General de División Orlando Almaguel Vidal Y Fidel me dijo: La caída de un combatiente es para mí la muerte de un hijo El sueño de Orlando Almaguel era ser piloto. La vida lo hizo tanquista. No se arrepiente. A los 47 años, lo hicieron General de Brigada, más tarde lo ascendieron a General de División. Ha sido la mayor sorpresa de su existencia. Conversar con este militar no es fácil. Es introvertido, tímido, cauteloso. A medida que lo fui conociendo me percaté de que tenía frente a mí a un trabajador incansable (Tomado del libro Secretos de Generales) LUIS BÁEZ — ¿Qué edad tiene? —62 años. Nací en Guantánamo, en agosto de 1944. — ¿Vivió mucho tiempo en esa ciudad? —Unos siete años. Después nos mudamos para Santiago de Cuba debido a problemas económicos. En 1957, regresamos a Guantánamo. — ¿A qué edad comenzó a trabajar?
—¿Participó en la lucha contra la tiranía? —Hice algunas actividades, pero no tuve una participación directa. Mi mamá sí estuvo incorporada al Movimiento 26 de Julio en la lucha clandestina. En ocasiones, los laboratoristas de la farmacia, que tenían contacto con el movimiento insurreccional, me entregaban medicamentos para llevarlos a diferentes lugares. Lo hacía sin saber a ciencia cierta que era una actividad revolucionaria. En enero de 1959, cuando triunfó la Revolución, me trasladé para La Habana. —¿A qué se dedicó? —Estudiaba y trabajaba por la noche. —¿En qué? —De sereno, en un parqueo en Galiano y Concordia.
—¿Cuándo se incorpora a la Revolución? —A mediados de 1959, estudiaba en la escuela Felipe Poey, anexa a la Universidad. Ingresé en las milicias. Hacíamos prácticas en los terrenos universitarios. Apenas había cumplido los 15 años. —Ya en las milicias, ¿qué hizo? —Me mandaron para Casablanca. Posteriormente, me trasladaron para Santa Cruz del Norte y formé parte de un pelotón de Comunicaciones en un lugar conocido como Cigarroa. En el mes de diciembre fui movilizado y en marzo pasé la escuela de las milicias El Caribe. Eran cursos de quince días. —¿Dónde estaba cuando Girón?
—Me correspondió cuidar los depósitos de la Refinería Ñico López y las zonas de Tarará y Guanabo. Pertenecía al Batallón 162 de las milicias. En mayo de 1961 me mandaron a pasar una escuela militar. —¿Cuál escuela? —La de tanques de Managua. —¿Para qué le sirvió? —Fue mi primer contacto con la disciplina militar. Conocí la importancia de este armamento y, sobre todo, el espíritu de sacrificio que hay que tener como revolucionario para ser tanquista. De más de 1 000 aspirantes solo ingresamos 300. —¿Qué sintió cuando se montó por primera vez en un tanque?
—Bueno, en primer lugar el tanque es un equipo muy complejo, muy poco conocido y realmente uno siente cierto respeto. Después le coges cariño. Se acostumbra uno al olor del combustible, del humo, de la pólvora y realmente te sientes más hombre, pudiéramos decir, en el buen sentido de la palabra. —Al terminar el curso, ¿qué tarea le asignaron? —Me enviaron a un batallón contra desembarco de tanques a un lugar conocido como Mendoza, en Pinar del Río. Me desenvolvía como conductor de tanques. Permanecí un mes hasta que me mandaron para Isla de Pinos. Esto fue en diciembre de 1961. En la Isla, por mi dedicación y quizás un poco porque me gustaba más el mando que la propia técnica, llegué a ser Jefe de tanque, de Pelotón y Segundo Jefe de Compañía. —¿Qué recuerdos guarda de la Isla? —Muchos. En los días previos a la Crisis de Octubre el entonces Comandante Raúl Castro se reunió con nosotros. —¿Qué les planteó? —Nos pidió estar un año más debido a la situación internacional. Habíamos ido por doce meses. Recuerdo que destacó que nunca un dirigente de la Revolución le había pedido a otro revolucionario, a un subordinado, que cumpliera una misión que él antes, como Jefe, no la hubiese cumplido. Recordó