General de Brigada Filiberto Olivera Moya Siempre he sido un león Todos los días, temprano en la mañana, llega a la Asociación de Combatientes de la Revolución, vistiendo su querido uniforme verde olivo. En los labios, su inseparable compañero desde hace más de cincuenta años: un tabaco. Hablo del General de Brigada Filiberto Olivera Moya. La vida de este hombre, que se ganó sus grados militares combatiendo en las montañas orientales, es la historia de un revolucionario sencillo, bondadoso, simpático. Fidel y Raúl lo han exhortado en numerosas ocasiones a que la escriba. Hay hechos que no recuerda a plenitud. Los años no perdonan. Acaba de cumplir setenta y cuatro. Esta entrevista no pretende recoger todos los acontecimientos en que participó, sino algunos de los más importantes. Su biografía hay que dejársela a los historiadores. Estoy seguro que daría un excelente libro (Tomado del libro Secretos de Generales) Esta entrevista fue realizada en 1995. El General de Brigada Filiberto Olivera falleció el 31 de marzo de 1997. Granma la reproduce textualmente. LUIS BÁEZ —¿Qué recuerdos guarda de su infancia? —Nací el 2 de mayo de 1921 en el reparto Camacho, en Santa Clara. Somos ocho hermanos. Un hermano de mi padre tenía una finca llamada San Gil y le dio a este una parte de las tierras para que formara una colonia. Papá llegó a moler sesenta mil arrobas de caña. Pero un buen día este señor, nuestro tío, nos botó.
Fuimos a parar a un lugar llamado Mataviejo, en Calabazar de Sagua. Posteriormente, nos trasladamos para otra finca que llevaba el nombre de "Ojo de Agua" y finalmente, nos instalamos en un bohío de guano en el reparto "Oriente". Papá trabajaba guataqueando caña. Le pagaban veinticinco centavos al día. No nos podía mantener. Ese trabajo solo duraba dos o tres meses. No teníamos dinero. Al no poder pagar el alquiler, teníamos que mudarnos constantemente. —¿Qué se hizo de su padre? —En medio de aquella situación de pobreza lo cogieron preso. Le dieron tantos golpes que lo dejaron loco. Se perdió. Estuvimos muchos años sin saber de él. Mis tíos lo localizaron, me avisaron, lo fui a buscar y lo ingresé en el hospital Calixto García. Mejoró bastante. Mi madre no lo quiso ver nunca más. Mamá se quedó sola con los ocho hijos. La vieja lavando ropa, limpiando piso, no podía mantenernos. —¿Por qué lo cogieron preso? —Porque era militante del Partido Comunista. Recuerdo que en casa se daban reuniones donde asistían dirigentes del Partido. Te estoy hablando de 1932. Por aquellos días, en la cueva del Purio se escondió un grupo de revolucionarios, con la idea de iniciar un alzamiento contra el régimen de Gerardo Machado. Fueron delatados por el lechero, que era chivato de la guardia rural. Entre los asesinados, se encontraban los tres hermanos Argüelles. —¿Cuál fue su primer trabajo? —Muy jovencito comencé a trabajar en la panadería "El Cañón". El dueño era un gallego llamado José. De seis a ocho de la noche preparaba galletas y de doce a cuatro de la mañana hacia el pan. Por ese trabajo recibía un medio y un pan para la casa. De pequeño me dio una enfermedad que ahora se llama gastroenteritis y cuando aquello era acidosis: vómito y diarrea. No teníamos con qué pagar a un médico. Mi mamá conocía al doctor Nicolás Monzón y este me curó gratis. Monzón era comunista. Yo le servía de enlace con un médico que era del partido abecedario. Él enviaba los mensajes en panes que llevaban amarradas las notas con la tirita de una hoja de coco. Esto no duró mucho tiempo, pues en la panadería había un gallego anarquista que me delató. Me cogieron preso. Estuve quince días recibiendo golpes por todas partes. Como era menor de edad, me soltaron. Al no poder volver a la panadería me puse a trabajar como ayudante de albañil en Calabazar de Sagua. También me dediqué a vender pollos y huevos en Santa Clara. En medio de esa situación de pobreza decido ir para La Habana. —¿De qué año me habla? —Te estoy hablando de 1934. Ya en la capital me instalo en el Cotorro. Trabajé como albañil. Me relaciono con gente de izquierda. Permanecí