Si los cubanos queremos honrar debidamente a Gertrudis Gómez de
Avellaneda en su bicentenario, la mejor forma de hacerlo será
rescatándola entre nosotros a través del acercamiento a su vida y a
su fecunda obra.

Ocasión propicia será esta 23 edición de la Feria Internacional
del Libro, que a propósito de la efeméride acogerá la presentación
de varias de sus novelas, así como eventos teóricos y espacios de
discusión sobre el extenso quehacer literario y teatral de esta
escritora de cuna camagüeyana, corazón cubano y estatura
iberoamericana.
La Avellaneda antiesclavista, crítica del colonialismo en América
y defensora del papel social de la mujer, nació el 24 de marzo de
1814.
Tula padeció y resistió el repudio de todo cuanto amó. Tanto que
para Martí ella era más alta y más fuerte que el dolor humano: "su
pesar era una roca".
Demasiado talento para los gustos de una época en la que ni
siquiera sus infalibles éxitos literarios, que la ubicaban ya entre
las más altas voces del romanticismo, convencieron a la Real
Academia de la Lengua Española para aceptarla en su seno.
Intensos debates sobrevinieron entonces a su propuesta, avivados
por la propia escritora: "La presunción es ridícula, no es
patrimonio exclusivo de ningún sexo, lo es de la ignorancia y de la
tontería, que aunque tienen nombres femeninos, no son por eso
mujeres".
Emocionalmente destruida por la injusticia, La Peregrina,
continuó creando hasta el fin de sus días.
Para el teatro escribió relevantes obras como Flavio Re-caredo,
Baltasar, Oráculos de Talía, La hija de las flores,
La verdad vence apariencias y Simpatía y antipatía,
entre otras muchas. Y en la narrativa dejó Sab, Dos
mujeres, Guatimozin, el último emperador de México, por
solo citar tres.
Ejerció el periodismo, oficio en que se destacó como fundadora,
directora y redactora principal de Álbum Cubano de lo Bueno y lo
Bello, revista literaria femenina.
Su poesía estremeció y estremece: "Perla del mar! ¡Estrella de
occidente! / ¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo/ la noche cubre con
su opaco velo, / como cubre el dolor mi triste frente", dice en
su poema Al partir, escrito en 1836 al despedirse de su Isla
rumbo a España, país donde brilla y desarrolla casi toda su carrera
literaria, pero también donde padece el desarraigo; ama intensamente
a un hombre que no le corresponde y sufre luego la muerte de una
hija y de un esposo.
A doscientos años de su natalicio, La Peregrina está de vuelta
con sus palabras encendidas, para nutrirnos de la pasión de una
mujer que no pierde su moderna lozanía.