Cumplidos ya sus 70 años de edad, el eminente intelectual, Premio
Nacional de Arquitectura 2001 y autor de más de 200 trabajos entre
artículos, prólogos y reseñas, se nos revela como el escritor que
durmió durante décadas bajo la piel del arquitecto.
Catalina es el título de la novela —que fue presentada este
sábado a la 1:00 p.m. en la sala Villena, de la UNEAC— cuya musa es
la afamada Catalina Lasa, una de las más hermosas mujeres que
habitaron La Habana en la primera década del pasado siglo, para
quien su esposo, el hacendado Juan Pedro Baró, mandó a construir la
suculenta residencia de Paseo y 17, en el Vedado, y alrededor de
cuya vida se entretejen no pocas leyendas.
Sobre la génesis de la obra y el gozo al escribirla explicó a
Granma su autor: "Empezó a preocuparme el hecho de que al hablar
del futuro de La Habana, y de los retos a los que se enfrenta hoy la
ciudad, estaba haciendo en vez de ciencia ficción, urbanismo
ficción, y me dije: ¿Por qué no dar ya el salto a la ficción? Tenía
muchas ganas de entrar en ese mundo, pero lo iba posponiendo.
Realmente empecé muy tarde, aunque lo he disfrutado mucho".
—¿Cuál es el tema de la novela?
—Es la frustración, las cosas que uno sabe que son imposibles
pero las intenta de todas maneras, sabiendo su imposibilidad. Hay un
personaje que es un arquitecto a quien identifico con la letra A,
que se enamora del Mausoleo en que descansan los restos mortales de
la pareja y de la mansión donde vivieron; investiga profundamente en
el periodo de la época en que vivió esta mujer y finalmente se
enamora de ella. Desde la tumba, Catalina está al tanto de todo,
inicialmente se molesta pero hay un momento en que empieza a
simpatizarle el enamorado, y por ahí se complica el asunto, porque
el esposo está a su lado y llega a descubrirlo.
—¿Qué parte de la realidad se toca en la novela?
—La protagonista recuerda su vida, sus amistades... En las
investigaciones hay varias versiones del modo en que ella muere, yo
las uso todas, porque a mí no me interesa encontrar la verdad, al
contrario, lo que quiero es preservar el misterio.
—¿Y cómo es el tratamiento de la fantasía?
—El arquitecto busca todo el tiempo encontrarse con ella, la
quiere hallar de cualquier manera, la persigue por el mundo y por
supuesto será en vano. En Venecia están casi a punto de encontrarse,
lo cual es una paradoja porque dos cuerpos distintos no pueden
ocupar el mismo espacio en dos épocas diferentes. Pero hasta de eso
me río, porque no me interesa ser riguroso. También me interesaba
abordar la clase social de un periodo que ha sido muy maltratado en
Cuba, donde se ridiculiza a la gente con plata. Estos no son así,
son gente que tenían dinero y muy buen gusto, y sabían cómo
gastarlo.
—¿Cuál de sus pasiones está presente en la obra?
—Catalina de cierta forma es La Habana y es mi amor por La
Habana. Es una metáfora, yo la persigo a ella, pero ya ella se fue
como aquella Habana que tampoco está. La de hoy quisiera que se
quedara. Hay edificios que uno los ve, a punto de caerse, pero están
con dignidad todavía. Pero hay otros que están venidos a menos,
deformados, degradados, ridiculizados, como si se estuvieran
burlando de ellos.