General de Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa Martín

Tremendo orgullo ser jefe del Ejército Oriental

El general de Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa Martín es un hombre afable, modesto. El diálogo con él resulta muy agradable, porque todos los asuntos los responde sin dobleces. En el transcurso de la entrevista pude contemplar su sobresaliente formación militar y su extraordinaria condición humana. Este militar, que muestra en su pecho la estrella de Héroe de la República de Cuba, considera que distinciones tan honrosas lo comprometen más con la Patria y lo obligan a ser mejor y más humilde para representar dignamente al pueblo, que es el que se merece estos honores

(Tomado del libro Secretos de Generales)

LUIS BÁEZ

¿Hábleme de su infancia?

Nací en Camajuaní en Las Villas. Somos nueve hermanos. Seis hembras y tres varones. Soy el más joven de los hombres.

Mi padre trabajaba como obrero agrícola en una colonia llamada San Benigno.

A medida que crecíamos, el viejo nos iba incorporando al trabajo. Desde que tenía ocho o diez años empecé a ayudar a papá. Trabajé en la vaquería, corté caña y en otras tareas.

¿Hasta qué grado estudió?

Iba a una escuela que estaba en la misma zona donde vivíamos. Combinaba el trabajo con el estudio. A veces laboraba por la mañana y estudiaba por la tarde o viceversa.

Era necesario hacerlo para poder subsistir. El viejo siempre quiso que estudiáramos. Estuve en tres escuelas. Llegué hasta sexto grado.

¿Cuál era su entretenimiento preferido?

Vivía en una zona en que no había otra diversión que las peleas de gallos y las carreras de caballos en los terraplenes de las colonias y en fincas.

Por tradición, papá y mi hermano mayor criaban gallos. También les gustaba jugarlos. Me desarrollé en ese ambiente y aprendí los trucos que se hacían antes de echarlos a pelear.

Todas las semanas estaba enredado con los gallos o corriendo caballos. A veces me daban un peso, otras una peseta y otras nada.

Igualmente boxeé. Recuerdo que Reimundo, uno de mis hermanos, cada vez que yo perdía una pelea decía: "Mira para eso, yo que dejé de comer para que comiera él, a ver si ganaba y pierde".

Jugué pelota con equipos de la zona donde vivía. Era segunda y pitcher. No era bueno en ninguna de las dos bases. Era mejor a los gallos.

Me gustaba improvisar. Dicen que los muchachos campesinos, cuando andan de noche por el monte, cantan para darse valor. Eso es verdad.

En mi caso no recuerdo haber sentido miedo aunque a veces en la vida hay momentos en que se siente el miedo.

Cuando iba montado en el caballo siempre estaba cantando. Hacía décimas. En ocasiones me inspiro y todavía las hago.

¿Cuántos hijos tiene?

Tengo cinco hijos y tres nietos.

¿En qué momento lo comenzó a atraer la Revolución?

Después del ataque al Cuartel Moncada oí hablar de Fidel. Antes había escuchado algunas de las intervenciones radiales de Eduardo Chibás, los domingos por CMQ. Comencé a relacionarme con algunos compañeros de Camajuaní que tenían nivel político.

La primera tarea que hice fue vender bonos del 26 de Julio a finales de 1956. También los compañeros me explicaron qué significaba este Movimiento y quién era Fidel.

Posteriormente, me plantearon recoger y trasladar armas. Realizamos algunos sabotajes: quemamos caña y algunos ómnibus de la ruta Habana-Caibarién. También dejamos seriamente dañados dos puentes.

¿Cómo lo hacían?

Con explosivos. A veces los sustraíamos. Otras nos lo daban. Mi pueblo es el que más explosivos empleaba en el país, en sus fiestas tradicionales. Camajuaní es donde se lanzaban más voladores, palenques y todo tipo de fuegos artificiales.

Las fiestas en Camajuaní se dividían en dos barrios: chivos y sapos. Se premiaba al barrio que sacara la carroza más linda y el que más explosivos tirara.

Teníamos contactos que nos entregaban materia prima y había un compañero que la sabía trabajar y hacía los explosivos.

¿Cuándo se alzó?

A las decisiones militares de Raúl nunca les falta la parte política que debe llevar un Ejército Popular como el nuestro. Es profundo en su pensamiento. Intransigente con lo mal hecho. Se da a querer. 

En el transcurso de 1957 quise alzarme, pero el Movimiento me dijo que era más importante en el llano.

A mediados de 1958 en unión de tres compañeros, logré irme para las lomas. Antes nos hicimos de algunas armas. Anduvimos por la zona de Júcaro, cerca de Vueltas. Caminamos varios días por lugares muy intricados antes de hacer contacto con los rebeldes. Resultó una verdadera odisea. Tenía dieciocho años de edad.

Nuestra intención era alzarnos con el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, aunque pertenecíamos al 26 de Julio. En esos momentos el Che aún no había llegado a Las Villas.

Con los primeros que chocamos fue con la gente del II Frente del Escambray, quienes le avisaron a Jesús Carreras de nuestra presencia. Este quiso que nos quedáramos con él. Le respondí que no.

