|
Después del
desembarco De Alegría de Pío a Cinco Palmas GRUPO DE RAUL (Parte I)
5 de diciembre En medio de la confusión del combate, Raúl se interna en la caña seguido
de Ciro Redondo, Efigenio Ameijeiras, René Rodríguez, Armando Rodríguez y
César Gómez. Todos han conservado sus armas. Raúl describe la retirada de su
grupo:
En cuestión de segundos, seguido de algunos compañeros, pude llegar al
cañaveral cercano y salir de aquel bosquecito diminuto, que parecía un tiro
al blanco y precisamente el blanco éramos nosotros. Al cruzar de un
cañaveral a otro, vi a Miguel Saavedra, seguido de algunos compañeros, venir
por una guardarraya a seguir detrás de nosotros. Pero momentos después no
los volvimos a ver más. Al parecer, se desviaron y tomaron por otro rumbo;
aún se sentían disparos de fuego a discreción y algunas ráfagas de
ametralladoras. Tres aviones del Ejército volaban en esos instantes sobre
nuestras cabezas en forma de círculo. En breve tiempo atravesamos dos
cañaverales, escondiéndonos varias veces en los plantones de caña, al paso
de los aviones que volaban bastante bajo, y por fin logramos alcanzar el
bosque, extenuados y con sed. Avanzamos por medio de las malezas hacia un
rumbo, pero ya oscureciendo no sabíamos dónde estábamos. Ya de noche, por un
rato, siguieron sintiéndose los aviones y algo más tarde ruido de camiones.
Decidimos dormir, cosa que fue imposible por el frío, las pesadillas que me
daban relacionadas con el problema de la sorprendida que nos dieron, y
porque era un terreno, el lugar que escogimos para dormir, de piedras
dentadas y de mosquitos. La preocupación por la suerte de Fidel y los demás guerrilleros es la
causa principal de este insomnio. Raúl no puede saber que esa noche la pasa
en vela a unos pocos cientos de metros de Fidel. 6 DE DICIEMBRE El día 6, Raúl describe en su diario la inusitada actividad de la
aviación enemiga por los alrededores. Ignora que uno de los objetivos
principales del ametrallamiento es el propio Fidel. A las seis menos cuarto nos levantamos, empezamos a caminar rumbo a la
salida del sol. Desde muy temprano vinieron tres o cuatro aviones y hasta la
hora en que escribo estas líneas (I2 del día), no han cesado de dar vueltas.
¡En estos precisos instantes los aviones empiezan a arrojar bombas en zonas
muy cercanas a las nuestras, 12 menos cinco minutos! Detienen el pequeño bombardeo y yo sigo escribiendo y mientras esté con
vida, que tal vez se acabe hoy o mañana, seguiré reportando en mi diario, en
el instante, si no estoy corriendo, las cosas que vayan ocurriendo. En este
momento estamos los seis compañeros tirados bocabajo y pegados a un árbol
con algunos metros de separación... Doce en punto. Sigue el violento
cruceteo de aviones en picadas unos, otros en vuelo rasante. No han vuelto a
disparar. Tres ráfagas de ametralladora, nueve o diez ráfagas más. Están
ametrallando el bosque. ¡Bueno, esto es emocionante, peligroso y triste! Voy
a descansar un rato y a fumarme un cigarrillo, mientras sigue la fiesta.