que él había estado dos años preso en la Isla y que, por lo tanto, nosotros podíamos estar perfectamente esos dos años. Todos lo entendimos y nos quedamos. Días después se produjo la Crisis de Octubre. Ya teníamos dominio de la situación. Desde el punto de vista militar, conocíamos la Isla. Más tarde me escogieron para pasar el curso de Cadetes de Tanques. —¿Cómo le fue en el curso? —Bien. Como había tenido mi formación inicial en los tanques tenía ciertas facilidades en los estudios, conocía bastante los aspectos relacionados con esta técnica y por tanto, durante el curso, a pesar de ser fuerte, más o menos dominaba en parte algunas cuestiones y creo que esto contribuyó en cierta medida a que pudiera vencerlo. —¿Con qué notas terminó? —Fui el primer expediente. —¿Le otorgaron algún reconocimiento? —El día de la graduación, el Ministro de las FAR me planteó que como había logrado el primer expediente podía solicitar la Unidad donde quisiera ir a trabajar. Le dije que quería volver a la Isla. Cuando aquello el Comandante José Ramón Fernández era el Director de Escuelas y Academias y me planteó que hacía falta que me quedara para la formación de los cadetes de tanques. Accedí. —¿Qué asignatura impartió? —Fui Jefe de Cátedra de Táctica. Tenía la responsabilidad de la preparación de los tanquistas. —¿Cuándo inició sus funciones en la Retaguardia? —A principios de 1969 la Dirección de Tanques y Transporte, conjuntamente con la de Armamento, se fusionaron con la Retaguardia que se llamaba en aquel entonces Viceministerio de los Servicios, ubicado en El Calvario, donde está actualmente la Jefatura del Ejército Occidental. Ahí comencé mi vida en la Retaguardia, manteniéndome dentro de la especialidad de Tanques y Transportes como Jefe de Sección hasta el año 1972 en que fui designado para cursar estudios en la Escuela Superior de Guerra, actual Academia de las FAR. Cuando concluí los estudios, me incorporé a la Jefatura de Retaguardia, porque se produjo nuevamente la separación de Tanques y Transporte de la Retaguardia, es decir, del Viceministerio de los Servicios. Desempeñé diferentes funciones como enlace con el Ejército Oriental, hasta Jefe de una Sección. En noviembre de 1975 me comunicaron que debía partir hacia Angola. —¿Quién se lo informó? —El hoy General de Brigada (r) Julio Fernández Pérez, que desempeñaba las funciones de Jefe de la Retaguardia, me preguntó si estaba en disposición de ir para Angola. Sólo le respondí: ¿Cuándo hay que salir? Rápidamente me hicieron el pasaporte y demás trámites de rigor. Al día siguiente, 11 de noviembre, partí para Luanda, previa reunión con el Comandante en Jefe en La Cabaña, el cual nos impuso de la situación y nos habló de la importancia de la tarea. —¿Le dieron alguna responsabilidad? —Sí. Me designaron al frente del convoy. Salimos en el buque Viet Nam. Era la primera vez que montaba en barco. Ibamos 800 hombres. Tuvimos que acomodarnos hasta en los pasillos. Todavía no había esa experiencia, que adquirimos después, de la organización y el trabajo con la técnica y el personal. —¿Cuántos buques eran? —Tres. Navegaban con un día de diferencia. —¿Qué día llegaron? —El 28 de noviembre. —¿Cuál fue su primera impresión al llegar a Luanda? —De tremenda sorpresa. Cuando vi aquellos edificios bonitos, una hermosa entrada que me recordó La Habana, me dije: Aguanta ahí. —¿Quién los recibió? —El General de Cuerpo de Ejército Abelardo Colomé. —¿Para dónde fueron? —Al campamento de Grafanil, que era donde estaban los cubanos antes que el de Belas. Me comunicaron que en horas de la noche tendría que informar cómo se iba a organizar el trabajo de la Retaguardia. Ya en Angola se encontraban compañeros de la Retaguardia trabajando en la preparación militar de las FAPLA y lógicamente, conocían una serie de