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Aniversario Misión Militar Cubana en Angola
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El dilema de la tercera brecha
RONAL SUÁREZ RAMOS
Quizás
la culpa fue de aquellos animales que construyeron una especie de torre
con la tierra extraída del subsuelo, en medio de la selva, ideal para ser
tomada como referencia por el pelotón de zapadores, sin pensar que aquel
punto podría desaparecer y dejarlos a la deriva.
Ciego y con su pierna izquierda amputada, Tomás relata aquel capítulo que cambió para siempre su vida.
Pero Tomás Baños prefiere
asumir la responsabilidad, porque "era mejor que muriera uno, antes que
arriesgar la vida de no se sabe cuántos compañeros, si llegaba la hora
del combate y la brecha marcada en el croquis del campo recién minado
resultaba imposible de identificar".
Ciego y con su pierna
izquierda amputada poco más abajo de la rodilla, este mulato claro de 46
años de edad que en su momento tuvo ojos pardos, relata aquel capítulo
que cambió para siempre su vida, sin asomo de pesares o arrepentimiento.
Al lado, sobre el televisor,
están varias condecoraciones instituidas por el Consejo de Estado que le
fueron conferidas; bajo la noble sonrisa se adivina la firmeza de
carácter del héroe.
TODO EMPEZÓ EN VACA MUERTA
Nacido y criado en La Ceniza,
barrio campesino al sur de la capital pinareña, Tomás cumplió el
Servicio Militar en el lugar de la provincia de La Habana que los jóvenes
reclutas identifican como Vaca Muerta. Al desmovilizarse, quedó como
reservista de las Tropas Especiales y recibió un curso para oficiales
donde se capacitó como zapador.
Trabajaba en una brigada
dedicada a la restauración de edificaciones con valor patrimonial cuando
se le planteó la misión de ir a combatir para preservar la independencia
de Angola.
En mayo de 1987 llegaba al
país africano con su pelotón de zapadores integrado a un batallón del
que formaban parte pinareños y habaneros, y fue destinado a la custodia
del aeropuerto militar de Huambo.
BAJO EL ASEDIO DE LOS MORTEROS
"Era un
pueblo muy asediado, le decían la ciudad de los morteros porque
constantemente caían los obuses disparados por la UNITA. A los seis meses
vine de pase y no faltaron personas que me aconsejaron no regresar, pues
aquello estaba malo. Mi respuesta fue que prefería morir como un
revolucionario antes que ser un `rajado'."
De nuevo en Huambo, Tomás se
sorprendió al llegar al campamento y ver que estaban matando a todos los
animales que se utilizaban como reserva alimenticia de la tropa.
La respuesta a sus
interrogantes no se hizo esperar. Reunido el batallón, su jefe pidió que
dieran un paso al frente los que estaban en condiciones de marchar a la
primera línea de combate.
"Partimos
en un Boeing hasta el aeropuerto de Menongue, el cual estuvimos
protegiendo hasta que se construyó otro más cercano a Cuito Cuanavale y
nuestra aviación de combate se trasladó hacia ese lugar."
EN LA PRIMERA LÍNEA
"Nos
asignaron la defensa de las caravanas que llevaban suministros a nuestros
combatientes en Cuito, y que eran constantemente atacadas por la aviación
sudafricana y por los morteros de las tropas enemigas, hasta que se logró
la victoria, decisiva en el curso de la guerra.
"Entonces
se nos dio la misión de trasladarnos a pie por entre el monte hasta un
lugar situado al suroeste de Cayundo —a unos 100 kilómetros de
distancia— por donde se esperaba una infiltración de tropas
sudafricanas.
"De 10
días previstos, culminan el trayecto en 72 horas. La gente no podía
creerlo al vernos llegar, pues habíamos atravesado una zona infestada de
minas. Nos fortificamos y a los pocos días supimos que a cierta distancia
había una base enemiga."
La jefatura del batallón —recuerda—
decidió atacarla con la mitad de los efectivos, mientras los restantes se
dedicaban a la defensa del campamento propio. "Al pelotón de zapadores se
nos ordenó minar 10 kilómetros a la redonda y a la semana ya habíamos
completado cinco".
LA BRECHA FATAL
"En eso
se me acerca el ingeniero y me advierte que había desaparecido la `torre'
de tierra de la tercera brecha, por donde se desplazarían nuestras
fuerzas en caso de tener que combatir.
"Comprendí
que debía restablecerla, o toda la tropa estaría expuesta al campo
minado. Les dije a los hombres que fueran a almorzar y decidí quedarme
para intentar encontrar la ruta. Subí a un árbol, pero no divisé
ningún indicio. Comencé a caminar, y al consultar el croquis, descubrí
que me había adentrado en el área de minas.
"¿Cómo
salgo de aquí ahora? —me pregunté—; la única forma era ponerme en
cuclillas e ir palpando la tierra con las manos en busca de un posible
artefacto. Pero de pronto me falló la pierna derecha y al caer sobre la
izquierda pisé exactamente donde se encontraba la mina, que por suerte
era antipersonal, pues si llega a ser antitanque me desaparece.
"Con la
parte inferior de la pierna prácticamente arrancada y el rostro lleno de
heridas, manando abundante sangre, comencé a pedir auxilio. Una ráfaga
de ametralladora me respondió a cierta distancia y al poco rato me
sacaban hasta un vehículo que fue dando saltos por aquellos parajes hasta
el río Kuando Kubango, donde ya esperaban un médico y varios sanitarios."
¡SI MUERO ES POR LA PATRIA!
"Mientras
esperábamos el helicóptero, uno de los sanitarios empezó a llorar al
escucharme decir que quería enviarle mis últimas palabras al Comandante
en Jefe. ¡No llores, si muero es por la Patria!, lo consolé. En eso uno
del grupo encendió un cigarro suave y al darme el olor del humo,
protesté: ¡Si no apagan ese cigarro, quienes me van a matar son ustedes!
Todos rieron y se alivió la tensión del momento."
En el hospital de Menongue,
según Tomás, le amputaron la pierna y ya en Cuba, en el Naval, le
sometieron a varias intervenciones quirúrgicas para tratar de salvarle la
vista, aunque infructuosamente.
¿Qué reflexión haces de lo
ocurrido 30 años atrás?
"No me
arrepiento de lo que he perdido. Al llegar a ese país y ver a los niños
hambrientos, llenos de parásitos, comprendí que eso lo había dejado el
colonialismo, y sentí deseos de fajarme con los culpables."
¿En qué piensas durante tus
horas de soledad?
"En
muchas cosas, me pongo a pensar en lo que sucedería si mi Patria es
agredida por el imperialismo yanki y ya he tomado una resolución. Si ello
ocurriera no quiero que me oculten en un refugio, no puedo empuñar un
arma, pero sí puedo estar junto a una batería antiaérea alentando a los
combatientes; que me dejen morir como un combatiente.
"Recuerdo
que cuando estábamos en el sur de Angola, los aviones sudafricanos nos
hostigaban constantemente; una vez entraron y nos mataron un compañero,
pero dos o tres días después volvieron y nuestros artilleros los
recibieron a fuego limpio.
"Si fui
capaz de hacerlo a 14 000 kilómetros de aquí, cómo no lo voy a hacer en
mi país. Aunque esté ciego y cojo puedo ser útil. Y llegado el momento,
desearía estar en San Antonio de los Baños, donde por primera vez me
vestí de verde olivo."