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Todos los cuentos de Heras León
Rogelio Riverón,
especial para Granma
Con dos libros antológicos, cerrados en su estructura al punto de
producir la sensación de artefactos rotundos, se inicia la
cuentística de Eduardo Heras León, un escritor que ha ido de la
épica a la cotidianidad con fines similares: indagar en lo que de
extraordinario y también de imperfecto hay en el hombre. Es un
proceder importante, porque la duda, el miedo, la fiereza o el
altruismo son actitudes misteriosas y buenas para la metáfora. Como
Guy de Maupassant, como Horacio Quiroga, como Iván Bunin, o como
Onelio Jorge Cardoso, Heras León (La Habana, 1940) conoce más de una
táctica para conseguir que sus piezas breves trasciendan la
condición de argumentos y se coloquen a la altura del ser humano que
tipifican, tanto como del que se disponga a leerlas.

Lo imagino así a propósito de sus Cuentos completos,
anunciados por la editorial Letras Cubanas como una de sus novedades
para esta Feria del Libro. Es un volumen que recoge sus seis
cuadernos, desde los casi míticos La guerra tuvo seis nombres
(aparecido en 1968) y Los pasos en la hierba (1970), pasando
por Acero (1977), A fuego limpio (1980) y Cuestión
de principio (1983), hasta Dolce vita (2012) y un grupo
de cuentos no recogidos como libro. Más de quinientas páginas netas
en las que un ojo sagaz que tiene la virtud de posponer casi todo
enjuiciamiento, se fija de modo particular en aquello que, o eleva o
pone en peligro la ética del ser humano. Y tal vez ética sea
aquí un término demasiado neutral, demasiado pedagógico, porque
Heras León ha perfeccionado un narrador —esa voz en la que todo
autor se embosca como un efecto más o menos pretensioso— que, como
los de Onelio Jorge Cardoso, llegan a convencernos de que participan
del avatar que cuentan, aun cuando no lo protagonicen.
La impresión que provocan las piezas que trabajan la epopeya
—nada más y nada menos que la defensa de Playa Girón en 1961 o la
dolorosa preparación de un grupo de hombres inexpertos para la
guerra— no es menos intensa en la obra de Eduardo Heras, que la
generada por algunos cuentos de sus libros posteriores. Un volumen
como Acero es capaz de concentrar tanta tensión como demande
un lector, aunque en ambientes distintos. Si en Los pasos en la
hierba el desasosiego o la impotencia hacen inservible la
ironía, en Acero esta es manejada como reguladora de estados
aparentemente más previsibles, pero no menos propiciadores de
tensión.
La maestría de un narrador —de un artista— se hace en el riesgo
de que su estilo se trueque en costumbre. Para evitarlo no parece
haber otra fórmula que el propio trabajo, según lo demuestran estos
Cuentos completos, publicados por Le-tras Cubanas. Eduardo
Heras León es un narrador de sutilezas, capaz de acercar al
escenario ciertos artefactos que luego dejará tras las cortinas,
pero que tenía que acercarlos, so riesgo de perder la atmósfera
debida. Un escritor así no deja de renovarse. |