Treinta y cinco años después, el Festival
del Nuevo Cine Latinoamericano sigue renovándose para ser el
mismo que una vez salió a la palestra con la intención de
convertirse en la gran cita continental que hoy es.
Los que recuerdan aquellas primeras
ediciones pueden dar fe de cómo con cada encuentro anual el
Festival fue creciendo, y con él la calidad de los filmes
participantes en el certamen, que es como decir la
consolidación artística de la cinematografía
latinoamericana, hoy día aplaudida por un público
inteligente y premiada en los más importantes festivales
internacionales.
Tres décadas y media durante las cuales
las innovaciones tecnológicas vinculadas con el audiovisual
transformaron gustos y modos de ver.
Ahora, para muchos en el mundo, lo
importante es visionar, en el soporte que sea, e ir al cine,
una opción más entre muchas.
Pero el cine como cine sigue siendo una
opción mágica social y el Festival habanero lo demuestra con
la afluencia masiva del público a salas que están lejos de
resultar perfectas. Un espectador por lo general de afinada
puntería en lo que al cine latinoamericano respecta, y que
desde los primeros días se las arregla para saber dónde
puede ver lo mejor y qué película no debe perderse de
ninguna manera.
Si bien es cierto que la amplia muestra
internacional se presenta como un plato imposible de dejar a
un lado, no son pocos los espectadores que gustan erigirse
como árbitros de cada uno de los filmes latinoamericanos en
competencia, en especial los largometrajes, películas
sólidas en su diversidad artística, que pasan por una
selección previa, y que nada tienen que ver con esa
producción masiva internacional empeñada en convertir el
gusto en un basural de reiteraciones comerciales.
Este año, a juzgar por los 21 filmes que
finalmente quedaron en la contienda, puede afirmarse que la
lucha mayor por los premios Corales será entre Argentina y
México, cada uno con cuatro películas.
Un pronóstico, el anterior, basado no en
filmes vistos —para lo cual habrá que esperar por el
Festival— sino en premios y repercusiones críticas que
preceden a varias de esas cintas.
Veremos las mexicanas, Heli, de
Amat Escalante, ganadora del Premio del Jurado en el
Festival Cannes, y Club sándwich, que le valió a
Fernando Eimbcke la Concha de Plata en el Festival de San
Sebastián, certamen donde la venezolana Pelo malo, de
Mariana Rondón, se alzó con la Concha de Oro.
De Argentina hay dos que puntean
igualmente entre las favoritas, La Paz, de Santiago
Loza, y Wakolda, de una no por joven, vieja conocida,
Lucía Puenzo.
El talento del ya probado Sebastián Lelio
hará que no pocos salgan a buscar su filme Gloria, en
tanto Brasil, traerá dos que prometen, Memorias cruzadas,
de Lúcia Murat, y Edén, de Bruno Safadi.
Cuba estará representada en largometrajes
en competencia por Boccaccerías habaneras, de Arturo
Sotto, y Jirafas, de Enrique Álvarez, las cuales, por
supuesto, el espectador tratará de ver, sin que por el
momento podamos darle referencias.
Ese también es uno de los encantos del
Festival, salir a buscar en medio de una marea de filmes, y
encontrarse con maravillas no siempre avisadas.