Me planteó que si no me quedaba le dejara las armas. Le contesté también que no y le dije que para quitármela tenía que matarme. Entonces nos comunicó que estábamos presos. Le manifesté que no nos quedaríamos presos y que además nos íbamos y que si nos tiraban le responderíamos. Carreras era un criminal, sanguinario. En 1961 fue fusilado por actividades conspirativas contra la Revolución.

Finalmente, nos fuimos y no pasó nada. Después de dos días de caminar, hicimos el primer contacto con la gente del Directorio, hasta que llegamos al campamento Dos Arroyos, donde se encontraban Faure Chomón y Rolando Cubelas. Quedamos incorporados a dicha Jefatura.

Días después me enviaron a la guerrilla "Menelao Mora"que tenía de jefe al comandante José Moleón, en la cual yo era el segundo jefe. Intervenimos en varias acciones. Recuerdo que el 13 de octubre entramos en Fomento y Placetas. Faure le habló al pueblo mediante la estación de radio local.

Estas operaciones las hicimos para atraer al ejército con la intención de aliviar la situación del Che, que en esos días llegaba al Escambray.

¿En qué momento vio al Che por primera vez?

Cuando se trasladaba para Dos Arroyos, con vistas a entrevistarse con los principales jefes del Directorio, pasó por nuestro campamento en El Algarrobo. Posteriormente lo volví a ver cuando Faure me mandó a llevarle una respuesta a un mensaje, que él le había enviado.

Se encontraba en el campamento provisional de Sopimpa. Se lo entregué personalmente. Estaba sentado. Me preguntó que quién lo mandaba. Le informé que Faure. Me dijo que esperara, que iba a responderle. Finalmente no lo hizo, ya que en la nota le informaban que al día siguiente irían a verlo.

Participé en los combates de Fomento, Caracusey, Sopimpa, Placetas, Manicaragua, Trinidad, Santa Clara y otros. Terminé la guerra con el grado de primer teniente.

¿Qué hizo al triunfar la Revolución?

Como sabía manejar, me pusieron de chofer en uno de los camiones que trajo para La Habana al personal de nuestra guerrilla, junto a los combatientes de la columna del Che. De esa manera entré a La Habana.

Después de estar en Palacio fui para el hotel St. John, que se había convertido en cuartel general del Directorio. Esa noche, alrededor de las diez, llamó Moleón y me dijo que reuniera a nuestro personal, pues nos trasladaríamos a San Antonio de los Baños. Él me esperaría a la entrada del pueblo.

Al encontrarse, ¿qué le propuso?

No me propuso, me planteó que se había decidido ocupar la Base Aérea. Entre oficiales y guardias había unos dos mil hombres. En esos momentos todavía no había entrado ningún rebelde a dicho campamento.

Hablamos con la posta, con los oficiales. Allí se encontraba el teniente Aquiles Chinea que había sido enviado por el coronel Ramón Barquín. Nos apoderamos de la base. Al amanecer empezamos a recoger el armamento y a guardarlo en los almacenes de la propia base. En todas las postas pusimos soldados rebeldes.

¿Ocurrió algún hecho especial?

Sí. En medio de esa situación nos llegó una orden de Moleón que mandáramos un camión cargado de armas para la Universidad. Nosotros participamos en ese traslado, dejando el armamento en el Patio de los Laureles. Pusimos dos rebeldes a cuidarlo y regresé a San Antonio.

No supe nada más sobre ese tema hasta que Fidel, días después, pronunció el 8 de enero su famoso discurso de: ¿Armas para qué? Preocupación lógica si ya la guerra se había acabado. Esa situación se resolvió armónicamente. El 9 de enero el comandante Filiberto Olivera y su tropa se hicieron cargo de la Base. Yo fui con nuestro personal para La Cabaña.

¿Qué tiempo permaneció en La Cabaña?

Breve tiempo. A los pocos días, sin avisarle a nadie, me fui para la casa de mis padres en Las Villas. Me dediqué a fiestar. Hasta que recibí un recado de Moleón de que me presentara en La Habana.

Al regresar, Faure y Moleón hablaron conmigo. Me explicaron la necesidad de que me quedara pues había que organizar el nuevo Ejército. Dije que a La Cabaña no volvía. Me informaron que los compañeros del Directorio habían sido asignados en dos grupos: uno con Camilo Cienfuegos en Ciudad Libertad y el otro con el Che en La Cabaña. Me fui con Camilo.

¿En qué lo pusieron?

Me enviaron al Regimiento de Infantería, cuyo jefe era el comandante Pinares. Me hizo jefe de compañía. Lógicamente, en esa época no tenía preparación militar. Un sargento mayor del viejo Ejército era el encargado de prepararme los papeles. Yo sólo los firmaba.

También daba mis vueltas por La Habana para conocerla, pues antes de la Revolución nunca había estado en la capital. En febrero, comencé a dar clases en un colegio privado. Repetí el sexto grado. Más tarde me incorporé al primer curso de oficiales que se ofreció en Ciudad Libertad. En el mes de septiembre me gradué. Me dieron una placa y un diploma firmado por Camilo.

