General de División Néstor López Cuba Ni pelotero ni marinero
LUIS BÁEZ —¿Dónde pasó sus años juveniles?
Provengo de una familia campesina, no campesinos pobres, campesinos medios, teníamos un gran pedazo de tierra. Allí pasé mi infancia y parte de la juventud. Éramos doce hermanos, once de padre y madre y uno que era de mi padre, pero que mi madre lo adoptó. Empecé a ir a la escuela a los siete años, a los nueve no tenía maestro. Regresé a los doce. Vine a coger el sexto grado cuando tenía dieciséis años. No pude seguir los estudios de secundaria pues papá me planteó: "No, la escuela esa es en el pueblo y los campesinos en el pueblo se corrompen, usted coja su machete y su guataca y dedíquese a ayudarme aquí en el campo". —¿En qué trabajaba su padre? —El viejo mío era campesino; nació en el campo, se crió en el campo y murió en el campo. Llegó a tener una buena finca, era un campesino medio, tenía posibilidades. Yo trabajé en la finca. —¿En qué labores? —El viejo le tenía asignado a cada hijo un azadón y un machete. Había que trabajar por obligación, eso era una ley. Sin dejar de hacer los quehaceres de la casa. Entre los diecisiete y diecinueve años piqué caña. También fui carretero y camionero. —¿Para qué centrales cortaba caña? —Para el hoy Ramón López Peña, antiguo Báguanos. Cuando aquello, las exigencias en la caña eran muy violentas. El machetero que lograba cortar doscientas o trescientas arrobas tenía que ser buen machetero, cuatrocientas ya era una cosa extraordinaria. El salario era de miseria. Se pagaba el ciento de arrobas a $1,82. No había machetero que se ganara más de cinco o seis pesos. Estoy hablando de zafras buenas, sin restricciones. —¿Exigían mucho? —Sí, mucho más que ahora. El capataz te revisaba el tronco, el cogollo y si había caña en el tronco o había caña en el cogollo pues hasta ahí llegabas como machetero aunque fuera la colonia del padre, del tío, del hermano. Eso era una ley. —¿En qué lugar lo sorprendió el golpe del 10 de marzo? —En mi barrio. Mi viejo no era político, aunque simpatizaba con la ortodoxia. Eso creó una situación en la familia muy compleja. En esos momentos tenía catorce años. Al producirse el desembarco de Fidel, en mi barrio no existían células del Movimiento 26 de Julio. Estábamos en una posición muy delicada, difícil, pues era un sector del campo muy aislado de todas esas efervescencias políticas, revolucionarias. —¿En qué momento decidió incorporarse al Ejército Rebelde? —Ya en 1957 hago algunos intentos con un vecino para irme a la Sierra. Se lo comentó a mis hermanos. Estos lo amenazaron y le dijeron que si me pasaba algo no podría regresar al barrio. Cogió miedo y se fue. Perdí mi vínculo. —¿Se quería ir por aventura? —No, no. Yo me iba con uniforme verde olivo, con brazalete del 26 de Julio. Eso era espontáneo, voluntario consciente. Formaba parte de mis inquietudes sociales. No había nada de aventura en mi decisión. —¿Qué lo inspiraba a alzarse? —Sabía que Fidel estaba luchando por una causa justa. El ambiente en que me desenvolvía era de revolucionarios, de ortodoxos, frustrados por el golpe de Estado. Al malograrse esa salida me dediqué a buscar a los elementos revolucionarios de las zonas vecinas. Me puse en contacto con ellos. Así me incorporo a una célula del Movimiento. Algunos revolucionarios del barrio empezamos a hacer brazaletes, a vender bonos, en esa actividad transcurrió el año 1957. En el nuevo año intervenimos en los preparativos de la huelga de abril. Incluso teníamos una brigada que llevaba el nombre de Francisco Morazán —patriota centroamericano—, y empezamos a organizarnos. Al fracasar la huelga, un grupito de ocho compañeros de San Germán, con Rodolfo Pupo al frente, decidimos alzarnos. Reunimos improvisadamente algunas escopetas, revólveres, cuchillos, cartuchos y nos incorporamos al II Frente Oriental Frank País. —¿Por dónde entró para el II Frente? —Desde San Germán, por toda la línea del ferrocarril fuimos hasta Alto Cedro, Sao Corona a Sierra de Nipe. Estoy hablando de finales de abril, primeros días de