elementos, pero me tocó informar. —¿A qué se refirió? —Analizamos dónde ubicaríamos cada elemento, dónde dislocar la base de abastecimientos, la hospitalaria, dónde tener reservas de medios materiales, cómo organizar el mando. Realmente parecía mas bien una información metodológica. Durante mi intervención fui interrumpido por Colomé, quien me dijo: "Esto no es un entrenamiento". Le respondí que podía tener la seguridad que lo expuesto sería cumplido. También estaban presentes el General de División Carlos Fernández Gondín y el General de Brigada Víctor Schueg Colás. El informe fue aprobado. Al principio, me costó trabajo asimilar los nombres de poblaciones como Dondo, Dalatando, Quibala, Gabela. —¿Qué instrucciones le impartieron? —Ir de Jefe de la Retaguardia de la Agrupación de Tropas del Sur que se acababa de crear. Hice el viaje por carretera. En el camino, fui aplicando las medidas que se habían acordado. Al llegar, me presenté al General de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías (Polo), quien me expresó: "Bueno, está bien, dale, vamos a tomar medidas". Tuvimos que romper todas las normas organizativas; la concepción teórica que teníamos de la Retaguardia. Los conocimientos que habíamos adquirido en la Academia nos sirvieron de mucho, pero vimos que el terreno, el gran dictador de la táctica, nos obligó a cambiar una serie de criterios. Ya teníamos planificado comenzar la operación el 11 de diciembre, que es cuando cayó el General de Brigada Raúl Díaz Argüelles. —¿Lo llegó a ver? —Sí. Me correspondió, conjuntamente con los médicos, evacuarlo. Habíamos preparado las condiciones para atenderlo, pero no se pudo hacer nada. Como a la una de la madrugada, Colomé me orientó que siguiera cumpliendo la misión que tenía asignada. Al siguiente día se produjo el combate de Catofe. Horas antes, habíamos trasladado prácticamente todos los cohetes que estaban ubicados en una vaquería, porque se encontraban muy cerca del borde delantero. Después de este combate, en Quibala hubo una reunión con Colomé en la que el General de Brigada (r) Fernando Vecino Alegret leyó una nota, que por su contenido, me percaté que provenía del Comandante en Jefe. —¿Qué decía? —Nos planteaba la Operación que llevaría el nombre de I Congreso del Partido, que consistía en salir a Santa Comba. Aquí se cometieron algunos errores, principalmente por falta de experiencia, lo cual provocó que Colomé nos criticara. —¿Qué les dijo? —Se refirió a que éramos guerrilleros, que teníamos que pelear fraccionadamente, introducir un grupo en la profundidad, hacerle la vida imposible al enemigo y mientras tanto, ir preparando las tropas. Al terminar la reunión, como a las dos y treinta de la madrugada, nos exhortó a cantar nuestro Himno Nacional. Fue algo muy impresionante. En enero soy mandado a buscar a Luanda. —¿Con qué motivo? —Para informar sobre la situación al hoy General de Brigada Moisés Sio Wong, que había llegado como Jefe de Retaguardia de la Misión. Le entregué la Retaguardia del Frente Sur al Capitán de Navío —ya fallecido— Israel Iglesias Vázquez. —¿Se quedó en Luanda? —Poco tiempo. Me hice cargo de la Sección de Organización y Planificación de la propia Jefatura de Retaguardia de la Misión. Participé en la planificación de la salida de las tropas hacia la frontera con Namibia y regrese al sur a finales del propio mes de enero, formando parte del Puesto de Mando Avanzado de la Misión, que estaba dirigido por Colomé. Avanzamos. Se tomaron toda una serie de poblados hasta salir a Huambo y de ahí bajamos a Sada Bandeira, Ruacana, Rosadas, hasta la firma del pacto en la frontera. En este lapso de tiempo sucedieron hechos muy interesantes, cometimos algunas barbaridades desde el punto de vista táctico. —¿Como cuáles? —Cuando las tropas pasaron el río Queve, prácticamente