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Aniversario Misión Militar Cubana en Angola
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Domingo da Silva, nuestra leyenda en Angola
Así como José Martí fue donde
Bolívar sin sacudirse el polvo del camino al llegar a Caracas, así los
cubanos siempre, en el lugar o en el recuerdo, rendimos homenaje a Raúl
Díaz Argüelles al arribar a tierras angolanas. Este 11 de diciembre se
cumplen 30 años de su caída en combate, desde entonces fue mito perenne
entre los internacionalistas
KATIUSKA BLANCO
nacionales@granma.cip.cu
Las
voces iban perdiéndose, apagándose, alejándose, muriéndose. Sin
embargo, mientras lo llevaban, mientras sus compañeros lo trasladaban con
la prontitud de la desesperación, él podía percibir aún el rumor
apacible de las profundas aguas del río Mabassa y cómo crepitaba de
nuevo el puentecito de madera en que se interpusieron, emboscados desde la
orilla y con fuego de artillería inesperado y rotundo, a la columna
sudafricana en el camino a Gabela, milla y media al norte de Ebo, el día
que fue punto de giro en la guerra, latitud de asombro para el enemigo que
esperaba arribar a Luanda luego de un recorrido plácido por las que
suponía deshabitadas carreteras en el olvido.
El comandante Raúl Díaz Argüelles (sentado) durante su participación solidaria con la lucha del pueblo de Guinea Bissau.
Todavía palpitaba en el Primer Comandante
Raúl Díaz Argüelles, en Domingos da Silva que era su nombre en tierras
de África, el entusiasmo de aquella memorable mañana del 23 de noviembre
de 1975 que le había llevado a escribir a Polo Cintra Frías, para
entonces Jefe de la Misión Militar de Cuba en Angola: "No creo que
vuelvan a atacar. Pero no te preocupes: si lo hacen, no pasarán".
Con el legendario dirigente africano Amilcar Cabral.
Su presencia en Angola había sido preludio
y abrazo en el momento crucial. Raúl Díaz Argüelles, se encontraba
allí desde Agosto, y había dirigido con éxito todas las acciones de
apoyo de Cuba al MPLA, movimiento revolucionario e independentista
dirigido por Agostinho Neto, para que fuera posible, con la victoria, la
verdadera independencia de Angola, que pretendían escamotear las
potencias occidentales y los Estados Unidos valiéndose de los mercenarios
del FNLA, de la UNITA y de la invasión sudafricana que se inició el 14
de octubre.
Desde el combate decisivo en las
proximidades de Ebo, habían transcurrido solo algunos días, pero de
súbito no eran las aguas las que fluían apuradas en la memoria sino los
pasos, los pasos o la sangre, la sangre que salía a borbotones, instalaba
la palidez, se llevaba la vida, vaciaba de recuerdos las cavidades.
Precipitadamente el hombre herido vio ante sí a La Habana en dos tiempos
contrarios: uno clandestino, perseguido, torturado, temerario cuando era
jefe de acción del Directorio Revolucionario en la ciudad y a pesar de
los 18 años sentía remotos los días de infancia en Marianao y aquellos
en que había estudiado en Tennessee, en la Riverside Military Academy en
los Estados Unidos, antes de ingresar en la carrera de Ingeniería Civil
en la Universidad de La Habana, donde estrechó vínculos con José
Antonio Echeverría y Fructuoso Rodríguez y aprendió la intrepidez
desenfadada de los que ponían la piel a las balas contra la dictadura.
Fue esa épica cotidiana la que demostró junto a Gustavo Machín cuando
atacaron en noviembre de 1958 la 15ta. estación de la policía a pura
ráfaga de ametralladoras Thompson. Después ya fue ineludible subir a las
montañas.
Luego se superponía el otro tiempo de la
capital: aireado, transparente y abierto, de sobresaltos dejados atrás,
vencidos con la entrada guerrillera a las calles en enero de 1959, cuando
podía entregarse al amor de su novia Mariana Ramírez Corría y al
trabajo revolucionario con la vehemencia soñada antes y luego, una
secuencia sorprendente de vida, una calma vertiginosa que anotó en la
trayectoria seguida en innumerables servicios como ejecutivo de la
Dirección de Inspección del G-5 del Estado Mayor del Ejército Rebelde,
Jefe del Departamento Técnico de Investigaciones (DTI ) de la Policía
Nacional Revolucionaria, alumno de la Escuela Básica de Oficiales de las
FAR en Matanzas, jefe de información del Ejército de Occidente, jefe de
artillería del Ejército de Occidente, jefe de operaciones del Cuerpo de
Ejército Independiente de Matanzas y jefe de Estado Mayor de ese mismo
cuerpo, jefe de la Artillería y Tropas Coheteriles de las FAR y jefe de
la Décima Dirección de las FAR, que atendía la colaboración militar
con otros países.
Ahora era llevado, sostenido, cuidado,
cuidado, cuidado... pero la niebla iba abarcándolo todo como si fuera
viento del sur arrastrando todas las arenas del país. Aquella nación que
se le había metido en el alma por todos los poros y era, al mismo tiempo,
el espacio donde ejercía el internacionalismo ferviente en que creía,
con el ejemplo del Che y de su hermano Gustavo como admirados antecedentes
entrañables en los cerros de Bolivia y de la historia.
Cada vez escuchaba menos las voces, iban
atenuándose los gritos. Pensó en sus seres queridos. Sus sentidos no
registraron la explosión de la mina antitanque que hizo volar por los
aires el blindado en que avanzaba para flanquear en el ataque a los
sudafricanos. No había silencio, todo era confusión y premura y
desmesura en el dolor. El no reparaba sino en el monte. Este territorio
agreste no era el del Escambray a las órdenes del Che. Tampoco era el
bosque tupido en el camino para tomar la ciudad de Trinidad, ni era el
verdor en el avance hacia la capital de Cuba cuando ya la dictadura
batistiana se había desmoronado; tampoco eran las selvas de Guinea
Bissau, ni la zona norte de Angola, no era la ruta a Grafanil ni a
Quifangondo; era al sur, el centro-sur de Angola que terminaría siendo el
territorio cabal de su eterna leyenda, enfundada para siempre en sus 39
años y el uniforme de camuflaje de las tropas de las FAPLA, mientras al
pie del avión en que llegan los cubanos los mira tras unos lentes oscuros
y los urge a batallar, a dar sus vidas por los pueblos de África.