varios años en La Habana, pero mantenía contacto con Las Villas. En 1940 decido regresar a Santa Clara. —¿Con qué objetivo? —De participar en las elecciones. Cuando llegué me fui directamente a San Diego del Valle. Allí me entrevisté con Tomas Díaz que era el Secretario del Partido Comunista. Le planteo que quería cooperar en las elecciones para evitar que ganaran los conservadores o liberales. Le dije "si me ayuda, le gano los comicios". Me respondió que estaba equivocado. Que eso no era así. Me mandó a hablar con Emiliano Lugo Ochoa que era el candidato a Alcalde, que respaldaban los comunistas. Este aceptó mi apoyo. Le pedí que me diera dos o tres personas de su confianza, aparte de los que yo tenía. En total, logré armar a más de cien hombres y montarlos a caballo. Como tenía muchas relaciones, cuando venían los guardias me avisaban y me iba por otro lado. Los conservadores contaban con el respaldo de Arturo González, conocido como "El Pato", que andaba con más de un centenar de personas armadas. Eran gentes que no reparaban en métodos ni en principios. —¿Llegaron a tener enfrentamientos? —Sí. Cuando la cosa se puso muy caliente salimos en búsqueda de "El Pato". El primer combate se dio en el Jobo, frente a la casa del terrateniente Ulises Camacho. En la acción perdió la vida uno de mis hombres. Como no podíamos llevar su cadáver para el pueblo, ya que nos exponíamos a que nos prendiera la guardia rural, lo montamos sobre un caballo y lo enviamos para el parque de San Diego. Cuando este llegó y la gente se percató de lo que sucedía, se armó tremendo escándalo. Los conservadores me acusaron de la muerte de este compañero. Los órganos represivos tenían órdenes de capturarme. En esos momentos contaba con ciento veinticuatro hombres, entre los que se encontraban muchos campesinos. El segundo enfrentamiento fue en Manzanares, en la finca de Eduardo Escobar. Allí le hicimos seis prisioneros y cogimos algunas armas. En Hatillo fue el tercer encontronazo. Los conservadores se encontraban reunidos con Pancho Infiesta, su candidato a Alcalde, y se formó tremenda pelea. El día de las elecciones distribuí a mis hombres en los colegios electorales. Tenían instrucciones precisas de que el voto fuera libre. No podían permitir la compra de cédulas y al que llevara dinero para esos fines se lo expropiaban. Llegamos a requisar setenticinco mil pesos. Nuestro candidato salió electo. El dinero obtenido lo repartimos entre nuestra gente. Estuvimos tres días de fiesta. Finalmente decidí volver para La Habana. — ¿A qué se dedicó en La Habana? —Desde 1940 a 1955 pasé por las etapas de albañil, maestro de obras y contratista. Ya en la década del cincuenta había hecho algún dinero. Tenía automóvil, camiones, vagones, winche y más de un millón de pies de madera de encofrado. Inclusive, era miembro del club de Leones. —¿Cómo se hizo miembro de los Leones? —Un amigo me habló para que me hiciera León. Me explicó que los hermanos Leones se ayudaban mutuamente y los que fueran a fabricar me darían las contratas. Me hice socio. Llegué a ser vocal del club Internacional de Leones. —¿En qué momento se enfrentó al régimen de Fulgencio Batista? —A partir del golpe militar del 10 de marzo de 1952, comencé a conspirar. Siempre fui antibatistiano. —¿Cuándo entró en contacto con el Movimiento 26 de Julio? —En 1955, cuando los moncadistas salieron de prisión, me fue a ver Oscar Alcalde de parte de Fidel. Nos reunimos en casa del secretario del juzgado de Santa María del Rosario. Inmediatamente me incorporé al Movimiento 26 de Julio. Me planteó que las instrucciones de Fidel eran que debían agruparse las distintas fuerzas que luchaban contra Batista bajo una sola dirección. Así se hizo. Se nombró al frente a Enrique Hart y a mí me pusieron como Responsable de Acción y Sabotaje. —¿Participó en acciones? —En algunas. Tales como la voladura de la alcaldía de Santa María, la estación de ferrocarril del Cotorro y la fábrica de cabillas cubanas. También preparamos un atentado al Coronel Orlando Piedra quien era Jefe del Buró de Investigaciones. —¿Lo