30
Aniversario Misión Militar Cubana en Angola
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La Crónica
de todos
Texto
y foto: PASTOR BATISTA VALDÉS
nacionales@granma.cip.cu

Fuimos
alrededor de 300 000 cubanos. Hubiéramos podido ser 10 millones haciendo
camino al andar en suelo angolano. Cuando de solidaridad se trata,
cualquier porción de Cuba, por pequeña que parezca, equivale al
universo.
Por eso esta no es la crónica que gira en
torno a una persona en particular. Es la oportunidad para que hoy (30, 20,
15 años después) el abuelo zapador le diga a su pequeña nieta: "Entre
estos párrafos ando también yo, detectando minas para impedir que mueran
nuestros combatientes e inocentes civiles angolanos".
Es la evocación, interminable, de quienes
vivieron más tiempo desafiando el zarpazo contra la caravana en marcha
que tendidos sobre un colchón.
Es tocarle el hombro al piloto que despega
seguro de que regresará con la misión cumplida, no porque su MIG sea
técnicamente invencible, sino porque lo son esos principios que defiende
y porque, además, a 14 000 kilómetros aguardan por él los besos de una
viejecita, los brazos de una mujer, la sonrisa de una niña, la dignidad
de todo un pueblo.
En medio de lo imposible que resulta
abarcar la inmensidad, este es también el espacio donde cabe el nombre de
todos los shilkeros, lanzacoheteros, artilleros y demás combatientes que
pusieron freno a la impunidad del terror aéreo enemigo.
Es la invocación al tanquista que marcha
hacia el posible combate, con un proyectil listo y el aliento de todas
aquellas manos de ébano y dientes de marfil que salieron a saludar desde
la quimbería (batey de rústicas casuchas hechas con paja y adobe).
Es la eterna gratitud de todos los que
avanzaron, cavaron su pozo de tirador o la trinchera, apuraron la ración
fría, emplazaron el armamento, combatieron con éxito, recibieron
asistencia médica, durmieron o admiraron la belleza del firmamento...
gracias a la audacia y seguridad de las tropas especiales (hurgando en
silencio los talones y el cerebro del agresor) y a la insomne vigilia de
quienes, en lo alto de un árbol, o desde el mejor promontorio, no
apartaron la vista de acceso terrestre y aéreo.
Va en esta incompleta crónica, la emoción
de "ese instante sublime": el arribo de la esperada correspondencia
familiar; por lo general leída primero "a muchos oídos" (con quienes no
recibieron carta), para repasarla y disfrutarla luego a solas.
Véanse también aquí —y hablen una vez
más a hijos, nietos y vecinos— todos los que derrocharon talento
científico y técnico allá, mucho antes de que surgiera el movimiento
del Fórum, y rescataron BTR, tanques, camiones y otros equipos averiados;
descubrieron la mágica receta del yogurt de imbondeiro (árbol típico de
ese país), y convirtieron en horno para la cocción de alimentos aquellas
pirámides de dos metros o más, construidas por las hormigas.
Estos son, en fin, los apuntes que
escribirían mucho mejor el retaguardiero incansable, el joven impetuoso,
las artilleras y todas las mujeres que ofrecieron su sensible aporte.
Es la evocación de la alegría ante la
victoria, y del dolor convertido en acicate para seguir adelante cada vez
que un hermano murió.
Es recordar lo acontecido, minuto a minuto,
durante más de 5 000 jornadas de altruismo... es la crónica que anida en
todos: en los vencedores e incluso en quienes, aún vencidos, deberán
agradecer eternamente la posibilidad de que su derrota abrió para romper
grilletes ceñidos al pie de otros seres humanos, en la misma tierra, con
igual color de piel e idéntico derecho a disfrutar de sus derechos.