mayo. —¿Qué ambiente se encontró al llegar? —Llegamos en medio de los combates de la ofensiva de verano del ejército de Batista. Pasé un buen susto. —¿A qué se debió? —En esos días se ajustició a un masferrerista que había tratado de infiltrarse en el Ejército Rebelde. Nos confundieron con ese tipo de gente y nos metieron presos. —¿Cómo se resolvió la situación? —Mediante Pepe Ramírez que le hizo llegar un mensaje a Raúl, explicándole quienes éramos y que nos tenían detenidos en Boca de Caoba. Él ordenó a Ernesto Casillas (El Abuelo) que fuera a liberarnos. Fuimos rumbo a Soledad de Mayarí. Ya en libertad me incorporé a las fuerzas de Casillas y fui enviado con varios compañeros a la zona de La Lima, Cupeyar, donde se combatía. —¿En qué momento conoció a Raúl Castro?
Nos presentaron a Raúl, hombre joven, con el pelo amarrado, recogido, con un chivito como barba. Le dije: "bueno, Comandante, nosotros somos de la gente de Casillas que viene de refuerzo" y me respondió: "a propósito, ustedes han llegado a tiempo, cojan un carro y llévense a Machadito —José Ramón Machado Ventura—, que sé encuentra herido en un muslo. Se temía un fuerte ataque del ejército. Lo montamos en un carro y partimos hacia Calabazas. —¿A qué columna lo incorporaron? —Estuve un tiempo con Casillas. Intervine en diversos combates, tanto en las montañas como en el llano. Entre otros, en Janate, San Luis, en dos ocasiones; carretera de Palma Soriano-San Luis, Cueto, Los Palacios. Terminé la guerra en la compañía C Roberto Estévez Ruz perteneciente a la Columna 17 que comandaba Antonio Enrique Lussón. Al frente de nuestra compañía estaba el hoy General de Cuerpo de Ejército Abelardo Colomé Ibarra (Furry). —¿Dónde lo sorprendió el 1ro. de Enero? —Estábamos rodeando el regimiento de Holguín al que debíamos atacar el 31 por la noche, pero por desconocimiento de los prácticos nos demoramos en llegar. En esos trajines nos cogió el amanecer del día primero. Allí nos enteramos de la fuga del tirano. Rápidamente se iniciaron conversaciones con la jefatura del regimiento para lograr su rendición. —¿Permaneció con Colomé? —Me ocurrió algo muy simpático. El último combate en que participo se produjo a dos kilómetros de mi casa. Mi familia sabía que estaba en la Columna 17 y empezaron a indagar para dónde había ido. Les dijeron que rumbo al regimiento de Holguín. Mis hermanos llegaron a buscarme. Entonces, sin decirle nada a nadie, me fui para el cuartel maestre y entregué todos mis hierros. Cuando me marchaba tropecé con el compañero Roberto García Corredera, y me preguntó: "¿Adónde tú vas?". Le respondí: "me voy. El viejo me mandó a buscar. Ya esto se terminó, voy a incorporarme al campo". Él se lo dice a Furry: "López Cuba se va". "Cómo que se va, para dónde se va". "La familia vino y él entregó todo". "¡Qué va! Mándamelo a buscar". "¿Para dónde te vas, dónde están tus hierros?" me preguntó Furry. Le contesté: "nada, que esto ya se terminó, yo me voy. Tengo la finca a unos cuarenta kilómetros de aquí... "No, tú no te puedes ir, tú estás rajado, cómo va a ser eso si esto ahora es cuando está empezando. Batista se fue pero todavía Camilo y el Che están avanzando para La Habana, para la Cabaña y Columbia. Sigue con nosotros y regresarás cuando la situación lo permita". No sé si Furry se acordará de eso. —¿Qué hizo? —Volví al cuartel maestre a buscar mis cosas pero los medios que había entregado no aparecieron. Cogí un fusil, suficiente parque, dos granadas, el resto del equipo de campaña y nos preparamos para marchar con Fidel hacia la capital. Formé parte de la Caravana de la Libertad. Participé en la entrada a La Habana y en el acto celebrado la noche del ocho de enero en el Campamento de Columbia. Después nuestra Columna siguió rumbo al campamento de Managua y empezó mi vida en los tanques. —¿Qué lo llevó a montarse en un tanque? —En los primeros días del mes de enero en una de las visitas que Fidel hizo a Managua, al conocer la buena disciplina que manteníamos los combatientes de la Columna 17, nos dijo: "a partir de hoy cogen los