General de Brigada Silvano Colás Sánchez La más rica experiencia Cuando los acontecimientos del cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, el hoy General de Brigada Silvano Colás Sánchez tenía diez años de edad y jamás imaginó que su vida estaría estrechamente ligada al jefe de ese movimiento revolucionario. Hombre muy estudioso y con una excelente memoria, narró con sencillez diversos aspectos de su vida y esencialmente todo lo relacionado con la carrera militar, desde jefe de artillería, profesor académico, jefe de Comunicaciones de las FAR, Ministro de Comunicaciones, Inspector de las FAR y actualmente ocupa cargo en el Grupo Auxiliar del MINFAR para la operación puerto-transporte-economía interna. Mediante un profundo desarrollo político, cultural y militar, de simple miliciano ha llegado al grado de General de Brigada lo cual constituye para Silvano Colás el mayor orgullo de su vida LUIS BÁEZ ¿Cuáles son sus orígenes? Nací en la ciudad de Santiago de Cuba el 2 de noviembre 1943, en el seno de una familia obrera, de padre carpintero y madre costurera; no muy numerosa, pues solamente tengo una hermana. Me crié en el barrio de Trocha.
La situación familiar, en lo económico, no era de las peores, pues mi padre trabajaba de lunes a viernes en la base naval norteamericana en la bahía de Guantánamo. Solamente lo veíamos los fines de semana. Eso, unido a las labores de costura de mi madre, posibilitaba la estabilidad familiar y que pudiéramos dedicarnos a estudiar. ¿Dónde estudió? Mis primeros estudios fueron a partir de los cuatro años con una maestra en una escuelita privada cercana a la casa, lo que me permitió prepararme para ingresar en el tercer grado en la escuela pública Don Tomás Estrada Palma, coincidentemente ubicada frente a la estación de policía en el Intendente, que asaltaron los revolucionarios el 30 de noviembre de 1956. Allí cursé tercero, quinto y el sexto, pues para el cuarto grado, por sugerencia del maestro, me realizaron exámenes de suficiencia. Estando en sexto grado tuve el honor de recibir el premio del Beso de la Patria y medalla de sobresaliente otorgada por la municipalidad a los estudiantes que obtenían buenas notas. A los doce años matriculé en el Instituto de Segunda Enseñanza (preuniversitario) en avenida Victoriano Garzón. Previamente aprobé el examen de ingreso, lo que me evitó pasar la Escuela Superior (secundaria básica). ¿Qué aspiraciones tenía? Estudiar medicina. Debido a las condiciones sociales y a que era negro, mis padres insistían en extremo en que estudiara. ¿Dónde lo sorprendieron los acontecimientos del 30 de noviembre de 1956? Estaba en el Instituto y recuerdo que recogí a mi hermana. Atravesamos a pie toda la ciudad. Se escuchaban disparos por todos los lados, pero no entendía nada de lo que ocurría. Después de eso, como uno más y sin ninguna trascendencia, participé en algunas huelgas, protestas estudiantiles, pero sin ninguna conciencia revolucionaria, ni comprensión de la lucha que se desarrollaba. En ese contexto, a pedido de los estudiantes revolucionarios, decidimos no asistir a clases en los cursos 1957 y 1958. ¿Qué hizo? Bajo la misma exigencia paterna aproveché ese periodo realizando estudios de mecanografía y taquigrafía con una tía. Me gradué a los pocos meses y también a insistencia del viejo, pasé un curso de inglés por correspondencia, idioma que practicaba con una familia jamaicana que vivía en la parte posterior de casa. En ese periodo escuché en el marco familiar hablar mucho de Fidel y de la Revolución. En mi familia unos apoyaron la lucha y otros participaron en ella en la ciudad, pero en lo que a mí concierne todavía no había llegado el momento. ¿A qué se dedicó después del triunfo revolucionario? Retorné al Instituto, destacándome más en las letras, teniendo a la Historia como asignatura preferida. En ese centro de estudios se organizaron en 1959-60 las