La Feria Internacional del Libro acaba de comenzar. Nadie duda de
que se trata cada año del momento cenital de la cultura cubana. En
términos estadísticos ningún otro evento consigue tan altos niveles
de movilización popular. Un verdadero río humano volverá desde este
viernes a circular por las callejuelas y plazas de la Fortaleza de
La Cabaña para penetrar en los recintos compartidos por editoriales
cubanas y extranjeras. Harto conocidas son las imágenes de años
anteriores que muestran a familias enteras sentadas sobre el césped
mientras repasan las compras del día y toman un respiro antes de
emprender el regreso a casa.
Si La Cabaña es el emblema de la fiesta del libro y la lectura,
no es menos la presión que se observará en otros puntos de la
ciudad, pues desde hace algunos años la Feria desborda los límites
del antiguo enclave militar y se desparrama por la capital y otras
ciudades del país.
Por su ubicación, el Pabellón Cuba ocupa un sitio privilegiado en
la trama ferial, tanto como los lugares de encuentro propiciados por
las instituciones vinculadas a la Oficina del Historiador de la
Ciudad en el centro histórico de la urbe. Aunque a estas y otras
locaciones, los organizadores las identifiquen como subsedes, más
preciso sería hablar de una Feria con sedes multiplicadas.
Pocos imaginan el despliegue logístico y el aseguramiento
material que sostiene a la Feria: una larga y compleja cadena que
comprende la selección de títulos, el procesamiento editorial, la
impresión en grandes, medianas y pequeñas unidades poligráficas, el
traslado de los ejemplares hacia las sedes en todo el país, la
agenda de presentaciones y la comercialización. A esto hay que
añadir la habilitación de pabellones y áreas para los niños, la
agenda de conciertos, funciones teatrales y proyecciones fílmicas
colaterales y los dispositivos que garanticen el acceso a las nuevas
tecnologías de la información, dado el espacio cada vez más
significativo de los libros electrónicos y las multimedias. Y por si
fuera poco, para que las cosas fluyan en la sede principal, se
requiere una programación especial de transporte, y un apoyo de los
servicios gastronómicos, que al fin, ha encontrado un ordenamiento,
luego de que en ciertos momentos pasados La Cabaña pareciera un zoco
marroquí.
Cuando falla un eslabón de ese engranaje, recibimos la impresión
de que la Feria falla. En las más recientes ediciones hubo
presentaciones de títulos en las que estuvieron ausentes los
ejemplares para la venta; de varias provincias recibimos reclamos de
obras que no llegaron; y más de una vez los más ávidos y enterados
lectores mostraron inconformidad por la coincidencia en horarios de
presentaciones de títulos de gran demanda. Esperamos que estos
inconvenientes sean definitivamente salvados en la Feria que recién
comienza, tal como se ha hallado solución a la accesibilidad del
público con la ampliación de las áreas de venta en La Cabaña y el
desplazamiento de la comercialización a otras áreas de la ciudad.
Para los autores, la Feria es mucho más que una fiesta. Pocas
veces tienen la oportunidad de tomar el pulso de manera directa a
los lectores, responder sus inquietudes y saber sus expectativas.
Varios de ellos viajan a sedes distantes del lugar donde residen y
esa es una ventaja invaluable.
Los organizadores de la Feria están conscientes de que todavía
media un buen trecho entre los deseos y la realidad. Las
estadísticas de participación y ventas no revelan necesariamente
indicadores de calidad que pudieran orientarnos acerca de cómo hacer
que el libro cumpla su función social y se convierta en una efectiva
ganancia espiritual.