tanques". En Managua radicaba un batallón de tanques que había pertenecido a la dictadura. Algunos guardias viejos nos sirvieron de instructores. Empezamos a dominar un poco la técnica. No se podía tirar con los tanques pues no había polígonos, pero en una nueva visita de Fidel se me acercó un compañero corriendo por la barraca: "López Cuba, López Cuba, el Comandante está buscando a alguien que sepa tirar con el tanque y tú eres el que debes ir. Me presenté ante Fidel y me preguntó: "¿aquí se puede tirar?". Le respondí que nunca habíamos tirado con el tanque pero sí con el resto de las armas. Entonces me dijo: "bueno, vamos a meternos ahí dentro, tú me explicas lo que tengo que hacer". Me ericé. Entré con él en el tanque. Ya había aprendido a manejar los mecanismos. "Bueno, vamos a tirar", me anunció. Cargo el cañón. Le informo que ya está listo. Disparó dos o tres cañonazos contra una loma. A los quince o veinte días regresó. Al parecer se había quedado impresionado con el tanque, el cañonazo. Cuando llegó mandó a buscar al sargento que había estado con él en el tanque. El Sargento era yo. —¿Para qué lo mandó a buscar? —Al verme me planteó que él iba a tirar desde un tanque y yo desde otro. Empezamos una emulación fraternal. Había un poco de palmas en la ladera de la loma. En un momento determinado mandó a suspender el fuego. Entonces, me dice: "está bueno ya. Quedamos tablas. Además estamos violando la Constitución, la palma es el árbol nacional. En ese momento recordé que en el campo, para tumbar una palma, había que tener un permiso, si no te ponían cinco pesos de multa. —¿Lo volvió a ver? —Sí. Después estando en la escuela de las unidades blindadas se anunció que con motivo del aniversario del 26 de Julio se iba a efectuar un desfile en el Malecón donde participaría la aviación, los tanques y otras armas. A la hora de partir faltó uno de los conductores de los tanques y me mandaron a buscar para que lo condujera. Al llegar al Malecón situamos los tanques en la Avenida del Puerto. Allí se apareció Fidel. Primero tiró con los 105 milímetros y después con los 37 milímetros. Al terminar, se dirigió a donde estaban los tanques y al verme se metió conmigo dentro de uno de ellos. Hizo varios disparos y, sorpresivamente, comenzaron a tirar desde diferentes sitios hasta con fusiles. Una gaviota asustada que pasaba frente al muro fue objetivo para los indisciplinados tiradores. Fidel incluso desarmó a un combatiente que con una ametralladora San Cristóbal, tiraba al intrépido pájaro que se atrevió a cruzar aquel torbellino de fuego. Mandó a suspender el ejercicio y ordenó retirar los tanques. En el camino de regreso al campamento, al llegar a Boyeros y 51, descubrí que mi tanque tenía un proyectil de 77 milímetros en la recámara sin disparar. Por suerte no pasó nada. Ya en Managua seguí mi curso. Fui el primer expediente. Al terminar me quedé como profesor en la escuela. Impartía táctica y tiro, muy rudimentariamente. Seguía siendo Sargento. —¿En qué momento comenzó a llegar la ayuda del exterior? —En octubre de 1960 empezó a arribar la técnica soviética. Decían que era de Checoslovaquia, pero eran tanques rusos T-34 y SAU-100. El comandante Guillermo García me planteó que escogiera las mejores dotaciones de los dos cursos de tanques americanos que se habían efectuado y organizara el primero de tanques soviéticos. Seleccioné veintinco dotaciones. Cuando aquello, le decían Capitán-alumno al Jefe del curso y yo era Sargento y Capitán-alumno. Empecé a trabajar con los soviéticos, que supuestamente eran checos. Los soviéticos hacían mucho énfasis en la táctica. Esa era la tarea más compleja. Ese periodo de trabajo fue muy intenso. Lo que aprendíamos en la mañana, con los instructores soviéticos, lo teníamos que enseñar en la medida de nuestras posibilidades al resto de los compañeros por la tarde. En diciembre de 1960 fui ascendido a Segundo Teniente. Nuestro curso, aún sin concluir, fue interrumpido por la movilización de enero de 1961, como resultado de la toma de posesión de John F. Kennedy como