En los primeros días de octubre, cogimos presos a un grupo de soldados y oficiales del antiguo Ejército que estaban conspirando. Durante el proceso jurídico contra Hubert Matos en Ciudad Libertad, presté servicios de seguridad.

Después fui a trabajar a la Dirección de Investigaciones e Inspección del Estado Mayor General. El jefe era William Gálvez. Participé en Pinar del Río en la operación de búsqueda y captura del cabo Lara.

Permanecí en ese puesto hasta diciembre de 1960 en que nombraron a William, jefe de Isla de Pinos y me fui con él para ayudar en la organización de la Región Militar.

¿Qué responsabilidad le asignaron?

Estuve con las fuerzas tácticas que estaban ubicadas en Siguanea, al sur de la Isla. También mandé la Tercera Columna Especial de combate que se había formado en la Escuela de Voluntarios del Esperón. Fui jefe de un batallón de una gran Unidad de Infantería y a la vez responsable de la Escuela de Formación de todas las unidades de la Región Militar.

Continué estudiando hasta concluir la Facultad Obrera Campesina. Durante la invasión de Playa Girón y la Crisis de Octubre me encontraba en Isla de Pinos.

Algún tiempo después fui nombrado primer oficial de una Sección de la Dirección de Operaciones del Estado Mayor General. El jefe de dicha Dirección de Operaciones era el comandante Flavio Bravo.

Posteriormente, fue designado jefe de la misma el comandante Antonio Enrique Lussón; con quien trabajé algunos años. También ocupé el cargo de Jefe de Estado Mayor de una gran Unidad de Infantería, cuyo jefe era el hoy general de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías.

¿Ha pasado muchos cursos militares?

Unos cuantos. Estuve en el primer Curso Regular de Preparación de Oficiales en Matanzas, Primer Curso Superior de Guerra en La Cabaña, con profesores soviéticos.

También pasé el Académico Superior que funcionó en el Reparto Kohly, curso especial de superación desde el punto de vista militar a varios dirigentes y jefes de las FAR.

Ese mismo año estaban pasando el curso el Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, General de Ejército Raúl Castro, y otros altos oficiales.

¿En qué año es enviado a Angola?

En 1975.

¿Fidel los despidió?

Él despedía a la mayoría de los grupos. Al nuestro no pudo por la rapidez con que tuvimos que salir.

Por diversas vías me envió indicaciones por escrito, donde me informaba en detalle sobre mi misión. Compañeros que llegaron posteriormente, me narraron que al despedirlos, Fidel les había explicado ampliamente la situación que había en Angola, las características del país, en qué consistía la ayuda y por qué Agostinho Neto la pedía.

También habló sobre cómo debía ser el comportamiento de los cubanos. Recalcó mucho el problema de la preparación de los angolanos, de que si llegaba el momento de combatir, tener todo preparado, todo pensado, que no hubiera sorpresa en ningún momento, tratar de que en cualquier acción se produjera el menor número de bajas.

¿A qué zona lo mandaron?

A Cabinda.

¿Con qué misión?

Preparar combatientes para que el MPLA contara con fuerzas para enfrentar los grupos contrarios apoyados por algunos países vecinos y el imperialismo.

Si se desataba la agresión, debíamos estar listos para combatir junto a las unidades que les estábamos dando instrucción, ya fuera como asesores de los jefes de esas unidades o como jefes adjuntos.

¿Cómo hizo el viaje?

Vía Lisboa.

¿Por qué escogieron esa ruta?

En esa época para entrar en Angola había que hacerlo mediante terceros países.

Salimos en grupos pequeños. El primero con Raúl Díaz-Argüelles al frente.

Posteriormente, Romárico Sotomayor. Después, yo y seguidamente el cuarto, con el comandante Eulicer Estrada Reyes. Los cuatro, con nuestros respectivos acompañantes, nos reunimos en Lisboa.

Mi grupo estaba integrado por seis compañeros. Yo iba como médico. El resto como especialistas en puerto, aunque iba un médico de verdad, que era el doctor Fernando Cotilla.

Argüelles había sido nombrado Jefe de la Misión en Angola. Ya había estado en el país haciendo las coordinaciones. Las visas para continuar viaje a Angola teníamos que recogerlas en Lisboa. Al llegar no estaban. Se demoraron en entregárnoslas.

Permanecimos varios días en dicha ciudad. Nos alojamos en diferentes hoteles. Por cierto, me ocurrió algo muy simpático. El hotel donde estaba hospedado el grupo de Eulicer se encontraba lleno de familias portuguesas que acababan de salir de Angola.

Pues un hijo de uno de esos señores se enfermó con fiebre muy alta. Al correrse la voz de que había un médico cubano pidieron que lo atendiera. Fuimos a buscar a Cotilla, pero este había salido. ¡Imagínate que situación! No me quedó más remedio que hacer como si lo estuviera examinando.

Les recomendé que lo llevaran rápidamente para el hospital. Al otro día me agradecieron la intervención, pues el menor tenía paludismo crónico y necesitaba tratamiento de urgencia.