¡Confío en que la naturaleza nos proteja hasta que podamos salir de este
cerco! Ignoramos la suerte del resto del destacamento. Ojalá se salven ellos
por lo menos y puedan seguir la lucha hasta el triunfo de nuestra causa (son
las doce y cinco). René el Flaco [René Rodríguez], desde su escondrijo, me pide una colilla
de cigarro; lo único que nos queda es una papa cruda que será la comida de
los seis de hoy. Ya ni agua nos queda. 12 y 30 del día, vuelven los aviones
a ametrallar, cinco minutos seguidos, las ráfagas suenan más cerca de
nosotros, parece que tiran a rumbo. 12 y 40. Creo que esta noche tendremos
que alejarnos de aquí de todas formas, ya que tenemos cuatro amenazas: los
aviones, los soldados, el hambre y la sed, sin contar el cansancio y la
falta de dormir. Los aviones vuelan hasta el oscurecer. 7 DE DICIEMBRE El día 7, el grupo de Raúl permanece en el mismo lugar. Ha decidido
mantenerse dentro del monte pero no lejos de los campos de caña, para
proveerse del único alimento seguro. Ese día Raúl apunta en su diario: Son las ocho de la mañana cuando empiezo a escribir estas líneas y el día
amaneció de una calma espantosa, ni un solo ruido en toda la zona, ni el
viento sopla con fuerza como en días anteriores. De los aviones que
esperábamos, que a estas horas ya estarían dando vueltas, nada. Estábamos
tan acostumbrados a la bulla de los aviones y a sus ráfagas, que la
tranquilidad de hoy nos mete miedo. Anoche un cangrejo me despertó, mientras
me comía los pelos de la coronilla de mi cabeza. Si me los sigue comiendo
hoy parecería un cura. A las 8 y 50 a.m. pasó un avión, a las 9 y 20 el
mismo probablemente pasó muy distante. A las 9 y 30 sonaron dos disparos de
rifle por el Oeste. Hoy como a la seis a.m., salimos, llegamos al cañaveral, tres cubrimos la
retirada y en operación rápida los otros tres arrancaron algunas cañas; esa
será nuestra comida de hoy. A la una menos cinco p.m. oímos diez o doce
disparos de fusil hacia el noreste. Y más tarde: Hasta la hora del momento (5 p.m.) no ha pasado nada digno de mención. A
media tarde sonaron cuatro disparos con intervalos de varios segundos,
parecían disparados por la misma arma. A las 3 y 30 pasó el avión y dio
algunas vueltas, no precisamente por nuestra zona; posteriormente dio
algunas más y nada más. Ya nos comimos nuestra ración de caña, bastante mala
y escasa, pero es peligroso volver al cañaveral. [...] Aquí hemos decidido
(los seis que estamos) esperar a que se marchen un poco los soldados;
mientras nos alimentamos exclusivamente de caña. Si los demás compañeros,
sobre todo el Estado Mayor, ha logrado irse, la Revolución y nosotros tal
vez estaremos a salvo. De nuestra posición solo sabemos dónde están los
puntos cardinales, pero de nosotros, solo sabemos que estamos en la
provincia de Oriente y bastante lejos de la Sierra Maestra, nuestra meta del
momento. Hoy por la mañana sentí un ligero y pasajero mareo, debe ser debilidad,
ya son muchos días sin comer. Creo que por hoy no pasará más nada de
importancia. A lo lejos se oye aún el ruido del avión. Son las 5 y 15. Aquí
dentro del bosque ya está oscureciendo. 8 DE DICIEMBRE El día 8, Raúl anota la actividad que ya se va haciendo habitual todas
las mañanas para el pequeño grupo de combatientes: Nos levantamos temprano, como de costumbre y fuimos a buscar caña; dos
cubrimos la retaguardia; al regresar, no encontramos nuestro campamento.
[...] No hemos sentido más nada por la mañana. Siguió dando algunas vueltas
el avión pero bastante lejos de aquí. Son en estos momentos las once de la
mañana. "Sin novedad en el frente". Decidimos que partiremos a las 2 p.m.
rumbo al bohío, que aún no sabemos a ciencia cierta dónde está, pero aunque
esta calma puede ser una treta del enemigo, no podemos seguir aquí
debilitándonos, además no pensamos llegar al bohío, sino aproximarnos y
observar los movimientos hasta ver si capturamos a alguien que nos informe
de la movilización de tropas y de la situación general del país, por lo que
se pueda saber a través de la censura. Me parece que el avión está dando
vueltas ahora por el Este, distante aún (11 y 10 a.m.). Hoy ya me sentí
bastante flojo del estómago, pero la moral y la decisión muy fuertes. Aquí
en este intrincado bosque la única diferencia del día a la noche es que una
es clara y la otra oscura, pero los mismos bichos, mosquitos sobre todo,
abundan a todas horas. Es muy poco el sol que logra infiltrarse por el
espeso follaje de los árboles. Ese día creen encontrarse cerca de una casa. Han escuchado ladridos de
perros y cantos de gallos. Deciden acercarse, pero no llevan a cabo el plan
porque sienten algunos disparos, acompañados por ruido de camiones.