primeras patrullas estudiantiles denominadas Boinas Rojas, para defender a la naciente Revolución, que ya era víctima de las primeras agresiones por parte del gobierno norteamericano. Formé parte de esa organización desde sus inicios, lo cual considero como mi primera experiencia militar. Eso marca el momento de mi real incorporación a las tareas revolucionarias. ¿En qué actividades intervino? En el desfile del 1ro. de Mayo. Ahí comenzó a gestarse mi verdadero destino, que no sería precisamente ni la Medicina ni la Historia. De manera automática pasé a formar parte de las Milicias Nacionales donde ocupé el cargo de Jefe de Escuadra y de Pelotón de Infantería. Una prueba que me permitió medirme fue la Marcha de los 62 km. La pude vencer, pero al final, por dolores acentuados en la parte posterior de mis piernas, descubrí que tenía lo que se denomina pies planos, aspecto que posteriormente corregí y en nada me ha invalidado en mis tareas militares. ¿Cuál fue la primera movilización en que participó? En diciembre de 1960, cuando se produjo el cambio de presidente en Estados Unidos, en que asumió Kennedy. En esos momentos desempeñaba el cargo de Jefe de Pelotón de Infantería y me encontraba atrincherado en las alturas de Puerto de Boniato, a la entrada de la ciudad de Santiago de Cuba. Pertenecía a la compañía T-2 del Octavo Batallón, subordinado a una división de infantería bajo el mando del hoy General de Brigada (r) Fernando Vecino Alegret. No se me ha olvidado que en esa misma etapa participé durante varios meses en la custodia del yate Granma, que estaba fondeado en la bahía santiaguera, cerca de donde se encuentra hoy el Hospital Militar. Prácticamente vivíamos en el yate. En aquellos momentos no me percaté de la trascendencia histórica de dicha nave, aunque sabía que era en la que Fidel y sus compañeros habían hecho la travesía desde México y no podíamos permitir que los enemigos de la Revolución atentaran contra el Granma. ¿Cuándo ingresó en las Fuerzas Armadas Revolucionarias? Terminada la movilización me quedé permanentemente en las Fuerzas Armadas, ante el llamado de Fidel a los jóvenes que nos incorporamos a las tropas de artillería terrestre, directamente subordinado al fallecido coronel José M. Portela Silva, jefe de artillería del Ejército. Durante el día, nos preparábamos como jefes e instruíamos a las tropas y por la noche continuaba mis estudios en el Instituto de Segunda Enseñanza. En uno de los trabajos de inspección acompañando al Ministro de las FAR. El centro de preparación se encontraba en la región de Melgarejo, por el camino viejo del Cobre, que hace entrada a Santiago de Cuba. ¿Quiénes lo entrenaban? Asesores checos. Ante la inminencia de una agresión enemiga, nuestra agrupación fue desplegada para la defensa del litoral y la bahía de Santiago de Cuba. Se trataba de artillería de largo alcance y de gran calibre. Fui ocupando diversos cargos de mando simultaneando los estudios nocturnos. Al producirse el ataque a Girón me encontraba como Jefe de un Pelotón de artillería de cañones de 122 mm en las cercanías del aeropuerto Antonio Maceo de Santiago, y fui testigo del bombardeo a esa instalación por un avión mercenario al amanecer del 15 de abril de 1961. Teníamos desplegados esos enormes cañones sin protección, apuntando a la entrada de la bahía. Los proyectiles estaban al lado de las piezas en sus cajas y estoy seguro que los pilotos enemigos nos divisaron perfectamente porque estábam os a pocos kilómetros de la cabeza de la pista, pero evidentemente su objetivo principal era destruir nuestros aviones en tierra. Fue para mí una experiencia inolvidable. Recuerdo a un compañero que hizo fuego a la nave con una ametralladora DP. No dio en el blanco, pero resultó un gesto muy valiente. ¿Le dieron alguna responsabilidad? A partir de ese momento comencé a ocupar cargos de Jefe de Batería y en el mes de julio soy designado