La casa Guayasamín, del Centro Histórico de la Ciudad, ha acogido
junto a la muestra de artesanía ecuatoriana que en ella se exhibe,
también a la poesía. Cada tarde llegan hasta allí los poetas que
participan en la fiesta habanera del libro para regalar poemas a sus
invitados. Del mismo centro del mundo llegaron ayer Margarita Laso,
Antonio Preciado e Iván Oñate, bien conocidos en su patio e
internacionalmente, para dejar en el público ese estado de gracia de
que son capaces los buenos versos.
Sin empezar aún, el saludo de Laso fue poético: "Gracias por
estos abrazos", y tras él la también cantante ofreció algunos textos
de sus poemarios Erosonera y Queden en la lengua mis
deseos, algunos de los cuales acompañó de cantos y
dramatizaciones.
"En el cielo no hay pájaro que sospeche/ la maldad del ser
humano", asevera en un poema, en otro reclama: "Permito que
pases la lengua por el filo de una carta que no me has dirigido."
La secundó Preciado, también destacado humanista y diplomático,
para regalar el espectáculo de la recitación de sus poemas, siempre
de pie "para comunicar mejor". Entre otros, Hallazgo, Esa
mujer y La sed y el agua.
Oñate —además narrador y especialista en semiótica— ofreció
piezas de su libro Cuando morí. Poemas como Mujer de
corcho inflable, La frontera y Los huesos de Vallejo
fueron suficientes para que en un público que lo desconocía
calara la esencia humana y filosófica del bardo: "al vez de lo único
que se puede escapar/ es de lo que se ha amado."
Una segunda y concluyente ronda dejó escuchar a Laso su soneto
La amante impar; a Oñate traernos su versión de la
Biografía apócrifa de Borges, y a Preciado, declamar su
categórico poema Las bocas de los ángeles, donde defraudado
de perfecciones inútiles celebra "no ser un ángel, ser yo mismo".