Y Raúl vuelve a anotar: 11 y 15: el avión dio una vuelta ahora bastante cerca. Quisiera escribir
ahora mil cosas que se me ocurren, y sobre todo detallar lo más posible
nuestra situación, pero temo que se me agote el poco papel que tengo y no
pueda seguir fielmente este "Diario". Perdí la mochila en el encuentro
"sorpresa" del día pasado y nada más tengo lo que tengo encima. Hay dos aviones dando vueltas, pero sobre ninguna zona determinada,
parece que tratan de localizar a alguien, lo que nos hace albergar
esperanzas de que el grueso de nuestro destacamento, el "Antonio Maceo", se
haya salvado. [...] Hemos decidido firmemente esperar aquí pase lo que pase,
hasta que se aclare la situación por esa zona. Pasando hambre y sed. Solo
comiendo caña. Esa misma noche escuchan a lo lejos un nutrido tiroteo. 9 DE DICIEMBRE La anotación correspondiente a ese día en el diario de Raúl dice: Nos levantamos a las 6 oscuro aún. Buscamos una nueva provisión de caña.
Son las 9:20. Han pasado los aviones pocas veces. Hace como una hora se
sintió un disparo de fuego no muy lejos. Por la tarde pasaron los dos aviones varias veces. Están recorriendo
zonas muy largas y parece que doblan por aquí. Armando R. [Rodríguez] fue de
re-corrido y regresó con unas seis cañas, que vinieron muy bien, pues se nos
habían acabado y ya nos estábamos comiendo los nudos y los desperdicios. Hoy fue el cumpleaños de Ciro (Redondo), brindamos con caña. Nos
acostamos temprano, aún no había oscurecido completamente. 10 DE DICIEMBRE . El lunes 10, también Raúl decide echar a andar. En su diario anota: Nos levantamos como siempre a las seis, buscamos cañas. Todo estaba tan
tranquilo que decidimos abandonar la monotonía sedentaria del bosque y
aunque habíamos resistido y pensábamos resistir el hambre y la sed hasta
donde fuera necesario, a la 1 y 35 de la tarde partimos rumbo al Este,
siempre por los bosques y esquivando los caminos, tratando siempre de
encontrar algún bohío por el camino; comimos yuca y maíz crudos y la
inevitable y salvadora caña. Oscureciendo nos internamos más en el bosque y
nos acostamos. Al igual que el grupo de Fidel, han avanzado en la jornada casi cuatro
kilómetros, en una ruta aproximadamente paralela. 11 DE DICIEMBRE Los seis combatientes al mando de Raúl emprenden de nuevo la marcha en la
mañana del día 11. A media mañana llegan cerca de una casa. Raúl describe la
escena: Esperamos que saliera un poco el sol para orientarnos, comimos algunas
cañas que nos sobraron la noche anterior y salimos de nuevo. Ya estas
caminatas resultan más emocionantes. [...] Seguimos caminando, hacía un gran
calor; estábamos bastante agotados. Hacía seis días que no probábamos gota
de agua ni comida cocida. César [Gómez] era el que andaba más mal de salud.
