Vicealmirante Pedro M. Pérez Betancourt

Recordar de dónde surgimos

De niño, a Pedro M. Pérez Betancourt no le gustaba meterse en los ríos. Tenía miedo, pues no sabía nadar. Sin embargo, aquel muchacho le perdió el temor al agua y el mar se convirtió en parte indisoluble de su vida.

A los pocos días de haber triunfado la Revolución, se incorporó a la Marina de Guerra. Lleva más de cuatro décadas ligado al mar; a ese mar que nada le gustaba de niño y que hoy es su pasión.

Hombre extremadamente gentil, la conversación resultó muy agradable. Navegamos durante algunas horas por las aguas de su vida

LUIS BÁEZ

— ¿ Qué día nació?

— El 10 de agosto de 1940.

— Es Leo. Igual que Fidel.

— Sí.

— ¿Cuántos hijos tiene?

— Siete: tres varones y cuatro hembras. Cinco nietos y una biznieta.

— Hábleme de su infancia.

— Mi infancia, al igual que la de muchos niños cubanos, se desarrolló en condiciones bastante difíciles. Nací en Iberia, caserío que está entre Gibara y Holguín, en un municipio que llevaba el nombre de Auras.

Soy el mayor de cuatro hermanos: dos hembras y dos varones. Vivíamos en un bohío de piso de tierra. El forro de la casa era de tabla de palma. En la parte trasera estaba la cocina.

Asistí a una escuela rural que se encontraba a un kilómetro de donde vivía. No se me ha olvidado el nombre de la maestra: Ana Mirta Marmona Ochoa.

Ella nos hablaba mucho de José Martí y de los héroes de nuestra independencia. Era una buena persona.

— ¿Su padre en qué trabajaba?

— En el campo. Yo también trabajé en el campo. Siempre recuerdo el primer terreno de frijoles que regué. Después papá me llevó a ver cómo había nacido el frijol.

El era pequeño agricultor. Trabajaba las tierras de mi abuelo. Me imagino que eran entre cinco y seis caballerías.

Abuelo, a medida que los hijos se fueron casando, les daba un pedacito de tierra, construían ahí mismo su casa y se quedaban trabajando

El dueño de la bodega era uno de los hombres más importantes del lugar. Era quien compraba las cosechas y fiaba en base de lo que veía en el campo.

Entonces te abría una cuenta de treinta o cuarenta pesos. La gente se veía obligada a venderle los frijoles a él. Siempre estábamos empeñados.

Cuando papá tenía una buena cosecha la ocultaba, para venderlos a mejor precio en Holguín o en otra ciudad. Era una situación bastante difícil.

— ¿Vivió siempre en el mismo sitio?

— No. Debido a la mala situación que existía en el campo mi padre decidió mudarse con toda la familia para el central "Delicias". En tiempo de zafra trabajaba en el central. Ya en "Delicias" terminé el sexto grado. Ahí finalizaron mis estudios.

— ¿Por qué?

— Mi familia no tenía dinero para pagarlos. La situación económica era muy difícil. Solo se trabajaba el tiempo que duraba la zafra.

En ocasiones no teníamos ni siquiera el dinero para pagar el pasaje hasta Puerto Padre.

En esa situación aprendí el oficio de tabaquero. Empecé a trabajar en un chinchal. Al año me comenzaron a pagar a veinte centavos el ciento de tabaco. Llegaría a cobrar hasta cuarenta centavos. Así me hago tabaquero en el central Delicias.

— ¿En qué momento se incorporó al movimiento revolucionario?

— Después del ataque al Moncada se organizó el Movimiento 26 de Julio en Delicias. Mi padre formó parte del mismo.

Empecé a participar como oyente en las reuniones. Las primeras actividades que me encargaron eran las de transmitir recados o llevar mensajes.

Por el compañero Guillerno Domínguez, dirigente de la juventud ortodoxa en el central Delicias, me incorporo de lleno al Movimiento. Domínguez murió combatiendo en la Sierra Maestra.

Participo en la huelga del 9 de abril. Así como en el desarme de un sereno. Al parecer, hubo una delación, pues un amigo nos advirtió que en el cuartel de la Guardia Rural había una lista de sospechosos. Entre esos jóvenes que iban a detener me encontraba yo.

Ante esa información decido irme de Delicias. Me marcho rumbo a Holguín. En el camino me percato que hay una persona que me seguía.

— ¿Cómo lo notó?

— Al salir del central ese señor se montó en la misma máquina de alquiler en que yo viajaba.

Al llegar a Velasco me cambio de carro y él también lo hace. Al llegar a Aguas Claras me pregunta que para dónde yo iba. Le respondí que para Gibara.

Entonces, el hombre me mostró un carné del SIM y me dijo: "Recuérdate de mí". Y me dejó ir.