presidente de Estados Unidos. Esa situación se extendió hasta finales de enero y concluyó con un desfile en la Plaza. En el mes de febrero realizamos el tiro de combate en Guanito, en Pinar del Río. Con esto finalizó el primer curso de tanques soviéticos. Con esas dotaciones se formaron las primeras unidades de tanques. El Comandante en Jefe decidió que esas unidades, con los tanquistas más preparados y experimentados, se enviaran hacia los lugares más sensibles. Una compañía para Isla de Pinos, una para Oriente y otra se destinó para Pinar del Río. Mientras tanto, en Managua, preparamos el segundo y tercer cursos, pues, como es conocido, de la URSS seguía llegando técnica y teníamos un centenar de tanques metidos en los montes. Con la escuela se podía resolver cualquier situación que pudiera surgir en la capital. Así lo hicimos. —¿En qué situación se encontraban en abril de 1961? —Contábamos con muy pocas tripulaciones de las que habíamos preparado integralmente y que procedían de los tanques americanos, ya que en la escuela se preparaban tres elementos por tanque, sobre todo en el T-34: artillero, jefe de tanque y conductor. Ya dos meses antes de terminar el curso se tenían dos elementos nuevos: soldados que se preparaban como cargador y como tirador de proa, que era correcto. Esas tres categorías requieren más preparación, más intensidad en el estudio, que ya los otros son dos elementos de la dotación, a quienes se le enseñaban los tipos de proyectiles, como resolver interrupciones. En medio de esos cursos, sin terminar su preparación elemental, nos sorprendió Girón. —¿Dónde se encontraba cuando Girón? —En Managua. En esos momentos teníamos tres hombres por tanque, que ni siquiera habían hecho el ejercicio de tiro básico y de conducción. La gente tiró el primer cañonazo de su vida en Girón. Nos salvó que habíamos traído una columna que estaba en Isla de Pinos para que se integrara al próximo curso que se iba a iniciar a mediados de abril, y la decisión que se tomó el dieciséis por la noche, fue de completar los dos hombres que le faltaban a cada tanque con esa gente que habían llegado de la Isla. Los tanquistas que fueron a Girón aprendieron los elementos rudimentarios un poco en el camino. Esa es la situación en que nos cogió Girón. —¿Qué órdenes le dieron? —Salir con un batallón de tanques hacia Matanzas y que allí me darían las instrucciones. No me hablaron nada de desembarco, ni de lo que estaba pasando. Hubo que buscar zorras para poder trasladar los tanques. Cuando aquello, el parque norteamericano que existía en el país para mudar equipos pesados era deficitario y con bastantes problemas técnicos de piezas, neumáticos, etc.. Solo se pudieron resolver cinco zorras. En conclusión, debíamos salir con quince tanques y solo salimos con cinco. La idea era que en el resto del transporte que siguiera apareciendo, se fuera trasladando para Matanzas, con la variante de que si no aparecían las zorras, por su eje empezaran a moverse. En el camino tuvimos varios inconvenientes e incluso nos ponchamos. Al llegar a Matanzas nos ordenaron seguir para Jovellanos. —Ya en Jovellanos, ¿qué ocurrió? —Nos mandaron a estacionar las cinco zorras con los cinco tanques alrededor del parque. Organizamos la instrucción al personal. Creamos un punto de estudio con la ametralladora, con las municiones para enseñarles arme y desarme. Esa era la situación que teníamos en la mañana del 17 de abril de 1961. En un momento determinado, me mandaron a presentarme al cuartel. —¿Con qué objetivo? —No me lo dijeron pero me llevé la gran sorpresa de la vida. —¿Cuál fue la sorpresa? —Encontrarme con el Comandante en Jefe. —¿Qué estaba haciendo? —Fidel hablaba por teléfono. Daba instrucciones: "preparen la artillería antiaérea, movilicen fuerzas, batallones de milicia". Después supe que era con el Punto Uno radicado en el Nuevo Vedado, en la capital. Por la conversación me percaté de que se ha producido un desembarco por varios puntos: Girón, Playa Larga, Palpite, Soplillar. En ese instante me enteré de lo que estaba ocurriendo. En