Como a las 10 y 30 de la mañana oímos el ruido de unos guanajos, salimos
Armando y yo a explorar y vimos un bohío como a dos kilómetros. Hicimos un
rodeo grande para avanzarle al bohío de forma que si tuviéramos que hacer
una retirada, nada más tuviéramos que volver los pasos y retirarnos. Armando
y yo tomamos por asalto el primer bohío, y yo entré mientras él cubría la
retirada, pero estaba completamente vacío. Ya habíamos visto otro bohío mucho más grande como a 100 metros, dentro
de una arboleda que ocupaba como una manzana, por un lado y por otro pegado
a los árboles había unos claros de platanales. Para llegar al bohío había
que pasar una hondonada. Nos llamó la atención que se sentía mucho ruido de
voces de hombres en un bohío tan solitario. Ciro y yo salimos y nos
aproximamos a la casa, volvimos, y al poco rato salimos de nuevo y nos
aproximamos más a la hondonada. Vimos a un campesino amontonando leña,
sentimos ruido de radio y vi patas de caballo. También vi a un soldado, pero
me pareció que iba vestido de verde y en la cabeza no tenía nada; me pareció
verle algo en la cintura. Oímos voces como las siguientes: "Vengan a comer los seis primeros", "traigan los platos de campaña".
"Oiga, cabo". No nos quedaba duda, allí habían concentrado soldados. Decidimos irnos,
después de muchas vacilaciones, ya que había quien aseguraba que no eran
soldados y además nos habíamos hecho muchas ilusiones. César Gómez no quiere seguir adelante: está más desmoralizado que
agotado. Los demás le advierten que si se queda allí pueden matarlo, pero
insiste. Raúl le plantea que no se entregue hasta el otro día, para darles
oportunidad de alejarse, y que diga que estaba solo. Siguen la marcha
después de recoger el fusil del que se queda. Gómez se entrega al día
siguiente. Al mediodía, sin haber salido del monte en seis días de hambre, sed y
fatiga, los combatientes alcanzan el borde de las alturas sobre el río Toro.
Relata Raúl: A la una menos tres minutos nos encontramos frente al último cañaveral,
detrás de él la airosa majestad de la Sierra Maestra, nuestra ansiada meta.
En cinco minutos cruzamos en línea recta el cañaveral, la única vez que
hicimos esto con un cañaveral. [...] Después de atravesar la caña y una
pequeña y estrecha faja de monte, nos encontramos con las primeras fajas o
laderas de montañas cultivadas. Vienen a ser algo así como las estribaciones
de la Sierra. El espectáculo era magnífico y las perspectivas también, ya
que se veían muchos bohíos diseminados por la lejanía. Y después de un corto
descanso nos encaminamos al más cercano. Seguimos caminando por el lindero
de la faja de bosque al borde de una profunda ladera. Después fuimos
descendiendo al fondo de la ladera y vinimos a dar a un despeñadero que
tenía como unos 70 metros, pero se podía bajar con cuidado, era de roca viva
y se veían rastros de corrientes de agua en época de lluvia. Fui el primero
en bajar. Comienzan a descender por la cara del farallón. Raúl se adelanta. Cuando
va llegando abajo ve que René Rodríguez le hace señas que regrese. Han
encontrado al expedicionario Ernesto Fernández oculto en una herida de la
piedra. Ha sido una suerte, porque Ernesto les informa que poco más abajo,
en el río, está tendida una emboscada de los guardias. Esa noche se quedan
junto a Ernesto. Un poco más al Norte, a unos escasos dos kilómetros, en La Conveniencia,
Fidel establece esa misma noche su improvisado puesto de observación. 12 DE DICIEMBRE Poco después del amanecer, Raúl escribe en su diario: Son las 9 a.m. y todavía no ha aparecido nadie, oímos un campesino
cantar y recorrer su vega que está cerca. Dormimos aquí en la ladera, a un
costado del barranco que bajamos ayer entre las piedras grandes algo
desprendidas. Dormimos bastante mal, aunque no había muchos mosquitos ni
frío: seguiremos esperando al campesino; según Ernesto, nunca había tardado
tanto. El Sol nos salió completamente de frente, el amanecer fue bello.
Estamos llenos de esperanzas.