llegaron a realizar? —No. —¿Por qué razón? —La acción se ejecutaría en un almuerzo, al que él asistiría, en una finca de recreo en Calabazar. Cuando llegamos, nos encontramos que la realidad era otra. Piedra no había concurrido. Se encontraban presente el embajador de México y otros. Íbamos disfrazados de jardineros. Había dos policías en cada puerta y uno en el interior. Los desarmamos. Enrique agarró al que estaba en la entrada principal, lo encañonó, desarmó y arrancó los teléfonos. Como aquello también era un campo de tiro aprovechamos para llevarnos las armas: ocho ametralladoras Thompson, ocho M-2, 7 M-1, y unas siete pistolas. —¿Cómo se las llevaron? —Envueltas en sobrecamas en el carro del embajador mexicano. Un coche negro con chapa diplomática. Enrique se quedó con mi auto y me dijo que me daba treinta minutos para que me fuera. Me senté al timón. Lo arranqué. El carro era automático. Las velocidades se cambiaban a través de teclas. En mi vida había visto un carro de ese tipo. Se me apagaba constantemente. Así llegué hasta Mantilla. —¿En Mantilla qué pasó? —Ahí me tropecé con un carro de la dulcería la "Gran Vía". Lo paré. Encañoné al chofer. Trasladamos las armas para el camioncito de la dulcería. Conmigo iban dos más. Tomé rumbo a Luyanó, Dolores, a coger la carretera central para salir a San Francisco de Paula y llegar al Cotorro, donde tenía muchas amistades y poder guardar el armamento. Nos cayó atrás la policía. Pudimos escapar. Finalmente escondimos las armas en la finca de un amigo en la loma de Somorrostros. —¿Qué hicieron con el chofer del camión? —Lo llevamos con nosotros. Finalmente al carro y al chofer los dejé en la Vía Monumental, que todavía no estaba asfaltada. Después me enteré de que al pobre hombre lo cogieron. Le dieron mucha leña. No sé cómo no lo mataron. En la lucha clandestina llegué a ser Coordinador del 26 de Julio en la zona del este de La Habana, hasta que me incorporé al Ejército Rebelde. —¿En qué momento decidió irse para la Sierra Maestra? —Mi presencia en La Habana se hizo insostenible. Llevaba siete meses huyendo. Me encontraba reunido con Luis Orlando Rodríguez en su casa del Vedado. También estaba Raúl Rodríguez Santos. Cuando llegó un mensajero de la Sierra Maestra, Armando Oliver, con instrucciones de Fidel para que un grupo de compañeros subieran a las montañas. Entre esos combatientes me encontraba yo. También mandó a pedir dinero y medicinas. —¿Quiénes eran los otros? —Luis Orlando, Raúl Rodríguez Santos, Orestes Valera, Ricardo Martínez, Gilberto Capote y el mensajero. —¿Cómo llegaron a Oriente? —Fuimos en el tren rápido, que salía de La Habana a las doce de la noche rumbo a Manzanillo. Te estoy hablando del 15 de junio de 1957. —¿Cómo hicieron el viaje? —Bien. La única preocupación fue cuando en Bayamo se subió un guardia. Me miró. Empezó a moverse de un lado para otro. No me quitaba la vista de encima. Me paré y le dije a Luis Orlando: "si me vuelve a mirar le tiro". A mí no me cogen vivo. Volvió el hombre. Hice un movimiento para sacar la Luger. El soldado se tiró a la vía. Debe haberse matado por la velocidad que llevaba el tren. En el entronque de Bueycito nos estaba esperando Pablo Chacón. Pocos días después Chacón sería asesinado por los guardias. Nos trasladamos para Oro de Guisa. Allí acampamos en casa de Villa. Estuvimos veinte días en la finca esperando que Fidel nos mandara a subir. El dos de agosto nos llegó la orden de ascender y de que lleváramos mercan-cías. Compramos en una bodega lo solicitado. Lo distribuimos en un arria de mulos. Empezamos la caminata a eso de las diez de la noche. —¿Quiénes fueron los primeros guerrilleros con que se tropezó? —Con el Che. —¿En qué lugar? —En el Pico de la Botella. —¿Cómo los recibió? —Lo primero que me dijo fue: "¿Vos sos guerrillero?". Le respondí: "No me jodas". Llegué vomitado, todo cagado, hecho una mierda. No sabía subir lomas. La verdad es que tenía un aspecto que daba lástima. La primera medida que adoptó el Che fue desarmarnos. Me encabroné. Le dije: "Esto qué cosa es. Soy revolucionario. Yo vine