el puente estaba destruido, fuimos con los ingenieros, hicimos la evaluación y nos dijeron: cuando pase el último tanque se quedan ustedes del lado de acá del río, porque se va a caer. Entonces decidimos pasar la Retaguardia después del Destacamento avanzado e intercalándola entre las fuerzas, la técnica y los principales recursos materiales, fundamentalmente, el combustible. Por la mañana, al amanecer, nos preguntó Polo: "¿Y la Retaguardia dónde está?". Le dijimos: "Ya está del lado de allá del río". —¿Qué importancia tuvo esta decisión? —Permitir que las unidades pudieran continuar avanzando, porque teníamos prácticamente los medios fundamentales de la Retaguardia del otro lado del río. Bajamos hasta Huambo y se realizó la ofensiva en ese contexto. Terminada la ofensiva, en el mes de abril, me mandaron a buscar otra vez de Luanda, para que volviera nuevamente a la Retaguardia de la Misión como Segundo Jefe, estando al frente de esta el General de Brigada (r) Carlos Rodés Moros y Sio Wong se quedó en el sur. Por esos días se tomó la decisión de retirar una parte de las tropas, sobre todo las que habían ido en 1975. Elaboramos los planes de regreso. Hicimos cinco, hasta que adoptamos uno que consideramos óptimo. En unión de otros compañeros, viajé a La Habana a informarle al Comandante en Jefe. —Antes, ¿había hablado con Fidel? —No. Era la primera ocasión. Cuando me encontré frente a él, desplegué mis esquemas y le informé los planes organizativos para el regreso y sus respectivas variantes. —¿Le hizo alguna observación? —Sí. Me puso la mano en el hombro y me dijo: "¿No crees que si traemos los barcos, no en forma de convoy, sino un poco más separados, eso nos permite una mayor cobertura?" Así nos fue llevando, poco a poco, a mejorar y perfilar la decisión y al final expresó: "¿No crees que en vez de traer a la gente por mar debemos traerla por aire? Vamos a planificar una parte también por aire". Bueno, prácticamente la decisión que llevábamos, fue tan perfeccionada, que de ella quedó poco, solo las ideas más generales. Ahí me percaté de la inteligencia, de la modestia, de la sencillez del Comandante. No me decía que no. Me hizo un razonamiento de cada una de las medidas propuestas. Al terminar precisó: "Estoy de acuerdo, solo introduzcan esas puntualizaciones". Al día siguiente nos informaron que el Comandante nos invitaba a comer. —¿Cómo fue el encuentro? —Inolvidable. Estaba contento. Nos narró acciones de la Guerra de Liberación. También se refirió a algunos detalles que no pudo puntualizar antes del desembarco del Granma. Antes de ir a verlo, tuvimos conocimiento de un telefonema que había llegado de Angola. —¿De qué trataba? —Era una información procedente de Luanda en la que se comunicaba que en Cabinda, el Puesto de Mando, incluyendo a su Jefe, el General de Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa, había caído en un campo de minas. Los Comandantes de la Revolución Ramiro Valdés y Guillermo García, tambien presentes, nos plantearon: No se lo entreguen ahora, él está contento. Después de varias horas de conversación, Ramiro le comentó: Comandante, nuestra historia con tantos hechos, con tantas acciones combativas importantes, muchos compañeros mueren, caen en la lucha. Ahora mismo, acaba de llegar un cable de Angola. —Fidel, ¿cómo reaccionó? —Se quedó mirando fijo a Ramiro. Cogió el telefonema. Lo leyó. Se levantó. Comenzó a dar pasos de un lugar a otro. Sin dejar de caminar nos manifestó: "Nosotros no somos un Ejército regular, somos un Ejército guerrillero, un Ejército mambí y los mambises, cuando el jefe actúa, no pueden llevar su puesto de mando completo, tienen que escalonarse". Entonces, el General de Cuerpo de Ejército Joaquín Quintas le expresó: "Comandante, Espinosa hizo todo lo que tenía que