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Aniversario Misión Militar Cubana en Angola
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El otro rostro de la guerra
Texto
y fotos: PASTOR BATISTA VALDÉS
Afortunados
quienes nunca conocieron la guerra. Privilegiados los que, aún
habiéndola vivido, no guardamos de ella la deshumanizada arista del
hombre matando al hombre, sino la del ser humano entregando lo más puro
de sí en bien de sus semejantes.
Por vez primera en su vida estos soldados angolanos tomaron un lápiz, en Ruacaná.
Puede "sonar" poético, pero así:
renovador y optimista, es el recuerdo que conservo de aquel retorno
victorioso, de los internacionalistas cubanos que, a lo largo de tres
lustros, ofrecieron solidaria ayuda en la República Popular de Angola por
solicitud de su Gobierno y por voluntad de ese pueblo.
CUITO: PUÑO Y CARICIA
El estoico rechazo a la embestida
sudafricana por Cuito Cuanavale significó un demoledor golpe para los
invasores, un giro en los destinos del continente y una senda para empezar
a ponerle coto al terror y a la muerte.
Los combatientes de Cuito Cuanavale construyeron juguetes para los niños de las aldeas cercanas.
Afortunadamente ya en abril de 1988, ni el
lente fotográfico ni la pupila humana chocaban allí con la tétrica
imagen de cuerpos agresores aplastados por las esteras de sus mismos
blindados en caótica retirada. Predominaba una relativa calma, alterada a
ratos por el "ladrido" de algún que otro proyectil artillero, lanzado por
las mismas piezas enemigas que antes se habían ensañado con el puente y
con las pocas instalaciones del caserío.
En muchos lugares nuestras tropasconstruyeron parques para los niñosangolanos.
Fue, en ese contexto, que accedí a una de
las vivencias más conmovedoras de aquellas jornadas. Sin descuidar su
disposición y capacidad combativas, decenas de combatientes cubanos
acopian pequeñas latas de conserva, pedazos de madera, recortes de tela,
hilo y otros materiales para, en sus ratos de descanso, construir
juguetes, desde el cálido interior de los refugios.
Poco después, el 2 de mayo, la aldea de
Nankova, próxima a Cuito Cuanavale, semeja una colmena. De sus casuchas
de barro y paja salen niñas y niños de todas las edades. La melancólica
expresión en sus miradas da paso a un brillo nuevo. Ninguno de ellos ha
tenido jamás un diminuto camión, una muñeca de trapo, una pelotaÁ Es
curioso: entre los rústicos juguetes no hay un solo fusil o una pistola.
Tal vez también por ello más de un anciano suspira hondo y apoya la
barbilla en la palma de su mano.
LA HUELLA SE ENRAIZA
Pero no había sido Cuito, hasta ese
instante, ni después, una excepción: Menongue, Lubango, Namibe, Huambo,
Cahama, Lobito, Xangongo, Cabinda, LuandaÁ los más apartados o lejanos
sitios fueron escenario cotidiano de una sensibilidad por parte de los
cubanos, jamás vista por aquellos pobladores.
La población nativa contó con la atención de nuestros médicos.
Miles de combatientes hicieron, durante
años, lo mismo que el entonces primer teniente Miguel Polo Vega:
Cerca de él, un niño lo mira con
suplicante expresión. Es la hora de la comida. El joven pudiera ingerir
su ración y retirarse. Pero el soldado cubano es, ante todo, padre, hijo,
hermano. Por eso Polo busca una lata de carne, la abre y se la extiende al
chico que, con voz tímida, solo atina a decir lo mismo que tal vez a esa
hora repiten cientos de niños en otras partes: "Muito obrigado, primo,
muito obrigado" (Muchas gracias, primo, muchas gracias).
Con igual sencillez y desprendimiento,
nuestros médicos militares atendieron siempre a infinidad de personas
nativas, afectadas por paludismo, enfermedades respiratorias, problemas en
la piel, mordedura de serpientes, accidentes y otras causas, del mismo
modo que manos de soldados y de oficiales cubanos levantaron
espontáneamente parques infantiles, escuelas, puntos sanitarios, áreas
deportivas y monumentos a la amistad entre ambos pueblos.
UN HIJO MÁS
Tenía cinco años de edad cuando tropas
cubanas lo hallaron, a la deriva, en un lugar llamado Ondgiva. No sabía
su nombre, ni dónde vivía, ni quiénes habían sido sus padres.
Tiritaba. No precisamente de frío. Quizás de miedo. Con toda seguridad,
de hambre.
Convertido ya en un vigoroso joven, baja la
cabeza, contrae la garganta y me confiesa que gracias a los cubanos no
murió. Once años al calor de ellos lo han convertido en alguien
preparado para enfrentar la vida: lee, escribe, conduce cualquier
vehículo, practica deportesÁ lleva un nombre: Alberto Manuel Gómez.
"Pero no sé qué va
a ser de mí el día que ustedes, los cubanos, vuelvan a su paísÁ porque
son la única familia que he conocido en mi vida" —afirma y para ocultar
la impertinencia de una lágrima, levanta la mirada hacia el aleteo de una
paloma que alza vuelo.
GOLPE AL MENTÓN DE LA IGNORANCIA
Nadie le indicó al entonces sargento
Clovis Ortega que enseñara a leer, a escribir y a hacer operaciones
aritméticas a aquellos soldados de las Fuerzas Armadas para la
Liberación de Angola (FAPLA) que, junto a las tropas cubanas, habían
llegado hasta la presa de Ruacaná, frontera sur con la hermana Namibia.
Tampoco nadie le criticó o impidió esa
idea. Por el contrario, rápidamente se sumaron brazos para armar la
improvisada aula donde cada día se concentraban varios angolanos,
afanados en dominar la rigidez salvaje de unas manos que nunca pudieron
tomar un lápiz, ni siquiera ante el deseo irresistible acumulado durante
años de hacerle una carta a sus seres más queridos desde el foso de una
trinchera o bajo el hostigamiento de la artillería enemiga.
YO SÉ PORQUÉ LLORAS, LUANDA
Enero de 1989. Las arterias que conducen al
aeropuerto de Luanda son un conglomerado interminable de pueblo. Están a
punto de despegar victoriosos los primeros internacionalistas, de 3 000
que retornarán inicialmente a la patria, en gesto de buena voluntad del
Gobierno cubano antes de que comience la retirada oficial, pactada en las
conversaciones tripartitas: Angola, Cuba y Sudáfrica.
Una buena pregunta sería: ¿Por qué esa
multitud?
Se puede convocar a un grupo de personas a
asistir a un lugar, pero no obligar a decenas de miles para que lo hagan.
Se puede convocar a que la gente aplauda, pero no se les puede exigir el
llanto por decreto. Y varios angolanos sollozan. Nada de ello es casual.
Es la huella humana dejada por Cuba, que perdura y que no aparece escrita
o diseñada en ningún manual del arte militar; es la huella que alienta
por encima del desagradable olor de la pólvora y de las calamidades de la
guerraÁ es la expresión de un pueblo (Angola) al ver cómo otro pueblo
hermano (Cuba) regresa digno, llevando consigo solamente los restos de sus
hijos caídos en la contienda y el agradecimiento de aquella nación
africana.