a alzarme". Solo me contestó: "Aquí hay que ganársela". Le respondí: "Me la gané en las calles de La Habana". No cedió. —A Fidel, ¿cuándo lo ve? —Ese mismo día. Llegó alrededor de las 4 de la tarde. Nos abrazamos. Le informé cómo estaba el Movimiento en La Habana. Le comenté que el Che me había quitado la pistola. Me contestó: "No te preocupes yo te doy una". Mentira, no me dio nada. Me la tuve que ganar. Fidel me mandó para la tropa de Raúl Castro. No había almorzado ni comido. Raúl estaba haciendo una gallina con arroz pero el arroz estaba negro como chapapote. No me lo comí. Entonces, Raúl me dijo: "Dentro de 3 días te vas a comer hasta el caldero". Qué razón tenía. A los 6 ó 7 días me designaron para la vanguardia del Comandante en Jefe. Al frente de la misma estaba Félix Pena. De esa manera comienzo a formar parte de la Columna 1 "José Martí". —¿Qué recuerdos tiene de la Sierra? —Muchos. En una ocasión Fidel nos estaba explicando a un grupo de combatientes toda la maniobra de Carlos Prío y otros políticos que querían hacer un gobierno en el exilio. Me meto en la conversación y le digo: "Verdad que son unos hijos de puta. Cuando se termine la guerra lo que quiero es seguir construyendo casas". ¡Ay carajo, qué bronca me busqué! Me dijo: "Tú lo que eres muy bruto". Le respondí: "Eso lo sabe cualquiera". "Tú lo que tienes que hacer es estudiar porque cuando se termine la guerra vamos a tener más trabajo". En otra oportunidad saliendo de la Pata de la Mesa, Fidel se reunió con Almeida, Che, Camilo, Raúl e Ignacio Pérez. Yo también estaba presente. Explicó que iba a mandar un hombre a Bayamo para que comentara que él estaba en Pino del Agua, con su tropa. A los 8 días —decía Fidel— llegarán los guardias y debemos esperarlos emboscados. El armamento que capturemos servirá para armar a la Columna 4. Nos sentamos a esperar a los soldados. Pasamos tremenda hambre pues estábamos muy flojos de alimentos. A los 8 días, tal como lo había previsto Fidel, llegaron los guardias. Eran más o menos las 2 de la tarde. Arribaron en 5 camiones y un jeep. Bajo tremendo aguacero nos dimos una prendida del carajo. Ya a las 6 de la tarde estaban en nuestro poder los camiones, el armamento, la comida. En la acción perdió la vida Crucito, el poeta, que era del pelotón de vanguardia del Comandante en Jefe. Aquella previsión de Fidel se me quedó en la cabeza. Como a los 20 días de esta acción, observo que Fidel estaba contento y aprovecho para preguntarle: "Comandante, ¿cómo usted calculó los 8 días para esperar a los guardias?" Me respondió": "Porque tengo la cabeza para pensar". Le dije: "Yo también. Pero no me imagino cómo hizo esos cálculos". Me explicó que había analizado el tiempo que tendría el hombre que había mandado a chivatearnos a Bayamo. Cuando esa información llegara a oídos de los soldados. La reacción de los guardias. El aviso a Chaviano, en Santiago de Cuba. El tiempo que este tenía para responder y mandar la orden para que subieran a Pino del Agua. Más nunca tuve la menor duda. Fidel me decía siéntate en ese trillo que por ahí vienen los guardias y me sentaba. No le preguntaba más nada. Después del triunfo revolucionario he seguido esa línea. —¿Cómo han sido sus relaciones con Raúl Castro? —Raúl es mi padre. Es muy humano, sencillo y duro a la vez. Es un hombre que exige por la disciplina pero él es el primero en cumplirla. Se ocupa mucho de sus hombres. Está atento al más mínimo de-talle. Además, tiene una memoria que no se le olvida nada. A pesar de que es más joven que yo, he aprendido mucho de él. También de Fidel. Hice una buena amistad con Raúl en la Sierra Maestra. Cuando me seleccionaron para pasar con él al Segundo Frente me puse de lo más contento. Fui como jefe de la punta de vanguardia. En esos momentos era soldado raso. Al lado de Raúl he vivido momentos emocionantes. Es un hombre muy sensible. Cada vez que mataban a un compañero lo sentía profundamente. No soportaba perder a un hombre. No podía disimular su tristeza. Muchas veces en la guerra pude constatar esto. En más de una ocasión lo vi con lágrimas