Depresión infantil
JOSÉ A. DE LA OSA
Simpático error de foto-autoría denominó con benevolencia Ana María Gómez García, el imperdonable desliz cometido en la Consulta Médica sobre Psicosis (el 27 de febrero pasado), donde aparece la fotografía de Aleida Meneses Heredia en lugar de la imagen de la entrevistada, la doctora Gómez, psiquiatras infanto-juveniles de la Clínica del Adolescente, en esta capital. Ahora, y como buen “pretexto” para poner las fotos en su lugar, les he extendido una invitación para que, “a dúo”, compartan su saber en depresión infantil.
Las doctoras Ana María Gómez García (a la izquierda), asesora en la Facultad Finlay-Albarrán, y Aleida Meneses Heredia.
Ellas me cuentan que Hipócrates —el médico más importante de la Antigüedad— describió el cuadro clínico que hoy se conoce como depresión. Sin embargo, no fue hasta los años setenta del pasado siglo cuando se aceptó la existencia de este trastorno en las edades infanto-juveniles. Este “retraso” obedeció al criterio imperante de que los niños no desarrollaban afecciones mentales. Actualmente se estima que su prevalencia en población infantil es de un 5%. En nuestro medio no conocemos la cifra exacta, pero podemos afirmar que en niños es una afección frecuente.
—Les pediría ahora definieran el concepto de depresión.
—Es un trastorno en el que se compromete, de forma negativa, el ánimo o estado de humor de la persona. Pudiéramos decir que quien la padece se siente, o se le observa, como “hundido”, “apagado”. Las clasificaciones médicas utilizan los mismos parámetros para establecer el diagnóstico de este trastorno, sin distinción de edades. Sin embargo, las evidencias clínicas indican que la sintomatología varía según el momento de presentación. En las etapas infanto-juveniles la tristeza, síntoma cardinal de la depresión, puede no manifestarse “abiertamente”, y ser más evidentes las alteraciones en los patrones del comportamiento habitual (o esperado) para la edad.
—¿En qué edades se inscribe el mayor número de deprimidos?
—En la adolescencia se produce un incremento significativo en su frecuencia.
—¿Se conocen las causas y factores de riesgo?
—Las causas no se conocen. Se invocan factores genéticos, al considerarse que se hereda la predisposición, y se desarrolla la afección ante la influencia de determinados agentes psicosociales, como situaciones estresantes en etapas tempranas o eventos vitales desfavorables. Por ejemplo: ausencia de un progenitor (bien por muerte o divorcio), maltrato infantil y otros.
—¿Qué signos y síntomas presentan en general estos pacientes?
—Los describiremos según edades. Entre los dos-tres años predomina la sintomatología que compromete la actividad motora (disminución de gestos y movimientos, escasa reactividad) y el contacto social. Por ejemplo: soledad, llanto sin causa aparente, aferramiento a la figura de vínculo. Entre los tres y seis años predominan la irritabilidad, el malhumor persistente y la agresividad. A partir de los seis años la sintomatología se va pareciendo cada vez más a la del adulto, y persisten alteraciones del comportamiento: irritabilidad, falta de satisfacción ante actividades propias de la niñez, desobediencia reiterada y, también, agresividad. Pueden presentarse manifestaciones autodestructivas, ideas o actos, las que aumentan en la adolescencia.
—¿Es posible establecer la diferencia entre la tristeza normal, como la que sigue a la pérdida de un ser querido, con la que origina la depresión?
—El duelo no es un trastorno mental aunque su presencia puede demandar atención en los diferentes servicios de salud. Se diferencia de la depresión fundamentalmente por: 1) relación directa de la aparición de la tristeza con la pérdida; 2) la persona puede continuar, en sentido general, su vida habitual; y 3) las manifestaciones no duran más de un año.
—¿En qué momento valora como imprescindible acudir en auxilio especializado?
—Cuando existan manifestaciones en el niño o el adolescente, tanto ideas como actos, que indiquen la posibilidad de autolesionarse.
—¿Qué exámenes se demandan para establecer el diagnóstico?
—El diagnóstico es eminentemente clínico, a partir de la consulta médica.
—¿Es un trastorno susceptible de ser tratado con éxito?
—Sí lo es. Los resultados satisfactorios se logran con el uso de tratamientos en los que combinemos la terapéutica farmacológica y la psicoterapia. Pueden utilizarse además terapias alternativas.
—¿Cuál es el papel que deben desempeñar los padres?
—La participación de los padres en el tratamiento resulta imprescindible. Ellos con su disposición cotidiana y su ternura, constituyen la principal fuente de seguridad y afecto, factores esenciales para el logro de una evolución favorable.