medio de esa situación me dije: "coño, hay un desembarco parece que vamos a combatir". Cuando él terminó de hablar se viró para mí y para Harold Ferrer, que era el Jefe de la Columna 1 José Martí. Me reconoció y preguntó: "¿Oye, pero tú no eres el tanquista del 59?, nosotros nos hemos visto, nosotros nos conocemos..." Sí, Comandante, lo que pasa es que hace tiempo no nos veíamos. Nos explicó que los mercenarios tenían bajo su control a Playa Larga y que había que sacarlos con la mayor rapidez, combatirlos sin tregua. Ese encuentro se produjo alrededor de las cuatro de la tarde. También nos dijo que las intenciones del enemigo eran de establecer un gobierno provisional en Girón con el apoyo de los norteamericanos y de la Organización de Estados Americanos (OEA). Igualmente nos comunicó que el capitán José Ramón Fernández estaba en Palpite y que la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas y la artillería, combatían desde las primeras horas de la tarde y que al llegar Fernández nos daría más información y mapas. —Recuerdo haberlo visto en la entrada de la Laguna del Tesoro cuando Fidel le daba las últimas orientaciones. —Sí. Fidel quería montarse en uno de lo tanques. Hubo que discutir fuertemente con él para impedírselo. Nos recalcó una vez más la importancia de la misión y que era imprescindible tomar Playa Larga para, posteriormente, darle el golpe definitivo a los invasores en Girón. Fernández me habló lo que sabía del enemigo. Cómo se encontraba la situación. Mapas no nos pudo dar, pues no contaba con suficientes y los pocos los usaba en la dirección de las acciones. También Fernández me dijo: "no tengo forma de comunicarme contigo". Decidimos dejar un tanque para que nos sirviera de comunicación. Iríamos solamente con cuatro tanques. —¿Qué le dijo a sus subordinados? —Orienté al conductor que no se podía salir de la carretera porque caeríamos en la ciénaga. Detrás de cada tanque iba una escuadra de la gente de infantería. A la hora de la salida, el hombre que debía ir en el primer tanque me planteó que se sentía mal y me pidió que lo dejara en el tanque que se quedaría de enlace. El resto de los tanquistas eran más bisoños, tenían menos experiencia. Decidí montarme en el primer tanque. Ordené quitar los tanques auxiliares. En el momento de ponernos en marcha se me orientó que un jefe superior nos acompañara. Eso me obligó a dejar en tierra al jefe de uno de los tanques. —Se montó Flavio Bravo... —Exactamente. En el cuarto tanque. Este tenía una estación de radio 1O-RT. Cuando usted le tiraba placa, si le dejaba la tecla tirada, interrumpía las comunicaciones completas. La clave era "Naranjo", acompañada de diferentes números. No llevábamos ni luces, ni bengalas. Ya era de noche. En el cielo había más estrellas que nunca. —¿Dónde chocó con el enemigo? —A la altura donde se encontraba combatiendo la Escuela de Responsables de Milicias. A partir de ese momento no tuvimos más comunicación entre nuestros tanques. En el primer contacto con el enemigo Harold perdió como doce o trece hombres entre muertos y heridos. La infantería se desplazó hacia los laterales, hacia la maleza. El avance de ellos se hizo más lento. Como me encontraba en medio de la carretera mi avance tenía que ser a mayor velocidad, pues a medida que me fui acercando a la zona de combate, comencé a recibir el fuego de las ametralladoras 50, fusilería y medios antitanques con que contaba el enemigo. Cada vez que me detenía veía que el fuego era más intenso. Iluminaban la carretera con morteros, bengalas. Decidí entrar a cañonazos. —¿Por qué razón? —Para poder abrirme camino. Todo eso en medio de una gran preocupación, debido a que el resto de los tanques se estaban quedando rezagados. Al sobrepasar la Escuela de Milicias empiezo a entrar dentro del sistema de fuego del enemigo. Un cañonazo me arrancó la estera. Me perforaron el cañón. Caigo en la cuneta. Aquello fue una tragedia. Decidí abandonar el tanque. Hice varios intentos por salir, pero el fuego enemigo me lo impedía. Finalmente lo logré. Comencé a