Jefe del Grupo de Cañones de 122 mm. Son dieciocho cañones con dieciocho vehículos de tracción por esteras con unos trescientos hombres y un módulo de proyectiles que era de alrededor de 1 440. Fui aprendiendo, sobre la marcha, del ejemplo de los jefes que nos dirigían y estudiando a su vez, con avidez, las materias que teníamos que asimilar. Mi grupo estaba ubicado alrededor de lo que era el puesto de mando del Ejército Oriental, que en sus inicios dirigió el entonces Comandante Raúl Castro y posteriormente el Comandante Calixto García. En esa época era soldado, pero desempeñaba cargos como jefe. ¿Su padre, siguió trabajando en la base? El enfrentamiento con los norteamericanos había provocado asesinatos de combatientes y de trabajadores cubanos dentro y fuera de la Base Naval. Ante las responsabilidades que iba adquiriendo en las FAR consideré muy peligroso que mi padre continuara trabajando en ese sitio, por lo que a fines de 1961 el viejo pidió su baja de la base después de veinte años de trabajo. Pasó a laborar varios años como carpintero en el Estado Mayor del Ejército Oriental y posteriormente se trasladó a un taller de carpintería en blanco. Jamás el gobierno norteamericano le pagó ningún retiro. ¿Terminó el Instituto? Tuve que detener los estudios en el quinto año y dedicarme por entero a las actividades militares, decisión que tomé conscientemente y que no me arrepiento de haberlo hecho. Ya en 1963 me nombraron Jefe de Estado Mayor de la Brigada de artillería del Ejército Oriental (UM 2034), que en su composición tenía cuatro grupos de artillería similares a lo que estaba mandando hasta ese momento, cuya jefatura estaba en las cercanías de Dos Caminos de San Luis mandada por el coronel (r) Justo R. Leyva Matos. ¿Pasó cursos militares? El básico de oficiales de artillería en La Cabaña en 1964. Duró diez meses. Al concluir el curso me hicieron teniente y me designaron segundo jefe de la Brigada de artillería del Ejército Oriental. Más tarde me dieron la responsabilidad de Jefe de Artillería Terrestre, antiaérea y de armamentos de la UM 7278, una gran unidad de infantería motorizada en Holguín. ¿Qué significó eso para usted? Un gran cambio en mi formación militar, pues hasta ese momento me había formado en unidades específicas de artillería, y en esas nuevas circunstancias pasaba al nivel de tropas generales. El jefe de esa importante unidad de infantería motorizada era el hoy General de División Carlos Fernández Gondín, viceministro primero del Ministerio del Interior. ¿Hasta cuándo permaneció allí? Hasta que me enviaron en 1969 a pasar la Escuela Superior de Guerra —hoy Academia de las FAR Máximo Gómez—, lo que me facilitó alcanzar una formación militar superior, perfeccionando muchos de los métodos de trabajo y me puso en contacto con las realidades más específicas de nuestro país y el mundo. Al terminar el curso fui ascendido a Primer Teniente y me nombraron Jefe de la Cátedra de Artillería y Tropa Coheteril en la propia Escuela Superior de Guerra. ¿Qué fue esa etapa para usted? Fueron diez años de una rica y fructífera experiencia en todos los sentidos. También aproveché, mediante la Facultad Obrera, terminar las asignaturas que me faltaban del Instituto. Luego matriculé Economía en la Universidad de La Habana en curso nocturno, pero tuve que interrumpirla en el quinto año debido a que me seleccionaron para una misión internacionalista. ¿Adónde? Angola. Arribé a ese país el 2 de diciembre de 1975. ¿Con qué misión? Jefe de Artillería de la Agrupación de Tropas del Sur. Al resultar herido un compañero, la Jefatura de la Misión determinó dejarme como Jefe de Estado Mayor de Artillería de la Agrupación cubana en Angola. Durante la visita del Ministro de las FAR a la República Popular de Angola se decidió que los profesores académicos regresaran, por lo que a finales de 1976 retorné a La Habana. ¿A qué se dedicó? Me reintegré a