Finalmente, nos dieron las visas y el primero en salir fue el grupo encabezado por Argüelles.

¿Qué llevaba como equipaje?

Un portafolio con algunos documentos para la organización de un centro de instrucción y algún dinero. En la maleta, las ropas y también me acompañaba una caja bien presentable, donde trasladaba un equipo de radio para transmitir desde Cabinda hacia Cuba y otros artículos militares.

¿Qué actividades realizó al llegar a Angola?

Al arribar a Luanda todavía estaban los portugueses traspasando el gobierno a los angolanos.

Al día siguiente, Argüelles y yo fuimos a hablar con Neto que estaba radicado en el hotel Presidente.

Le explicamos el contenido de la misión. Nos dijo que el traslado para Cabinda estaba difícil, pues no había transporte fijo en esos momentos y que en barco nos demoraríamos mucho, pero que buscaría alguna manera de resolver la situación.

Finalmente, ¿en qué fue?

El general Espinosa (a la izquierda del Ministro de las FAR) en ocasión en que Raúl, el Comandante de la Revolución Juan Almeida y otros altos jefes militares comprobaban el aporte de la industria nacional a la defensa en fábricas orientales.

Pasaron dos, tres días sin recibir respuesta. Decidimos alquilar una avioneta deportiva que era pilotada por un portugués. Se lo informamos a Neto y estuvo de acuerdo.

Al piloto le dije que era periodista argentino que iba hacer un reportaje al MPLA en Cabinda.

En la travesía, el piloto me preguntó que si quería volar por arriba de Ambrisette y San Antonio de Zaire, en la desembocadura del río Congo, para que viera las tropas del FNLA.

Me planteó aterrizar, pero le dije que no podía perder tiempo, ya que me esperaban en Cabinda a una hora determinada. Mentira, nadie me estaba esperando.

A los treinta minutos de nuestro arribo se apareció un capitán angolano que nos recogió. Después supimos que era el Jefe de Operaciones de la Región Militar. Era mediados de septiembre de 1975.

Ya en Cabinda, ¿qué fue lo primero que hizo?

Después de entrar en contacto con los jefes militares angolanos y explicarles el objetivo de la misión, me dediqué a recorrer los puntos fundamentales del teatro de operaciones incluyendo los lugares fronterizos con Zaire y el Congo Brazzaville, para relacionarme lo más rápido posible con el terreno.

En la frontera me presenté como periodista argentino. Me bajé del jeep con una cámara fotográfica. Hablé con los FAPLA que estaban en la misma línea fronteriza.

Se nos acercó un capitán zairense. Los angolanos que me acompañaban le explicaron que estaba haciendo un reportaje sobre Cabinda. Estuvimos conversando un rato. Después levantaron la barrera de la Aduana y pasaron a la frontera angolana.

En esos momentos no había guerra en la frontera. El capitán zairense nos brindó cerveza, las mandó a buscar y tomamos.

¿Qué otros sitios visitó?

Antes que arribara el primer barco cubano —La Plata— fui a Punta Negra e hice coordinaciones para garantizar la llegada de los buques y los grupos que por avión se trasladarían: Habana-Punta Negra en el Congo Brazzaville, vía Moscú, al frente de los cuales venían los comandantes Rafael Vázquez y Reynaldo Reyes, más conocido por Marino.

Decidí crear la base fundamental del centro de preparación en Dinge, lugar en la premontaña del Mayombe, y establecer un centro de preparación auxiliar en Landana, más cerca de Ciudad Cabinda.

En relación con la compañía norteamericana, que explotaba el petróleo, ¿qué instrucciones le dieron?

No meternos en ese lugar. No interferir en el trabajo de los norteamericanos. Tratar por todos los medios, si había una confusión por parte de los angolanos, intervenir para que se les garantizara la seguridad y el trabajo sin ningún inconveniente.

No permitimos a ningún cubano moverse por esos lugares. Este objetivo estaba al lado de la bahía, un lugar importante para el cumplimiento de nuestra misión. Nos preocupaba desde el punto de vista militar pues contaban con una pequeña pista aérea por donde podían producirse desembarcos enemigos.

Hicimos reconocimientos alrededor de aquel sitio con mucha discreción.

Cumplimos lo ordenado, aunque previmos actuar, si el enemigo trataba de ocuparlos, para evitarlo.

En todo el tiempo que estuve en Cabinda, nunca se produjo problema alguno con el funcionamiento de la compañía norteamericana GULF. Ellos se marcharon por decisión propia. En toda la zona donde se encontraban ubicados nunca se disparó un tiro. Más bien protegimos esas instalaciones petroleras.

¿En algún momento apoyó con parte de sus fuerzas a las acciones en el resto de Angola?

Sí. En ocasión del segundo combate de Quifangondo enviamos personal cubano de morteros y antiaérea.

Con anterioridad me habían solicitado de la Misión en Luanda el apoyo con hombres para reforzar la defensa de los accesos a la capital. A lo cual no accedí.

¿Por qué razón?