hacer, mandó todos los medios que tenía que enviar delante, el barreminas, todos los recursos. Yo lo hubiera hecho igual, permítame ir a restablecer el mando allí". El Comandante dijo: "Vamos a analizar". Se retiró hacia un pequeño despacho. Nos mandó a buscar uno a uno. Habló personalmente con cada uno de nosotros. Me preguntó: "¿Cuántos años tienes, cuántos hijos? No pueden andar por las carreteras. Tienen que cuidarse. La caída de un combatiente es para mí la muerte de un hijo". En el transcurso del diálogo me preguntó: ¿Qué tiempo vas a estar en Angola? Le respondí: El que usted decida. Entonces me dijo: Hace falta que estén el mayor tiempo posible. Ya ustedes conocen bien el terreno y al enemigo. —¿Volvió para Angola? —Sí. Al llegar me designaron Asesor del Jefe de la Logística de las FAPLA. Estaban dispersos, todavía no tenían una estructura organizativa y funcional y comenzamos a trabajar con ellos, a formar la Retaguardia del Ministerio de Defensa Angolano. En eso estuve desde mayo hasta agosto. Ese propio mes de agosto vine de vacaciones. En el MINFAR, me plantearon que ya había cumplido la misión, que me quedaba en el país. —¿En qué trabajó? —Me nombraron en la Dirección de Transportaciones, como Jefe de una Sección. Meses más tarde me hicieron Jefe de esta Dirección. —¿De qué se ocupaba? —Era la encargada de organizar y planificar el traslado de las fuerzas y medios, según el plan general del MINFAR. —¿Qué misiones le asignaron? —Varias. Los relevos de las tropas en Angola, el traslado de las fuerzas de Granada, la retirada de las tropas de Etiopía, dos operaciones en Nicaragua, donde participo por los puertos de Bluefields y Corinto, asesorando la actividad. Después me tocó una de las más delicadas: la Maniobra XXXI Aniversario que fue el traslado de las tropas para el refuerzo de Angola. —¿En qué consistió esa operación? —En un plazo de 252 días se operaron 29 buques de carga, transportando un volumen de 57 253 toneladas de medios materiales y técnica; y 18 000 pasajeros de diferentes categorías en 144 vuelos. En esa ocasión, fue necesario realizar una operación de rescate en altamar al buque Las Coloradas, el cual quedó a la deriva por averías en sus máquinas, y fue remolcado por el buque Violet Island bajo una fuerte tensión, ya que en él se transportaba un escuadrón de Mig-23 con su aseguramiento. Por aquella época viajé a Angola alrededor de veinte veces. También me correspondió la Operación Victoria que consistió en la retirada de nuestras tropas de este país africano. —¿Cómo fue? —Esa operación fue la que mayor nivel de organización y dirección se requirió. Fueron meses de intenso trabajo, día y noche, pero el cronograma elaborado se cumplió al 100%. Para que se tenga una idea, podemos decir que fue necesario emplear 34 viajes buque de carga, de ellos 13 tipo RO-RO, 9 viajes buque de pasaje y 454 aviones vuelo, transportándose 2 698 toneladas de carga general, más de 700 contenedores y 6 255 medios técnicos. El total de personal transportado fue 80 592. De ellos 52 000 eran de cumplimiento de misión y el resto relevos, vacaciones, etc. Los puertos empleados en Angola fueron Luanda, Lobito, Namibe y Cabinda y en Cuba los de Mariel, Habana, Matanzas, Cienfuegos, Carúpano y Santiago de Cuba. El último barco llegó a Cuba el 14 de junio de 1991, coincidió con el natalicio de Antonio Maceo y de Ernesto Che Guevara y con el día del trabajador portuario. —Desde el punto de vista logístico, ¿qué significó Angola? —Una gran experiencia. Las tropas contaron con todos los aseguramientos. El Comandante en Jefe llegó a mandar hasta helados, caramelos. Se administraban vitaminas. Se enviaba todo cuanto a la tropa le hiciera falta. —¿Participó en la retirada de las tropas de Etiopía? —Sí. También tuve que ver con la operación Solidaridad, la