arrastrarme para alcanzar los otros tanques. Mi sorpresa fue mayor cuando me percaté de que el enemigo estaba atrincherado entre mi tanque y el resto de las fuerzas que se encontraban en la profundidad. Me subí en el tanque que venía detrás. No me querían abrir la escotilla pues pensaron que eran los mercenarios. De repente el enemigo hizo fuego con todo contra ese tanque. Salté a la carretera y busqué el tercero, en el que logro entrar. Su Jefe era Israel Neira, quien en unión de su tripulación, estaba tratando de resolver una interrupción. En medio de esa situación el segundo tanque dio marcha atrás y chocó con el nuestro. Ordené retroceder. Nos despegamos del tanque que nos había chocado. Lo sobrepasamos por la derecha, y marchamos velozmente tirando con cañón y ametralladoras hasta la plazoleta de Playa Larga, cuidando no darle un cañonazo al tanque nuestro que había quedado averiado en la cuneta, pero con una pequeña señal de luz roja encendida en la torreta, para identificación nocturna. Después de girar en circulo en la plazoleta de Playa Larga, nos dirigimos a mi tanque y cuando bajé para subir al mío, una ráfaga de ametralladora rebotó en la torreta, hiriéndome, y quedé tendido en la tierra. —¿Qué tiempo estuvo en el piso? —No tengo idea. Recuerdo que sentí a hombres muy cerca, hablando, y pensé que eran mercenarios y no me moví hasta que distinguí la voz de Harold y de Flavio que se había bajado del tanque y seguían a pie con la infantería. Al verme herido me mandaron para el central Australia. —¿Dónde lo hirieron? —En el brazo derecho y algunos fragmentos pequeños por el cuerpo. Ya en el Australia me curaron e hicieron placas. Al detectar que tenía un proyectil en el brazo me trasladaron para el hospital de Jagüey con la intención de evacuarme para Matanzas y operarme. En la madrugada del diecinueve me enteré por un tanquista herido, del avance de nuestras tropas hacia Girón y en la mañana de ese propio día decidí irme del hospital. —¿En qué momento llegó a Girón? —El diecinueve en horas de la tarde. Ya se había formado el despelote de los mercenarios. Girón estaba en nuestras manos. Al siguiente día volví para Playa Larga. —¿A qué volvió? —Fidel nos ordenó que lleváramos varios tanques a Playa Larga para evitar un nuevo desembarco. También nos mandó a situar fuerzas en Caleta del Rosario. A lo lejos se veía el Houston. —¿Estaba junto a Fidel cuando lo hundió? —Sí. Formaba parte de un pequeño grupo. También estaba Lussón. Fidel al verme me preguntó cómo se había de-sarrollado el movimiento de los tanques. Cuando se lo estaba narrando empezó a llegar la gente diciendo que del Houston estaban tirando e incluso habían herido a un compañero. El no quería tirarle, pues ahí venía la logística de la Brigada mercenaria. "Ahí lo que viene es mucho, tenemos que saber que es lo que trae ese buque", comentaba Fidel. Fue tanta la insistencia, que Fidel dijo: "bueno, anda, prepárame un tanque". Se preparó un T-34 y un SAU. Al ver que estaba herido ordenó que me evacuaran. Tenía fiebre, escalofríos. Había miedo de que se me fuera a formar una gangrena. Aunque Fidel avanzó en el T-34 le disparó al Houston desde el SAU-100. Después se comprobó que en el barco no había ninguna persona. Al regreso de Girón me hicieron Capitán. —¿Dónde lo destacaron? —Me pusieron al frente de las Fuerzas Blindadas y me encargaron organizar las primeras unidades de tanques. En enero de 1962 me enviaron a la URSS a pasar mi primer curso de oficiales. Me especialicé en tanques. Con los años pasaría nuevas escuelas en Cuba y en la Unión Soviética, incluyendo la Academia Superior Voroshilov. Posteriormente desempeñé diferentes responsabilidades, hasta octubre de 1973 en que viajo a Siria. —¿Con qué misión? —Al frente de un batallón de tanques. Después se incrementó a un regimiento. Al frente de la misión se encontraba César Lara Roselló. Eso fue a raíz de la guerra entre Siria-Egipto-Israel. —¿Llegaron a combatir? —No. Mantuvimos una unidad casi un año en el frente. Era un pelotón de tanques. Se produjeron algunos duelos