Debido a que en ese momento aún no había creado las condiciones para garantizar la defensa de Cabinda, aunque ya se trabajaba intensamente en esa dirección.

A los varios días, ante la inminencia de un segundo ataque en la dirección de Quifangondo, el compañero Argüelles en compañía del hoy general de Brigada Víctor Schueg y el coronel Armando Saucedo me visitaron en Cabinda y solicitaron nuevamente el apoyo con combatientes cubanos para reforzar la defensa de Luanda.

Argüelles me planteó que con esa ayuda, ellos podían impedir la entrada del enemigo en la capital angolana y que resuelta esa situación me regresarían a los hombres.

¿Cómo se entendió en Cuba esa decisión?

No se comprendió del todo, por ser Cabinda, dentro de Angola, el territorio que no podía perderse, pues contaba con las condiciones para garantizar una lucha prolongada debido a su posición geográfica, características del terreno y contar con una economía independiente, por ser un gran productor de petróleo.

Además, consideraban que con la preagrupación de las fuerzas existentes en el resto de Angola se podía evitar que fuera tomada Luanda.

El grupo de compañeros enviados de refuerzo por nosotros desempeñó un papel importante en este segundo combate de Quifangondo y posteriormente en la defensa de Cabinda.

¿Qué hacía pensar que Cabinda sería atacada?

Por distintas vías nos había llegado información de un ataque relámpago de las fuerzas principales del enemigo en dirección a Ciudad Cabinda para el once de noviembre.

Ese mismo día se iba a proclamar la independencia de Angola y en esos momentos querían tener a Cabinda en su poder y presentarlo al mundo como un hecho consumado. Los angolanos no tenían fuerzas en dicho lugar para defenderse de una agresión.

El Comandante en Jefe me escribió una nota en la que me alertaba que estuviera preparado, pues entre el ocho y el once de noviembre iban a atacar a Cabinda. Precisé todas las decisiones en dirección e interés de lo que me había mandado a decir Fidel. Tal como lo previó ocurrieron los acontecimientos. Nos invadieron el ocho. Eso fue una muestra, una vez más, del poder de análisis y la visión del Jefe de la Revolución.

En esos momentos los dos mil portugueses que quedaban en Cabinda se habían ido para Luanda. También eso era señal de una posible agresión. Querían dejarles las manos libres a Zaire y al Frente de Liberación del Enclave de Cabinda (FLEC).

Todos esos indicios informativos, junto con el trabajo realizado, dieron al traste con la agresión.

¿Por dónde se inició la agresión?

Por Chimbuande y Chimbundo, una zona al este de Cabinda, bastante boscosa. Por ahí penetraron el ocho de noviembre fuerzas mixtas del FLEC, zairenses y asesores mercenarios blancos.

Habíamos ayudado a preparar la defensa con la instalación de campos de minas antitanques y antipersonales, que son de gran densidad, y nudos de obstáculos. El enemigo, con el fuego de todas sus armas, quebró la defensa de los angolanos, aunque sufrieron grandes bajas a causa de las minas y explosivos.

Apreciamos que los invasores, por haber caído en los campos de minas y tener que restablecerse y crear las condiciones para seguir avanzando, saldrían al Río Congo, al final del día o primeras horas de la noche. Como ocurrió.

Todo eso posibilitó la organización y reagrupación de las fuerzas angolanas y cubanas para la respuesta.

¿Qué nueva acción realizaron los invasores?

Al amanecer del nueve, tal y como habíamos previsto, el enemigo intentó cruzar nuevamente el río. Ya para esa hora teníamos reforzada, organizada y fortificada nuestra posición.

Lo rechazamos. En esa oportunidad le ocasionamos muchas bajas. Entre ellos, el Jefe del Batallón, un capitán del ejército zairense, que resultó ser el mismo con el que había hablado y tomado cerveza en el punto fronterizo de Chimbundo, cuando visité el lugar durante el reconocimiento.

Por esa dirección, el enemigo no intentó nuevos ataques, sino que se retiró a mejores posiciones.

¿Cuándo iniciaron la ofensiva?

El día once en horas de la mañana comenzaron la gran ofensiva en dirección al poblado NTO-Cabinda. Pensaban estar al mediodía en Ciudad Cabinda.

Al amanecer me encontraba en nuestro Puesto de Mando en la región de Subantando, escuché el fuego de la artillería enemiga. Eran obuses de 105 mm. Salí inmediatamente hacia esa dirección.

Después que empezaron a tirar con la artillería unos treinta minutos, realizaron el despliegue en columnas precombativas de compañías. Aquello es un valle muy grande en la dirección de NTO y comenzaron a desplegarse en el propio borde delantero de nuestra defensa, parecía una maniobra demostrativa que estaban haciendo y toda nuestra gente metidas en trincheras, observándolos.

El comandante Marino no había mandado hacer fuego todavía y cuando le dijeron que me aproximaba a su Puesto de Mando bajo la tierra, salió y me dijo: "Corre, Espinosa", le respondí: "Corre coño, manda a tirar la artillería".

Mandó a tirar con los obuses y estos cayeron como a dos km delante del borde delantero nuestro.