en los ojos al despedir el duelo de un combatiente caído. —¿Qué papel desempeñó usted en el Segundo Frente? — Desde que llegamos, Raúl comenzó a organizar columnas. Primeramente, me nombró jefe de una columna móvil. Cuando ya contaba con unos 30 hombres participé en el ataque al Central Soledad. Este fue mi primer combate en el Segundo Frente. Después, peleamos en la Lima, en Mayarí. Intervine en numerosas acciones. Durante varios meses permanecí como soldado hasta que fui ascendido a capitán. —¿Cómo se produjo el ascenso? —Un día Raúl me vio con los grados de Capitán. Me llamó y me preguntó: "¿Filiberto, desde cuándo tú eres Capitán?". Le expliqué que mi jefe me había comunicado que eso había sido una orden suya. En ese momento me percaté de que me habían embarcado. No existía tal orden. Raúl se quedó mirándome y me dijo: "Desde hoy eres Capitán". — ¿Se volvió a encontrar con Fidel? —Sí. —¿En qué circunstancias? —El veinte de diciembre, el compañero Antonio Enrique Lussón me informó que, de parte del Comandante Raúl Castro, tenía que trasladarme a Palma Soriano y ponerme a las órdenes del Comandante en Jefe. Me presenté a él en Arroyo Blanco. Me dio la misión de hacer una emboscada de contención a la salida de Palma Soriano para evitar el refuerzo que podía llegar de Santiago de Cuba y él, poder tomar a Maffo. Al amanecer del veinticuatro de diciembre Fidel me dio la orden de entrar en Palma Soriano. La primera acción que hicimos fue atacar el servicentro, había dieciséis guardias. Inmediatamente le mandé un mensaje al Comandante Juan Almeida explicándole que me hacía falta un refuerzo para terminar de cerrar el cerco. Almeida me respondió que no tenía. Me comunicó que por la carretera de San Luis a Palma avanzaba la columna de Vilo Acuña, que llevaba el encargo de atacar la estación de policía y el Ayuntamiento. Por el oeste avanzaba la columna de Guillermo García, con la encomienda de tomar el aeropuerto y el cuartel del central Palma. Cumplidas estas dos misiones cerramos el cerco del cuartel y la nave —almacén— que el capitán Francisco Sierra Talavera había convertido en su cuartel general. Esta batalla fue decisiva. El 26 por la mañana, Sierra Talavera me pidió una tregua de tres horas, que le dejara su compañía armada para rendirse o que le diera doce horas para esperar sus refuerzos. No accedimos. Apretamos más el cerco con las tropas de Guillermo García. Ya Vilo había tomado la estación de policía. En esto último jugó un papel importante Lino Carreras con su bazooka. Los guardias estaban desmoralizados. Me pidieron otra tregua. En una casa cercana al lugar, el Comandante José Quevedo conversó con Sierra Talavera y le insistió en que debía rendirse. Aceptó las condiciones, pero quiso que Fidel las ratificara. Nos trasladamos hasta Maffo donde se encontraba el Comandante en Jefe, quien ratificó lo prometido y disipó cuanta duda tenían. Regresamos a Palma ya de madrugada. Alrededor de las diez de la mañana del día 27 se rindieron los guardias. Recogimos las armas, con excepción de la de Talavera, a quien le dejamos su pistola. Se hicieron cerca de seiscientos prisioneros. A las cuatro de la tarde llegó Fidel. No se me olvidará que producto del cansancio me había quedado dormido en una silla. Cuando el Comandante en Jefe entró a la casa donde estábamos no me percaté. Almeida me dio un golpe por la espalda y me despertó. Después de informarle de la situación, se dirigió al pueblo por medio de un radio aficionado. Allí les dijo a los Jefes de columnas que no esperaran la orden de combatir, que esta ya estaba dada. El veintiocho de diciembre ascendió a varios compañeros a comandantes. —¿A quiénes? —A Abelardo Colomé Ibarra (Furry), Raúl Menéndez Tomassevich, Aldo Santamaría y a mí. Jamás en mi vida había pensado ser comandante. —¿Participó en la Caravana de la Libertad que encabezó Fidel desde Oriente hasta La Habana? —Sí. La marcha se inició el dos de enero de 1959. Había una punta de vanguardia integrada por quince o veinte hombres, bajo el mando del Capitán Héctor García Tamayo y una extrema