Alrededor de las 10:00 de la mañana llegan los campesinos con el desayuno de Ernesto, y para su sorpresa encuentran que ya no es uno, sino son seis. Prometen regresar más tarde con provisiones para todos, y, en efecto, a las 2:00 regresan Baldomero Cedeño y Crescencio Amaya con agua abundante y un suculento almuerzo. Esa tarde, Raúl se entera de las terribles noticias de los asesinatos de sus compañeros en la boca del Toro y otros lugares. Raúl concluye sus anotaciones diciendo: Como a las tres de la tarde se oyó un avión con altoparlante conminándonos a que nos rindiéramos; nos reímos de ellos. Por la tarde vinieron los cuatro campesinos, cuyos nombres no escribo pero los tendremos grabados toda la vida en el corazón. Estuvimos hablando con ellos como dos horas. Por la tarde trajeron café. Por la noche decidimos dormir en un platanal que estaba a unos 30 metros más abajo, porque en las piedras no se podía dormir bien. La noche estaba magnífica, sin frío y sin mosquitos. Vine a dormirme como a las doce. Parece que la digestión me molestaba, ya que hacía días el estómago no trabajaba. Lloviznó un poquito a las 11. 13 DE DICIEMBRE El día 13, ya Neno Hidalgo ha traído informaciones imprecisas de que alguien que pudiera ser Fidel está vivo y ha pasado por la zona en camino hacia la Sierra. Raúl ha decidido continuar de inmediato la marcha y pide que se les consiga un práctico. Narra Raúl: A las 5 y 30 subimos de nuevo a las piedras. Más tarde, 7 a.m., llegaron dos campesinos con café. Decidimos trasladarnos a un ojo de agua que está cerca: son las 9 a.m., esperamos al dueño de estas tierras [Neno Hidalgo] con el desayuno. Llegó el venerable anciano con algunas noticias y un suculento de-sayuno: una lata de medio galón de café con leche, dos botellas de chocolate y como seis galletas para cada uno. Decidimos irnos esta noche y mandamos a buscar un práctico para guía. A las 2 y 30 vino el almuerzo parecido al de ayer, con cigarros, café y una lata de chorizos llena de harina dulce. [...] Ya nos despedimos de dos de estos buenos cubanos. Los demás fueron por el guía y por algunos víveres para la jornada. Pensamos entrar de lleno en la Sierra esta noche, rumbo noreste. Pensamos pasar entre Pilón y la Vigía (observatorio americano). Hoy limpiamos las armas con luz brillante y aceite de higuereta. Ulises [Efigenio Ameijeiras] continúa deseoso de aventuras, piensa hacerse famoso. Estamos en estos momentos en una ensenadita cubierta de grandes árboles y rodeada de grandes lomas, con la única salida del cauce seco de un arroyo y en el centro el divino ojo de agua de un manantialito. Aquí pasamos un día muy contentos y llenos de esperanza de encontrarnos en la Sierra con Fidel y nuevas aventuras. Son las 4 y 50 de la tarde. Aquí ya no da el sol y las palomas y torcazas ya vienen a dormir, mientras nosotros preparamos el viaje. Sin embargo, el plan se frustra. Más adelante, ese mismo día, Raúl asienta en su diario con pesadumbre: Lamentablemente ya no podemos irnos hoy. No encontraron al guía. Como a las 6 y 30 p.m. ya completamente oscuro se sintió un ruido azotando las copas de los árboles. Rápidamente nos dimos cuenta de un fuerte aguacero, que no duró mucho, pero nos empapó. Los sacos disponibles, los usamos para proteger las armas, y después de escampar cada vez que tocábamos un gajo nos caía una lluvia de gotas. Comimos unas raspaduras de coco que nos habían traído entre las cosas del viaje, pero estaban muy blandas y no resistirían la jornada. Para dormir fue una verdadera tragedia, pues con la ropa y la tierra mojada no había dónde meterse. Con Ciro me acomodé debajo de un cedro abandonado y con la ayuda de un saco de henequén de esos de envasar azúcar, pasamos la noche tiritando de frío y calados hasta los huesos. Por la mañana descubrí que los malditos cangrejos que de noche abundan por miles y de todos los tamaños, ha-bían comido la manga derecha de mi camisa. (Continuará) |