Cogí el teléfono y ordené al Jefe de Batería de obuses de 122 mm que tirara a ochocientos metros delante de nuestras trincheras. Cayeron encima del enemigo que estaba desplegándose.

Comenzamos a tirarles con los morteros 120 y 82 mm, obuses 122, las cuatro bocas. Todo el sistema de fuego organizado. Las bajas mayores se las hicimos con la artillería.

En medio de los combates, cuando me trasladaba en dirección a NTO, me informaron que en la costa, en un punto conocido por Yabe, se estaba produciendo un desembarco naval.

Rápidamente me dirigí hacia el lugar, donde teníamos emplazada una batería GRAD 1P y ordené hacer fuego. Los agresores fueron rechazados, pues huyeron debido al enorme volumen de metralla que recibieron, no sin antes dejar varias bajas en el sitio.

Fueron combates muy intensos. A pesar del extraordinario poder de fuego con que contaban, no pudieron romper nuestras defensas.

Lo más cerca que llegaron fue a cincuenta metros de nuestras trincheras.

Muchos compañeros tuvieron una actitud destacada. Recuerdo a Luis Rosales, le decíamos "El Guajiro", pinareño, jefe de una Compañía que enfrentó el esfuerzo principal del enemigo en esa dirección.

Este compañero salía por toda la posición buscando el medio abastecido, para él, personalmente, realizar el fuego y destruir al enemigo y con ello impedir que penetraran en su posición.

También el camarógrafo Dervis Espinosa, en un momento determinado, tuvo que poner la cámara a un lado, coger un fusil y combatir con valentía.

¿En qué momento ordenó la contra ofensiva?

Al amanecer del día 12. Estuvimos combatiendo hasta el 13 a las quince horas, en que llegamos a la frontera. En esos momentos todo el territorio de Cabinda ya había sido recuperado, por la tenacidad y valentía de los combatientes angolanos y cubanos.

¿Quién era el jefe de la operación?

Un norteamericano. Según nos informaron algunos de los prisioneros que capturamos, este mercenario había muerto en los combates.

¿En qué misión se encontraba cuando se lesionó?

Tenía planificada una operación de limpieza en el este de Cabinda, en la región Chiobo, Zenza-Lucula, Vacacace, este último punto en las proximidades de la frontera con Zaire.

El movimiento desde Cabinda hasta Chiobo lo hacíamos de día, pues ese territorio, producto de operaciones anteriores, lo habíamos limpiado de bandidos, pero el enemigo al retirarse dejó algunos campos de minas y el día era mejor para detectar y superar dichos obstáculos.

El día de la operación, poco antes de la salida, recibí una comunicación superior para que recibiera a los embajadores cubanos en Brazzaville y Zaire, Arquímedes Columbié y Lázaro Mora, respectivamente, y les diera información sobre la participación de Zaire en la invasión a Cabinda.

Dichos diplomáticos se iban a incorporar a la delegación cubana que, presidida por Osmany Cienfuegos, participaría en la reunión de la Organización de la Unidad Africana (OUA), que trataría el problema de Angola.

A la hora prevista ordené a las tropas que se pusieran en camino y que me esperaran en un sitio llamado Champuto-Rico, a unos pocos kilómetros al este de Subantando, al este de Ciudad Cabinda.

Al terminar con los embajadores partí hacia donde me esperaban las tropas. Llegué aproximadamente a las dieciséis horas. Di instrucciones de preparar y comenzar la marcha.

¿En qué vehículo iba?

En un jeep, a pesar de los señalamientos de varios compañeros, para que me montara en el BTR-60 PB de mando. Al dejar la carretera asfaltada, los tanques pasaron adelante con los barreminas; inmediatamente detrás, la exploración, seguido por el pelotón de zapadores con sus detectores. Cuando solo habíamos avanzado unas decenas de metros, sacaron una mina. Al parecer, habían colocado varias.

A una hora de camino llegamos a un lugar llamado Tando Zince, donde hicimos una parada de control, ocasión en que de nuevo los compañeros me insistieron en que pasara para la BTR de mando, comentando correctamente que este vehículo guarda, al igual que el tanque y los camiones, el ancho del camino que van limpiando los tanques con los barreminas y que el jeep no. En esa oportunidad tampoco lograron convencerme.

Al transcurrir otra hora de movimiento al norte de Fubo, chocamos con otro campo de minas, en el cual cayó un camión ZIL-157 del pelotón de zapadores, pero sin lamentar bajas.

Posteriormente, en la preparación de un vado para bordear la zona minada, fue herido el operador del buldócer que iba en la columna, por lo que decidí atraer los tanques con los barreminas y abrir el paso de los mismos a través de dicho campo minado. Eso provocó que nos cogiera la noche para reanudar la marcha.

¿Hacia dónde?

Rumbo a un pobladito llamado Cacata, donde ordené hacer una parada, pues ya de todas formas nos había cogido la noche sin llegar a Chiobo. Di instrucciones de bajar la técnica y de que comieran. Llevábamos ración fría para todos.