mi cátedra en la Academia de las FAR y realicé estudios hasta alcanzar la máxima categoría docente de profesor titular. Los estudios de economía no los pude continuar debido a que comencé a elaborar la tesis para candidato a Doctor en Ciencias, en la ciudad de Leningrado. Pasé un curso de postgrado y tras aprobar las materias esenciales me gané el derecho a escribir la tesis y defenderla ante un tribunal. Permanecí año y medio en la antigua Unión Soviética. ¿De qué trataba la tesis? El empleo estratégico de la artillería terrestre en la defensa de una isla grande. ¿Siguió en la Academia? Ya con los grados de Coronel en 1980 fui enviado a prestar servicios en la Secretaría del Ministro de las FAR como sustituto del Jefe de la Secretaría, atendiendo directamente al Jefe de Estado Mayor General. En esos días es designado el General de División Ulises Rosales como Jefe de Estado Mayor General y puedo aseverar que ese trabajo constituyó la más rica experiencia en toda mi carrera militar. ¿Por qué? Fue la posición desde donde pude tener contactos con los principales jefes de las FAR, observar sus métodos, estilos de trabajo, formas de vida, el carácter humano de tratar los problemas de los subordinados. Resultó una escuela que vale por todas las que he podido cursar y pueda pasar en un futuro. También tuve el privilegio de estar presente en tareas de apoyo, aseguramiento, en momentos en que nuestro Comandante en Jefe y el Ministro de las FAR analizaban y tomaban decisiones sobre situaciones extraordinarias, en particular durante la guerra en Angola y en problemas internos en nuestro país. Algo muy significativo para mí fue el trabajo realizado por el Estado Mayor General y su Jefe, en el ordenamiento de las ideas del Comandante en Jefe que dieron lugar a la concepción de la guerra de todo el pueblo. También fue otra gran escuela. ¿Terminó la tesis? No. La intensidad del trabajo me puso en la disyuntiva de tener que decidir si retornaba a Leningrado para concluir la defensa de la tesis o abandonaba las tareas que realizaba. Opté por lo que consideraba más justo y más necesario para las FAR: continuar mi labor en la Secretaría y solicité al Ministro que se informara a los soviéticos la imposibilidad de concluir la tesis, ante el cumplimiento de tareas más importantes. En 1984, por decisión del Ministro, pasé a desempeñar el cargo de Jefe de la Octava Dirección, órgano asociado a las comunicaciones especiales y a la protección del secreto militar. Evidentemente, después de haber recorrido el mando de tropas, la docencia, trabajar en el Estado Mayor General, este nuevo cargo completaba un círculo en mi preparación como oficial de las FAR. ¿Qué tiempo permaneció en el Estado Mayor General? Doce años. Ahí es donde empiezo a identificarme con el problema de las comunicaciones, en el marco de la reestructuración que en esos años se iba realizando en las FAR. En 1988, el Ministro me designó Jefe de la Dirección Técnica del Mando (comunicaciones). Esa nueva dirección aglutinaba la que estaba dirigiendo en esos momentos más las especialidades relacionadas con las comunicaciones en general y la automatización, lo que permitió ampliar mi nivel de preparación en esa importante esfera. En 1991, me ascendieron a General de Brigada. Ahí me mantuve y en 1993 fui nombrado Ministro de Comunicaciones. ¿Cuáles fueron entonces sus principales tareas? En esa responsabilidad puse en juego todas las enseñanzas recibidas en las FAR y estuve enfrascado en la tarea de modernizar y ampliar todo el sistema de comunicaciones del país, de modo que permitiera el desarrollo socio-económico que exigía aquella etapa que estábamos viviendo. Considero que los pasos que se dieron con la creación de nuevas empresas nacionales de telecomunicaciones (Etecsa, Correos de Cuba y Radio Cuba) nos condujeron al logro de esos objetivos. |
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