De Holguín sigo camino para una finca que está en Aguara, en Victoria de Las Tunas. Hago contacto con una tropa de escopeteros que hay en la región.

Al jefe se le conocía como "El Abuelo". Ahí permanezco unos días. Posteriormente en unión de varios compañeros me dirijo a un lugar conocido como "Aguacatico". El que estaba al frente de ese grupo le decían "El Mexicano".

En este campamento somos sorprendidos por el ejército. El fuego fue tremendo.

Estábamos en desventaja. Logramos salir del lugar. De todas maneras perdieron la vida ocho combatientes.

Nos mantuvimos unos quince días en la zona de Tunas, cerca de un lugar conocido como Nazareno. Entonces, el Movimiento decidió enviarnos para la Sierra Maestra.

Como a los diecisiete días de estar caminando, llegamos al cruce de la carretera entre Veguitas y Barrancas. Tropezamos con la tropa de Lalo Sardiñas.

Estando allí, arribó una tropa rebelde comandada por Rafael Verdecia conocido como " Pungo". Era hermano de Angelito, que había muerto en la toma de Estrada Palma.

Hablo con "Pungo" y le planteo que no me sentía bien, pues no tenía mucha actividad y que quería pasarme a su tropa. Así es como llegó a ser miembro de la columna 1 del Primer Frente de la Sierra Maestra.

— ¿Con qué grados terminó la guerra?

— De soldado.

— ¿Cómo ingresó en la Marina?

— Después del triunfo revolucionario vengo para La Habana como miembro de la Columna 1.

El 9 de enero nos acuartelamos en el campamento de Managua. Hoy, en ese lugar, hay un museo.

Existía la disyuntiva de qué íbamos a hacer los soldados rebeldes.

El Comandante en Jefe planteó la necesidad de que nos pusiéramos a estudiar para prepararnos para el futuro.

Estando en la oficina del Comandante de la Revolución Juan Almeida, en Managua, me entero de que en el Mariel existía una escuela para pilotos. Le pedí que me mandara para allá.

Como era de la Columna 1 tuve que ver a Celia Sánchez para que me autorizara el traslado.

El documento que me da Almeida decía: Se traslada al soldado del Ejército Rebelde, de la columna 1, Pedro Pérez Betancourt, como cadete de la aviación de la Marina de Guerra.

Por aquellos días se cierra la escuela de pilotos navales. Entonces, me encuentro con el dilema de que la carrera que iba a estudiar es eliminada. En esa situación nos encontrábamos quince compañeros. Hablan con nosotros y nos convencen de que ingresemos en la Academia Naval. Antes nos dieron un curso de nivelación cultural durante un año en El Morro.

Lo primero que pasé fue una escuela de marinos. Salí graduado como marino regular.

La navegación se estudiaba, una parte en Baracoa y la otra en el Mariel. Así, buscando ser piloto, me hago marino.

— La primera vez que montó en barco, ¿se mareó?

— Bueno, no precisamente en la primera, pero sí después de algunas salidas, en una travesía en el crucero Cuba, había una marejada muy grande y me mareó.

— ¿Qué estudios militares ha cursado?

— Guardiamarina, Comandante de buque, torpedera y lancha cohetera.

— ¿Dónde estudió?

— En Cuba y en la Unión Soviética. En este último país permanecí dos años en la Escuela Superior de Guerra en Leningrado y otros dos años en un curso de recalificación como submarinista en Riga.

Este curso, en la antigua URSS, nos ayudó a asimilar y perfeccionar nuevas técnicas en el manejo de los submarinos.

— ¿Qué se siente cuando se está dentro de un submarino?

— Tremenda seguridad.

— ¿Por qué esa seguridad?

— Después que se estudia a los submarinos y se conocen, se percata de que el submarino es uno de los medios de navegación más seguros que existen y fundamentalmente desde el punto de vista combativo tiene posibilidades de atacar al enemigo en forma sorpresiva.

Además, tiene mucha vitalidad, capacidad de sumergirse y emerger, o sea, está diseñado para eso, y las condiciones y posibilidades de realizar el salvamento de un submarino son muy fuertes.

Al estar bajo el agua tiene la posibilidad de realizar por emergencia el salvamento.

Los compartimentos son completamente herméticos y esto le da una posibilidad muy superior de no hundirse en relación con los buques de superficie.

— ¿Cuénteme algunas de sus experiencias en el mar?

— Estando de Jefe de una escuadrilla de lanchas torpederas komsomoles, eran las que se empleaban contra las naves piratas, me comunicaron que debía estar listo para salir a combatir.

Estábamos basificados en el Puerto de Cabañas. Había una marejada bravísima, Fuerza 5, como se llama en términos marinos. Ese tipo de lancha estaba diseñada para navegar hasta Fuerza 4. Los pronósticos eran que resultaba imposible hacerse a la mar.