Al terminar la comida impartí indicaciones al jefe de la Compañía que a partir de ese punto marcharían a pie, para introducirse por el flanco derecho de la posición enemiga y salir a su profundidad, con el objetivo de cercar e impedir su retirada.

A la hora de la salida, nuevamente los compañeros insistieron en que pasara para la BTR. Ya teníamos la experiencia del anterior campo de minas que superamos, no sin antes tener un herido.

Volví a decir que no. Ordené iniciar el movimiento y monté en el WAZ-469, ya dentro del carro el chofer José Vargas me dice: "Comandante, los compañeros tienen razón, pase a la BTR". Reaccioné bruscamente. Me bajé del carro y tiré la puerta y exclamé: "¡Coño, tú también!"

Fui y me monté en la BTR. Antes de subirme, el comandante Arides Estévez, jefe de la Contrainteligencia Militar que iba conmigo en el asiento de atrás me comentó: "Jefe, los compañeros tienen razón, ahí va con más seguridad, no le había dicho nada pues como vengo con usted en el jeep, no quería que fuera a pensar que tengo miedo".

Al montar, me paré sobre el asiento del departamento de mando en el carro, o sea, el puesto del jefe, tomé el micrófono y di la orden de arrancar, comenzando por la exploración, los tanques y después toda la tropa.

Orienté que todo el personal saliera del interior del BTR y viajara en el exterior como medida de seguridad, con excepción de los conductores y el radista.

¿Por qué tomó esa medida?

Debido a que si vas dentro y tropiezas con una mina el impacto te puede tirar contra las paredes blindadas del BTR y fracturarte el cráneo y matarte.

Mientras que arriba te bota por los lados. También puedes morir, pero en la mayoría de los casos tienes posibilidades de que no te pase nada, como sucedió con la mayor parte de los oficiales que íbamos en la BTR, cuando chocamos con una mina.

¿Cómo cayeron en la mina?

En el camino, el conductor del BTR me comentó que en Cacata no pudo comer nada, pues tuvo que reabastecer el vehículo, y me pidió autorización para tomarse un chocoleche. Le dije al radista que le abriera una lata. Comenzó a tomárselo y a guiar con la mano izquierda.

En eso me alcé y observé que la BTR iba fuera del rastro que dejaban los tanques con los barreminas, de inmediato me incliné y le dije: "Melanio (Nemesio Molina) te saliste del rastro de los tanques, coge para la izquierda, busca la huella de los tanques". Él tiró la lata para el compartimiento de atrás y agarró el timón con las dos manos. Empezó a girar para meterse en el rastro de los tanques y cuando ya lo tenía casi logrado, la última rueda trasera del lado derecho hizo contacto con una carga de unos 15 kg de TNT, o sea, una mina antitanque con cien paquetes de TNT, más un proyectil de obús 105 mm.

Habían colocado una carga capaz de virar con las ruedas hacia arriba un carro de más de diez toneladas.

¿Qué sintió?

Aquello fue como un bombazo atómico. Me pareció que volaba junto con la BTR entre una nube blanca y de polvo. Sentí un gran peso encima que poco a poco me enterraba en el terreno arenoso de la cuneta del terraplén, lo cual ayudó que no me oprimiera y pudiera causarme la muerte. El blindado, al volcarse con las ruedas hacia arriba, me cayó encima.

En esos instantes, ¿qué le vino a la mente?

Pensé en mi familia e hijo y recordé al Comandante en Jefe, al Ministro de las FAR y la Revolución.

¿Cómo se salvó?

Después de la explosión, rápidamente los compañeros recogieron a los heridos y organizaron la evacuación. Al momento de dar la orden de salida, el capitán Oberto Espinosa exclamó: "¡Hay que esperar! El jefe no ha aparecido". Era de noche y estaba aprisionado bajo la BTR, no me encontraban. Como no perdí el conocimiento en el momento, al escuchar la voz de Oberto que estaba relativamente cerca del carro grité: "¡Estoy aquí!".

Comenzó a buscarme hasta que me encontró, cosa que no fue fácil, pues sólo la cabeza no estaba aprisionada y apenas podía hablar por el peso que tenía encima. Al sentirlo junto a mí me vino el alma al cuerpo.

Después empezó la batalla para sacarme debajo del BTR. Lo primero que hicieron fue traer un pelotón de infantería para tratar de levantarme el vehículo de arriba y poder sacarme. Cosa que no pudieron.

Eso empeoró mi situación. Cada vez que movían el carro me volvía a caer encima y me presionaba más. Escuché que Oberto le gritó al ingeniero Ranger Molina que trajera el buldócer para levantar el BTR, a lo que éste le contestó que no había operador, pues había sido herido y evacuado. Oberto tenía mi cabeza sobre sus manos y le susurré: "El conductor del primer tanque es operador de buldócer".

De esa forma me sacaron el carro de encima y me trasladaron al hospital en Ciudad Cabinda. Ese día ocho de mayo de 1976 jamás se me olvidará.

¿Qué heridas recibió?

Ocho costillas fracturadas que provocaron como complicación un cuadro de pulmón húmedo traumático. También fracturas de la pelvis, del peroné y calcáneo. Al igual que serias lesiones en la columna, caderas y un brazo.