vanguardia bajo mi mando. Un grupo de diez hombres, bajo las órdenes de Raúl Rodríguez Aguirrazábal (Toti), se ocupaban del aseguramiento. Las comunicaciones se organizaron con los equipos que estaban instalados en las micro-ondas asignadas. Durante el recorrido, en las paradas que se realizaban en los pueblos, la compañía actuaba como seguridad de la caravana. También se ocupaban de reconstruir los vados de los puentes derribados al paso de las columnas de Camilo y Che. En cada cabecera de provincia por donde pasamos se celebró una gran concentración. En todas habló Fidel. Fueron actos inolvidables. El fervor del pueblo era muy grande y las masas se situaban espontáneamente a dar vítores al paso de los rebeldes. A la entrada de Camagüey nos comunicaron que en el hospital se encontraban atrincherados unos masferreristas. Hicimos un cerco. Entramos en el hospital. Al revisarlo, no existía tal enemigo. Al llegar al poblado de Madruga, Fidel me dio la orden de avanzar y ocupar el centro de comunicaciones más cercano, para establecer contacto con el Che y Camilo. Le informé que era el del Cotorro. Lo ocupamos. Establecimos el puesto de mando en la cervecería "Modelo".
En horas de la mañana Fidel trató de comunicarse con el Che, pero no lo logró. Alrededor del mediodía habló con Camilo. Este fue para la cervecería y sostuvieron una entrevista de alrededor de dos horas. —Finalizado el acto, ¿qué hizo? —Me dieron la misión de tomar el Regimiento 10 de Infantería, ubicado en la Base Aérea de San Antonio de los Baños. Fidel me informó que estaban sacando las armas del Regimiento y que tenía que evitarlo a toda costa. Organicé la compañía en el mismo orden que traía en la caravana. La punta de vanguardia entró por la puerta principal de la Base y fue tal la sorpresa, que rápidamente estuvo en nuestras manos. Esta sería la última misión que cumpliría nuestra compañía desde su creación en Mango Polilla, en el Segundo Frente Oriental Frank País. —¿También tuvo que ver con la conspiración trujillista? —En esos momentos me encontraba de Jefe de las Fuerzas Tácticas en Santa Clara. Radicábamos en el Regimiento Leoncio Vidal. Por intermedio de Ismael Gendi, Sargento del Ejército Rebelde, me enteré de que se estaba organizando una brigada en Santo Domingo para invadirnos. —¿Cómo lo supo Gendi? —El esposo de la hermana de su mujer era Cónsul de la República Dominicana en Camagüey y conoció de dichos preparativos. —Usted, ¿qué pasos dio? —Se lo comuniqué rápidamente a Raúl y este a Fidel. Me orientaron seguir trabajando en el asunto. Por diferentes fuentes conocimos que los planes de desembarco serían por Trinidad, Sierra de Cubitas y lanzarían un batallón en el aeropuerto "El Jíbaro", cerca del Salto del Hanabanilla. Pusimos la Comandancia en "Cayo El Inglés". Aprovechamos que teníamos tropas en movimiento por el Escambray y ocupamos la carretera desde Guao hasta Trinidad. En esa situación nos visitó el cura Ricardo Velazco Ordóñez en representación de Trujillo. Le mostramos las tropas "sublevadas" y le manifestamos nuestro "descontento" con el gobierno. El cura nos regaló muchas medallas de santos y rosarios. Por indicaciones de Velazco preparamos el aeropuerto de Trinidad y la carretera para recibir un avión que transportaba armamentos. Iluminamos las dos pistas y el piloto no quiso tirarse porque la carretera era muy estrecha. Nos lanzó las armas en paracaídas. El cura regresó a Santo Domingo y le comunicó a Trujillo que la situación era favorable para el desembarco. El Estado Mayor de la Brigada nos informó que estaban dispuestos a venir. Se interesaron en saber si tenían seguridad. Le respondimos afirmativamente. Trujillo envió nuevamente a Velazco para coordinar las acciones. También nos precisó día y hora de la llegada de los mercenarios. Permitimos que el sacerdote regresara a Santo Domingo. Manteníamos un contacto directo con Fidel. Al darle a conocer la fecha del arribo, se personó en Trinidad. Dio instrucciones de cómo emplazar los morteros, ametralladoras y armas de infantería. Rodeamos el aeropuerto. Al llegar una