30 Aniversario Misión Militar Cubana en Angola

La bandera en lo más alto

HÉCTOR ARTURO

Me dice usted, Kokela, que izó la bandera con su única mano. Cuenta que el Presidente Agostinho Neto le asignó esa responsabilidad y recuerda que a las 12 en punto de la noche, cuando toda Angola estaba en guerra, usted marchó hacia el asta del Palacio de Gobierno, en Luanda, asediada por las tropas racistas sudafricanas y sus lacayos de la UNITA y el FNLA.

El 11 de noviembre de 1975, el Presidente Agostinho Neto encomendó a Francisco Imperial Santana, Kokela, fundador del MPLA, la misión de izar la bandera de la República Popular de Angola.

Un pionero, héroe también como usted, anudó la enseña con la driza y usted me repite que "con esta sola mano que me dejaron los fascistas llevé la bandera hasta allá arriba, bien alto". Y señala no sé a dónde, pero el dedo se le pierde lejos y los ojos se le van más allá todavía, tal vez a los recuerdos o al futuro.

Yo no quiero dudar de sus palabras, camarada Kokela y le escucho atentamente toda su historia, que es grande como la de su tierra anegada en sangre y sufrimientos, colmada de cárceles y de hambre. Y le creo palabra a palabra, hasta que usted me reitera que izó la bandera de la República Popular de Angola aquel amanecer del 11 de noviembre de 1975 "con la única mano que me dejaron los fascistas".

Fue en las mazmorras, después del 4 de febrero de 1961. En la cárcel los fascistas suelen ser más bestias que en las calles, que ya es mucho decir. A usted lo encerraron con una herida en el antebrazo, pero a ellos nada les importaba el dolor ni la sangre. Porrazos día a día y una palabra: ¡habla! Y un silencio de más de cinco siglos por respuesta, todo en su garganta. Y otra vez el golpe y la tortura, porque así son las prisiones fascistas: golpes, torturas y sangre.

Y su herida en el antebrazo. Y otra herida sobre la herida que ya le duele más y más. Y el brazo a hincharse. Y los dedos a no quererse mover, casi tres meses después de aquella mañana, que fue como el Moncada de África.

Y la amputación por una gangrena que los médicos fascistas pudieron haber evitado. Convaleciente aún, la orden fue precisa: Kokela va a cargar piedras en el extenso Sur. Ese Sur angolano que es infierno y nevera al mismo tiempo. Piedras de un lado hacia otro, ante la risa del señor oficial fascista, que pretendía doblegarlo a usted, con la idea de que los más de cien kilogramos de piedras lograran lo que no lograron el látigo, la sed, los pinchazos, la electricidad y los cigarrillos apagados sobre su cuerpo.

Cárcel para usted y los suyos, porque aquel amanecer Angola dijo basta y sus hijos partieron con las catanas afiladas a arrancar de las prisiones a otros hermanos heroicos. Armas de fuego no poseían ninguna, pero una vez más el machete de labranza se inscribiría en la Historia, como hicieron ayer nuestros abuelos que nacieron en las praderas africanas y se asentaron en mi tierra.

Cárcel porque usted protestó mucho antes, en 1947, contra el salario miserable que les pagaban los colonialistas por construir sus enormes carreteras, sus palacetes y sus fábricas.

Cárcel porque usted dijo que las mujeres de su aldea no serían obligadas a acostarse con el colono que las esperaba en sus habitaciones privadas, deseoso de esas hembras, a quienes golpeaba brutalmente después de vejarlas, por haber nacido negras en un territorio colonial mucho mayor en extensión y riquezas que la propia metrópoli.

Cárcel porque usted quiso un día que sus hijos tuvieran escuela y lápices y libros y juguetes y sonrisas, como deben tener todos los niños del mundo. Y porque usted no escarmentaba con las detenciones anteriores ni con el encierro de su anciano padre, para que usted, camarada Kokela, se mantuviera tranquilo, cuando estar tranquilo significaba seguir siendo buey eternamente, y soportar el yugo horrible, el látigo hiriente y el aguijón punzante sobre las espaldas de su Patria.

Pero sobre todo, cárcel desde el 4 de febrero de 1961, por haber sido usted, camarada Kokela, uno de los iniciadores de la lucha armada contra el colonialismo en Angola y de los fundadores del MPLA.

Cárcel por haber enfrentado su catana campesina contra el máuser fascista que le desgarró su antebrazo y arrancó la vida a muchos de los suyos en aquella mañana, y mucho antes, desde cinco siglos atrás.

El tribunal lo condenó a nueve años de presidio. Nueve años se escribe fácil, de un tirón. Apenas son dos palabras y nueve letras. Pero hay que sobrevivirlos en la Bahía del Tigre, en Puerto Alexander, en Sao Nicolao o en la tenebrosa PIDE para saber cuántos son nueve años, o solo nueve meses, nueve semanas, nueve días, nueve horas, nueve minutos o nueve segundos en las garras fascistas.

La vida se pierde en un simple segundo. En nueve segundos se puede morir nueve veces. En nueve años las matemáticas comienzan a engañar, porque cada segundo dura entonces toda la muerte que está ahí a la caza de una vida, pegada a los barrotes, ensangrentando paredes, convertida en gritos y barbarie.

Nadie sabrá jamás cuántas toneladas de piedras pasaron por su hombro. Cuántas veces la sed le quemó hasta el martirio. Cuántos surcos de látigo marcaron sus espaldas.

Después vino lo otro: la puesta en libertad ficticia, con el afán de comprar su dignidad por unos cuantos escudos quincenales, para que usted delatara nombres y apellidos.

De ahí al exilio forzado y la llegada a Cabinda, clandestinamente, para continuar la lucha, porque nada ni nadie podría doblegarlo. Y el retorno a Luanda, con la delegación del MPLA cuando ya el colonialismo se destruía como castillo de naipes. Pero de nuevo lo esperaban las celdas, ahora en manos de los traidores del FNLA, hasta que comenzaron su huida en desbandada.

Otra vez los combates contra los racistas sudafricanos, sus fantoches y los mercenarios blancos, reclutados por la CIA yanki y otras agencias europeas.

Sabe que cuenta ahora con el apoyo incondicional de sus hermanos los internacionalistas cubanos, quienes garantizaron que Luanda no sería tomada jamás por el enemigo.

Y así usted, camarada Kokela, en medio de la guerra que se libraba apenas a unos kilómetros de distancia, sin un brazo, con tanta cárcel y tanto sufrimiento, está izando la bandera de la República Popular de Angola el 11 de noviembre de 1975, mientras miles de hermanos entonan el Himno de la Patria y el Presidente Neto proclama la Independencia.

Usted, camarada Kokela, piensa en el tiempo, en sus queridos muertos y en los camaradas que aún habrían de caer.

Concluida la solemne ceremonia, usted toma su AKM y parte nuevamente hacia el frente, a ocupar su puesto en la primera línea de combate, con toda la sencillez de los valientes.

Yo creo firmemente en su historia hasta que me dice que izó la bandera "con la única mano que me dejaron los fascistas". Y ahí sí que no nos vamos a poner de acuerdo, porque usted, Francisco Imperial Santana, camarada Kokela, izó la bandera de la Patria angolana con su propia vida, con todo ese enorme corazón que no le cabe en el pecho, y la puso bien alto en el mástil, allá lejos, donde se le pierde la mirada, quizás escudriñando en sus recuerdos o avizorando el futuro.

Esta crónica fue publicada originalmente en la revista Verde Olivo (edición 46, noviembre de 1976). Kokela murió después de ver a su patria libre.

   

SubirSubir