Al llegar al hospital aún no había perdido el conocimiento, pues me acuerdo cuando el cirujano José Manuel Ruiz Sánchez y el estomatólogo Jacinto Otero me bajaron y Oberto le pidió que me inyectara por el tremendo dolor que tenía, el médico le respondió que eso no se podía hacer sin antes revisarme. Ahí fue donde perdí el conocimiento.

Lo recobré al otro día como a las diez horas. Al abrir los ojos vi a mi lado al compañero Abelardo Colomé que me dijo que venía a buscarme, a lo que contesté: "Estoy bien, puedo quedarme". De ahí en adelante hasta que me trajeron para Cuba, fue más el tiempo que estuve inconsciente que consciente.

Del grupo de heridos, el más grave era Arides Estévez, el cual al llegar a Luanda, murió. También quedaron heridos de gravedad Guido Santana, artillero; Romelio Martínez, del Ministerio del Interior, y Reynaldo Rufin, comunicador. Los demás compañeros que iban en el BTR, o no les pasó nada o fueron heridos leves.

En esos momentos el compañero Raúl Castro se encontraba de visita en Angola y solicitó al Comandante en Jefe que enviara a un especialista en vías respiratorias y mandaron al profesor Sergio Rabell.

Recuerdo que las pocas veces que recobré el conocimiento en esos días estaban junto a mí los doctores Pura Avilés y Rabell y la enfermera Mayra Abréu, quienes posteriormente, me contaron que me mantuvieron vivo a base de punciones al pulmón para extraerme flemas y sangre que producto de las costillas fracturadas, se alojaban en el pulmón y no me dejaban respirar.

Antes de la llegada de Rabell, me atendieron Ruiz Sánchez y otros especialistas cubanos, en la clínica de Prenda en Luanda. Todos esos médicos no se movieron de mi lado en ningún momento hasta que me recuperé y pude viajar a La Habana. Estuve internado seis meses en el Hospital Naval. Durante un tiempo caminé con muletas a la vez que aprendía ruso.

¿Qué fue lo primero que hizo cuando se restableció?

Formar parte de la delegación que en marzo de 1977 acompañó al Comandante en Jefe en su viaje por África y el Medio Oriente, que incluyó una visita a Etiopía. También formaba parte de la comitiva el general de División Ulises Rosales, que en unión de otros compañeros, trabajamos en los planes de ayuda militar que daríamos a Etiopía, a solicitud del Presidente de ese país.

A mediados de 1977 viajé a la Unión Soviética para pasar la Academia del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas y culminar mi restablecimiento.

En 1980 fui nombrado Jefe de la Misión Militar en Etiopía. Antes de tomar posesión presidí una delegación a Viet Nam, para adquirir experiencias en la organización de las MTT. Al terminar, en 1982 mi misión en Etiopía, fui nombrado en el Ejército Oriental, donde he permanecido hasta hoy.

¿Cómo han sido sus relaciones con Raúl?

Excelentes. Me cuentan los compañeros que en los momentos de mi mayor gravedad en Angola, él entraba a la habitación, me ponía la mano en la frente y decía: "Este hombre no se puede morir".

Actualmente cuando se entera de que me sube un poco la presión no deja pasar un día sin llamarme. Se preocupa en conocer si estoy tratándome y tomando los medicamentos. Extraordinaria calidad humana.

Es un revolucionario que conjuga muy bien lo político con lo militar. A sus decisiones militares nunca les falta la parte política que debe llevar un Ejército Popular como el nuestro. Es profundo en su pensamiento. Intransigente con lo mal hecho. Se da a querer. Me ha ayudado enormemente en mi formación militar. Mucho de lo que soy se lo debo a él. Además del Jefe, veo en Raúl a un hermano mayor.

¿Qué significa para usted ser Jefe del Ejército Oriental?

Una gran responsabilidad y un tremendo orgullo. Oriente es una región de larga tradición de lucha. Este Ejército lo fundó Raúl, el cual abarca alrededor del cincuenta por ciento del territorio del país, tiene cerca de cinco millones de habitantes, pues se disloca en seis provincias incluyendo a Camagüey.

Los cuatro ejércitos que componen nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias marchan muy bien: el del Centro es muy estable y con excelentes resultados, el Occidental es el que más ha avanzado en el último año y el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) mantiene una extraordinaria labor.

Nuestras unidades regulares tienen excelentes resultados, pero no podemos decir que sean las fuerzas fundamentales, pues es el pueblo uniformado, en formación de milicias, unidades de reservas, especiales, combativas, brigadas de producción y defensa quienes constituyen la base de la doctrina de la Guerra de todo el Pueblo.

Si nuestro país se viera sometido a una agresión, me gustaría estar en esos momentos al frente de este Ejército para enfrentarlos. Este inmenso territorio, con sus llanuras camagüeyanas, las históricas montañas orientales de la Sierra Maestra y del II Frente y toda su heroica población, constituirán la tumba de cualquier invasor. Seremos el escudo protector de todo nuestro pueblo.

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