora a la Brigada?

Inicialmente le damos una preparación militar fuerte, pero también lo formamos ideológica y psicológicamente. Le pasamos películas, videos, lo llevamos a la sala de Historia para que conozca cómo se han comportado sus antecesores.

Le explicamos los ejemplos de Ramón López Peña y Luis Ramírez López, que cayeron en el cumplimiento de su deber, al igual que otros que fueron heridos y sin embargo, no se dio paso a la provocación, no se perdió la ecuanimidad.

¿En qué han consistido las principales provocaciones?

Insultarnos, ofender de palabra a los principales dirigentes, a los soldados; apuntar con sus fusiles, tanques, cañones; violar con los aviones nuestro territorio, cegar a los guardias con sus reflectores, lanzar piedras, traer mujeres hasta las postas para incitar.

Aunque hay que decir que se han tomado medidas de seguridad por nuestra parte para evitar esos tipos de agresiones y provocaciones contra el personal y ya hoy es menos probable.

¿Momentos delicados?

Muy difíciles y tensos. En la Frontera siempre hay tensión. Recuerdo como los años más tensos, los de 1990-1994.

En esos años era muy rara la noche en que el teléfono de mi casa no sonara en dos o tres ocasiones por problemas en la franja de la Frontera.

Logré poner tal sensibilidad en el sueño que ya tenía el teléfono en la mano antes de terminar el primer timbrazo.

No fueron pocas las veces que después de la llamada tenía que salir directamente para el Frente, como llamamos a la Franja de Seguridad.

Un momento particularmente tenso fue el siete de diciembre de 1989, mientras rendíamos homenaje en todo el país a los caídos en misiones internacionalistas.

Durante la "Operación Tributo", como a las trece horas, me comunican que a nuestra Posta 17 le habían efectuado un disparo desde el área de la Posta 13 yanqui.

Allí comprobé que cuando se estaba haciendo el relevo le habían tirado al centinela que se encontraba de guardia en la parte superior, por la dirección del disparo.

No cabían dudas de que habían tirado con un fusil de francotirador y el tiro fue a matar.

Cuando estoy realizando el análisis en la Posta 17, me informaron de la Posta 18 que le acaban de hacer otro disparo desde el mismo sitio.

Cuando llegamos allí el disparo era igual al anterior. En ambos casos rompieron el cristal frontal de la Garita y en ambos casos, por pura casualidad, no fue herido o muerto uno de nuestros centinelas, porque si de algo quedamos convencidos completamente después del análisis, fue de que tiraron a matar.

Todas estas situaciones tan complejas pueden enfrentarse en la Frontera, sin que tengan consecuencias graves, porque hay un trabajo persuasivo permanente con los oficiales, sargentos y soldados. La militancia del Partido y la Juventud es fuerte.

Pudieran tirarnos cañonazos, bombardearnos, que nuestra misión es responderles solo cuando recibamos la orden superior o pasen la cerca, pero jamás contestar a una provocación. Eso sí, estamos excelentemente preparados para rechazar cualquier tipo de acción directa.

A mediados de la década de los 90, el General Solar fue promovido a Segundo Jefe del Ejército Oriental y desde ese cargo siguió atendiendo a la Brigada, hasta su jubilación en el 2006. En la actualidad se desempeña como delegado del Instituto Nacional de la Reserva Estatal (INRE) en la provincia de Santiago de Cuba.

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