de artillería. Nos averiaron dos tanques. Vivíamos en un hueco, en una chabola, en condiciones de campaña. En febrero de 1975 regresamos a Cuba. Me habían ascendido a Comandante. A los diez meses partí nuevamente en misión internacionalista. —¿Adónde? —A Angola. Al frente de un regimiento de tanques. Al llegar me mantuvieron un tiempo en la reserva. Cuando se avanzó hacia Nueva Lisboa y posteriormente hacia el sur, me pusieron al frente de la columna que había tenido Raúl Díaz Argüelles y que mandaba el Primer Comandante Calixto Rodríguez Proenza. Participé en diferentes combates. La mayor parte del tiempo permanecí en el monte, avanzando hacia el sur, en tanque, en columna, durmiendo poco. En marzo de 1976 llegué a la frontera con Namibia. Nuestra columna fue la primera que hizo contacto con los sudafricanos en la frontera. Ya en octubre, estaba de vuelta en La Habana. —¿También estuvo en Nicaragua? —Sí, de Jefe de Misión. Es la tarea más compleja, difícil, peligrosa, y riesgosa que he tenido. —¿En qué sentido? —En Nicaragua se produce un fenómeno, y es que allí había una guerra irregular, de esas que uno no sabía nunca con precisión donde estaba el enemigo. Teníamos centros de instrucción regados por toda la zona de guerra y nuestra política era de que esa gente había que visitarlos y apoyarlos permanentemente. Viajábamos en tres o cuatro vehículos por caminos donde había emboscadas, terrenos minados. A veces volábamos en helicóptero a baja altura, por arriba de las copas de los árboles, entre montañas enormes o en una avioneta AN-2. En una ocasión perforaron el helicóptero de escolta. Nos estábamos jugando la vida diariamente. —¿Cómo le fue en el asesoramiento al ejército? —Esa fue otra tarea compleja y de mucho contenido político. Es mucho más fácil combatir que asesorar. Teníamos la experiencia del asesoramiento soviético. Nosotros no podíamos imponer criterios. Había que ser muy cuidadoso, muy consecuente, puesto que uno tenía preparación militar superior, pero no podía desconocer su experiencia guerrillera. Además, los nicaragüenses son muy valientes, combativos. Sin duda de ningún tipo puedo decir que esos tres años y tres meses que permanecí en Nicaragua, fue la misión más compleja en lo político y más difícil y riesgosa, en lo militar, que he tenido. ¿Qué importancia le concede a ser Jefe de la Dirección Política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias? —Jamás esperé esa designación. Me sorprendió. Es la tarea más delicada que me han asignado en las Fuerzas Armadas. Además, no estaba preparado mentalmente. El trabajo político es muy complejo, porque es trabajar con la psicología del hombre, convencerlo de la justeza de nuestra causa, la importancia de la defensa, de la disciplina militar, que es un factor sin el cual no hay fuerzas armadas. El soldado tiene, en primer lugar, que respetar al jefe, pero también quererlo, sentirse seguro de que su jefe se preocupa por sus condiciones, preparación, descanso, recreación, estado anímico; en tiempo de paz. Si eso se logra en tiempos difíciles, en caso de guerra tiene gran parte de la victoria asegurada. El jefe que no logre eso, no puede dirigir un colectivo, ni en la paz ni en la guerra. Hoy la tarea es mucho más complicada debido a la situación que vive el país, pero tenemos la suerte de que Fidel es nuestro político principal. Él, al igual que Raúl, desempeña un papel fundamental en el trabajo político. Ellos mantienen una preocupación constante por el hombre, por sus condiciones de vida, por la preparación de los cuadros, o sea, que eso nos alivia un poco la tarea. —¿Pensó en el algún momento ser militar? —No. En la juventud mis deseos eran llegar a jugar pelota profesional. Me hicieron ofertas pero nunca llegaron a cuajar. Tenía buen brazo. No era un mal pitcher. Después del triunfo de la Revolución mis intenciones fueron optar por una plaza en la Marina de Guerra, debido a que me gusta mucho el mar. Finalmente, no fui ni pelotero ni marinero, sino tanquista. |
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