cual se realizó en octubre-noviembre de 1989, mediante una adecuada coordinación de los vuelos internacionales por la ruta Etiopía-Angola-Cuba, empleándose 15 viajes avión con capacidad para 192 personas en cada uno y un buque con 629 pasajeros. Los compañeros de la DAAFAR tuvieron una activa participación. En breve plazo acondicionaron los aviones IL-76 para aumentar la cantidad de personas y el confort en travesía de larga duración. Posteriormente, intervine en la Operación Tributo. —Resultó muy emotiva. —También impresionante. Para trasladar los restos de nuestros compañeros caídos en el exterior fue necesario emplear seis aviones y seis helicópteros en transportaciones internas en el país y 7 viajes avión para los vuelos internacionales. Igualmente, se utilizaron 80 ómnibus Girón adaptados y trece camiones para los traslados hacia Pinar del Río, La Habana y Matanzas. Los compañeros del Grupo de Atención Nacional en la organización y planificación de esta operación, así como el Instituto de Medicina Legal, hicieron un extraordinario trabajo. Tuvimos que aprender muchas cosas sobre el traslado de cadáveres, aunque ya teníamos alguna experiencia producto de los acontecimientos de Granada, cuando los recibimos por Holguín y los trasladamos para La Habana. Fueron momentos muy duros. De mucha reflexión. Ver a tantos buenos combatientes sin vida es algo que golpea profundamente. Yo pude haber sido uno de ellos. Así es la guerra. Toda victoria tiene su precio. Hicimos realidad las palabras de Raúl que de Angola solamente nos llevaríamos a nuestros muertos. —A usted le ha correspondido dirigir la Retaguardia en el periodo especial. ¿Cómo han enfrentado las FAR este problema? —Debido a la visión de nuestros máximos dirigentes, desde varios años antes de la desaparición del campo socialista, en las FAR se comenzaron a tomar medidas para enfrentarnos a un periodo especial en tiempo de paz. No obstante, una cosa es planificar y otra enfrentar la situación real, la cual ha sido indudablemente muy difícil. Pero hemos aprendido a sobrevivir y podemos afirmar, que por el aseguramiento de la Retaguardia, ninguna actividad principal de las FAR se ha dejado de cumplir. Por ejemplo, en la especialidad de víveres se ha logrado asegurar los platos fuertes mensuales y una variedad aceptable, lo que se debe principalmente al desarrollo del programa alimentario en las Fuerzas Armadas. Hemos logrado autoabastecernos en viandas, vegetales, arroz y en la mayoría de los cárnicos. En estos momentos, más del 76% de la alimentación de las tropas en los productos básicos, se asegura con las producciones de la Agropecuaria Militar y se continúa incrementando. —¿Cómo han manejado la situación del combustible? —En ese importante renglón al principio se realizaron también serios esfuerzos y se buscaron alternativas con fuentes nacionales de energía como la leña y el carbón, el gas metano, la paja de caña, la turba y los combustibles convencionales. Hoy se toman otras medidas para el estricto control de los consumos, lo que ha permitido no solamente adquirir una conciencia sobre el uso del combustible, sino también alcanzar mayor eficiencia como, por ejemplo, la remotorización de la técnica de transporte y de combate, a tono con la política que hoy lleva a cabo el país. —¿De qué manera han resuelto el vestuario? —En la esfera del vestuario militar la situación no fue menos compleja. Prácticamente el 100% de los uniformes, del tejido, el calzado, los grados militares, etc., procedían de la Unión Soviética. Nos dimos a la tarea de buscar variantes y es así como modelamos un nuevo uniforme que llamamos de tránsito, el que se puede emplear tanto para diario como para campaña; se introdujo el uso de la bermuda, del uniforme de faena para trabajos con la técnica e ingenieros, labores