Me mandaron a buscar al Puesto de Mando. Cuando llegué, me encontré que estaba el Comandante en Jefe. Le informaron que yo era el jefe de esas unidades.

Me puso el brazo por encima de los hombros. Me explicó que la misión consistía en la captura de un barco pirata y me preguntó: ¿Tú puedes salir?

Ahí mismo se cayeron los pronósticos. Le respondí que sí. Entonces me dio instrucciones de cómo debía realizarse la operación. Eso debe haber sido a finales de 1964 o principios del 65.

— ¿Cogieron el barco pirata?

— No.

— ¿Se trataba del Rex?

— Pienso que sí.

— ¿Cuál fue la causa?

— No apareció en la dirección que se esperaba.

— ¿Qué otros hechos recuerda de su vida de marino?

— En una ocasión me enviaron a una línea de vigilancia en las proximidades de la costa norte de Matanzas. Era Comandante de una lancha torpedera.

A los cinco o seis días se presentó un frente frío muy fuerte. No existían las comunicaciones que hay en la actualidad.

Decido entrar a Cárdenas para llamar por teléfono al puesto de mando. Imagínate la clase de bronca que me echaron.

Al producirse el secuestro de los pescadores en la zona de Bahamas, se envió un grupo de buques de combate para la región.

Establecimos una línea de vigilancia e inspeccionábamos todas las embarcaciones que iban rumbo a Cayo Hueso previendo que fueran a trasladar a los pescadores hacia ese lugar.

Fue una experiencia muy interesante porque estábamos fuera de nuestras aguas jurisdiccionales.

— ¿Prestó ayuda internacionalista?

— Sí. En Siria.

— ¿En qué año?

— En 1975. Formé parte de la brigada que se mandó a ese país. Estuve en la zona de Rajaibe cerca de Damasco. No llegamos a entrar en combate.

— ¿En qué momento conoció a Raúl Castro?

— La primera vez que lo veo personalmente es en nuestra graduación en el año 1963. En ese momento él planteó que nuestra Marina de Guerra debía ser pequeña, veloz, potente y de una alta maniobrabilidad. Lo que somos hoy en día.

El Ministro de las Fuerzas Armadas es una persona que educa, enseña y es tradicionalmente sensible a los planteamientos que se le hacen. Es un revolucionario que da confianza. Siempre dice las cosas de frente. En situaciones tensas, cuando aparecen Fidel o él, te dan seguridad en la victoria.

— ¿Qué significa ser Jefe de la Marina?

— Una responsabilidad y un compromiso extraordinario.

— ¿Está bien preparada nuestra Marina de Guerra?

— Nuestra Marina de Guerra está diseñada de una manera que es capaz de cumplir todas las misiones que se le planteen. Su capacidad combativa es de primera.

— Su vida ha estado ligada a la Marina.

— Totalmente.

— De simple soldado el 1ro. de Enero de 1959, ha llegado al grado de Vicealmirante. ¿Qué ha significado eso para usted?

— El haber llegado a Vicealmirante (General de División) es un honor y compromiso muy grande con nuestro pueblo, que nos obliga a una entrega total en la defensa de los intereses de la Revolución.

Es muy importante no olvidar nuestro origen. Que el hijo de un campesino pobre, que no pudo estudiar por falta de recursos sea hoy un militar de alta graduación, es algo que solo puede ocurrir con una Revolución.

— El ser Vicealmirante, ¿le da algún tipo de privilegio?

— No. Al contrario. El hecho de que uno tenga un cargo lo que te obliga es a estar más unido con tus conciudadanos. Mi cargo nato es soldado de la Revolución, lo demás son cuestiones transitorias.

Hoy estás en un lugar y mañana te cambian para otra posición. Lo que nadie te va a quitar nunca es el derecho de defender la Revolución con un fusil en la mano.

El relacionarse con sus compatriotas es elemental. Si estás en el CDR tienes que ser activo. Independientemente de las responsabilidades que tengo, me ocupo de participar en las actividades del Comité incluyendo mi guardia.

Es muy importante recordar de dónde surgimos. No puede haber ninguna diferencia desde el punto de vista humano, social, en cuanto a las relaciones con la gente. Hay algunos que han perdido la perspectiva y han desaparecido del mapa.

La única diferencia que puede existir y existe es el salario. Eso depende de la capacidad o el cargo que se tenga.

Un día a mi esposa le preguntaron en una cola si tenía cuota aparte de la que recibía por la libreta. Ella se indignó con la pregunta. Nosotros tenemos las mismas limitaciones que el resto de los ciudadanos. Eso es lo que nos da moral.

La moral le da una gran fuerza al revolucionario. Por eso cuando un revolucionario hace algo mal hecho, pierde toda su moral y no se puede enfrentar a la gente. Entonces tiene que esconderse, y si se esconde deja de ser revolucionario.

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