parte de la Brigada capturamos a Luis del Pozo Jiménez, Roberto Martín Pérez y otros. Hablé con ellos. Les expliqué que debían traer la Brigada completa con la finalidad de reforzarnos y dividir la Isla en dos. Estuvieron de acuerdo. Se determinó mandar al piloto a buscar al resto de los invasores. Inclusive, se le entregó una carta explicando la situación para presentarla en Santo Domingo. La mayoría de la tropa no sabía lo que estaba sucediendo. Cuando vieron al piloto tratando de despegar se produjo una confusión y le entraron a tiros. Esto echó a perder el resto de la operación. Arrestamos a los que habían desembarcado. Los llevé para el cuartelito de Trinidad, donde yo sabía que estaba el Comandante en Jefe. Cuando esta gente vio a Fidel se desmayaron. También se encontraban Celia Sánchez y Juan Almeida. Con esto terminó la Operación Santo Domingo. —¿Qué otras actividades realizó en los primeros años de Revolución? —Formé parte de la delegación que, encabezada por el Comandante Camilo Cienfuegos, recorrió algunos estados norteamericanos en 1959. Igualmente participé en los combates contra los mercenarios de Girón. Fui Director de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos en El Caney de las Mercedes, en Oriente. Intervine en el rescate de las víctimas del ciclón Flora y dirigí las obras de construcción del balneario Elguea, en Las Villas. —¿Participó en la búsqueda de Raúl cuando se perdió en la Ciénaga de Zapata? —Eso ocurrió a fines de mayo de 1959. El hoy traidor Pedro Luis Díaz Lanz, en aquel entonces Jefe de la Fuerza Aérea, se había perdido pilotando un helicóptero en la Ciénaga de Zapata. Raúl, al igual que otros compañeros, salió en su búsqueda en una avioneta, pero al quedarse sin combustible, el piloto tuvo que hacer un aterrizaje forzoso. Me encontraba en Santa Clara cuando escuché por radio la noticia de su de-saparición. Aquello fue impactante. En unión de Antonio Enrique Lussón me monté en una avioneta y nos incorporamos a su búsqueda. Finalmente fue encontrado. Lo esperamos en el Central Australia. Allí se hallaban Vilma y otros compañeros. El encuentro fue muy emocionante. Vino un avión Catalina de la Marina de Guerra a recogerlo. Me fui con él. —Ese avión tuvo problemas. —Efectivamente. Cuando ya estábamos en el aire, el piloto informó que el tren de aterrizaje no salía. Raúl dio la orden de aterrizar en Varadero pero no se pudo. Seguimos hacia Ciudad Libertad. Raúl explicó que no había otra alternativa. Era necesario hacer un aterrizaje de emergencia. Había que jugársela una vez más. Al tocar tierra, las llamas subían hasta el avión pero el piloto logró dominar la situación. Fueron momentos de mucha tensión. Allí fue recibido en medio de una gran euforia por el Comandante Camilo Cienfuegos. —¿Sabía lo que era el socialismo? —Fidel y Raúl fueron quienes me enseñaron lo que es el socialismo. —En el transcurso de la entrevista mencionó que había pertenecido al club de Leones, ¿sigue siendo León? —Al terminar la guerra era un León con los grados de Comandante. Estando de Jefe de la Base Aérea de San Antonio de los Baños se me presentó una delegación de la dirección del club de Leones. Me comunicaron que me querían dar un homenaje. Fui a ver a Raúl y se lo dije; me dijo que aceptara. Acudí a la actividad. No soy orador. Comencé diciendo a mi derecha el León fulano de tal, a mi izquierda el León mengano de tal y el que les habla, el León Filiberto Olivera Moya, contratista. Les expliqué que acababa de bajar de la Sierra con los grados de Comandante, pero como en esa sociedad no se aceptaba al pobre ni al negro y el 20% de la recaudación se iba para los Estados Unidos, presentaba mi renuncia. Yo hablaba sin mirar para ningún lado. Con la cabeza baja. De repente levanté la vista. ¿Y qué me encontré? El salón se había quedado vacío. Solo permaneció un chino que era cirujano en Santiago de Cuba. Se había ido todo el mundo. Me ha-bían dejado solo. Hasta ese día fui León, aunque siempre he sido un león defendiendo a la Revolución. |
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