agrícolas y otras actividades. También se creó un nuevo sistema de grados que se confeccionan a partir de la tinta espumante que resulta mucho más económico y no es necesario emplear el oro que se requería para el baño a las insignias del sistema anterior. Por otra parte, se intensificó todo lo relacionado con la reparación del calzado, el vestuario y la confección en nuestros propios talleres de ropa de cama y de hospital, jabones y detergentes, tinta y betún para calzado y otros recursos. Hoy la situación no es la misma y se trabaja en el perfeccionamiento del vestuario, en medio de las limitaciones que aún atraviesa el país. A su vez, en los Servicios Médicos tuvimos que realizar ingentes esfuerzos al inicio del periodo especial para mantener la calidad de la asistencia médica; baste solo señalar que en determinados momentos los faltantes de medicamentos en el país llegaron a estar en el orden de más de 350 renglones. —¿Qué medidas han tomado en ese sentido? —Hemos desarrollado la Medicina Tradicional y Natural. Ya contamos con 82 especialistas en esta materia y más de 500 profesionales preparados en ella. En nuestras instalaciones hospitalarias, ya se emplea la analgesia acupuntural en estomatología y en intervenciones quirúrgicas; para que tengas una idea, solo en el 2005 se realizaron más de 20 000 operaciones con estas técnicas, incluyendo las oftalmológicas. Lo más importante es que se ha creado una conciencia de que la Medicina Tradicional y Natural no es una alternativa del periodo especial, sino una rama científica más de las Ciencias Médicas y que llegó para quedarse. Estas cuestiones, conjuntamente con el empleo racional del resto de los recursos, han posibilitado mantener niveles satisfactorios de asistencia médica, tanto en los hospitales militares como en las tropas. En esa actividad no se benefician solo las FAR, sino también la población civil, ya que en nuestros hospitales centrales y de ejércitos del universo que se atiende, más de un 80% corresponde a la población civil. Tampoco hemos descuidado lo referente al descanso y la recreación del personal de las FAR y sus familiares, al igual que en las transportaciones militares se han aplicado una serie de medidas para paliar la situación; se comenzó a emplear el sistema de gestión y control de flota mediante la instalación de GPS, que permite un mejor uso de los vehículos y un ahorro de combustible en correspondencia con la política que aplica el país. También hemos apoyado a la Economía en la extracción de mercancías de los puertos, operaciones agrícolas y en otras tareas. Un aspecto significativo que se ha tenido muy en cuenta y que la propia vida ha demostrado su importancia, es que trabajando con un criterio más económico y racional, hemos podido ir creando existencias de medios de consumo que nos permiten asegurar coberturas para casos imprevistos y para cualquier situación extraordinaria que se pueda presentar. A pesar de las difíciles condiciones en que ha sido necesario garantizar los abastecimientos a las tropas, las reservas materiales para la guerra no se han tocado ni afectado bajo ningún concepto, por el contrario, se han incrementado. El periodo especial ha sido para nosotros una gran escuela, hemos obtenido importantes experiencias, hemos aprendido mucho y nunca podremos olvidar esta etapa, aun cuando haya sido superada. El Ministro de las FAR lo ha definido muy bien al precisar que algún día tendremos que hacerle un monumento al periodo especial. —Cuando usted se pone a mirar hacia atrás y recuerda al sereno de Galiano y Concordia, ¿qué piensa? —No separo al sereno del General, porque creo que olvidar el pasado sería traicionar el presente. Sólo noto la diferencia en la responsabilidad que tengo actualmente. Eso es lo que siento de todo corazón. |
|