Medalla de honor
ARIEL B. COYA, enviado especial
GUADALAJARA.—El deporte suele ser educativo. Más allá del
divertimento o del resultado final que refleje, puede transmitir
valores que sirven para todos, y muy especialmente para los niños.
Marlies
Mejías dio muestras de su voluntad.
FOTO:
DAYLIFE
¿Qué deberían
aprender los más pequeños? Pues lo mismo que los adultos. Que el
esfuerzo, por ejemplo, tiene mucho que ver con la dignidad y nunca
es inútil, aunque no siempre acarree necesariamente la victoria. Y
que la indolencia, en cambio, jamás conduce a nada.
Tarde o
temprano, los niños acabarán entendiendo que ganar siempre es
imposible. Pero también convendría que tuvieran muy claro que no hay
vergüenza en perder, sino en cómo se pierde. Anteayer en el ciclismo
de pista de estos Panamericanos hubo dos competencias que
confirmaron todo esto.
En el exigente
omnium
(f)
—similar al heptatlón del atletismo—, tras disputar la persecución
individual, Marlies Mejías estaba fundida. La cubana de 19 años, que
partía como favorita para coronarse, terminó desmayada la cuarta
prueba, afectada por la falta de oxígeno. Al punto de que la Cruz
Roja recomendó trasladarla de inmediato a un hospital en
helicóptero.
Marlies, sin
embargo, logró recuperarse y en una demostración de valentía decidió
seguir compitiendo y después de completar el
scratch
sexta, tuvo bríos todavía para acabar primera los 500 metros
contrarreloj, con lo que consiguió una medalla de bronce tremenda.
No fue la
única demostración de la jornada, porque después le llegó el turno a
Lisandra Guerra, la extraordinaria matancera que dos días atrás
había dominado increíblemente la velocidad pura. En el
keirin,
también buscaba el oro, cuando a falta de tres vueltas sufrió una
caída.
Cualquiera
otra ciclista en su situación hubiera abandonado la carrera, al
verse sin posibilidades, pero ella montó nuevamente en su bicicleta.
Adolorida y lastimada intentó buscar con todas sus fuerzas un podio
imposible, y aunque entró última, no existen adjetivos que puedan
describir con justeza su derroche de coraje.
Hablando, por
cierto, de los valores que promueve el deporte, otra enseñanza
imprescindible tiene que ver con la autoestima. Pues hay que saber
que en el mundo siempre hay alguien más fuerte o más poderoso, pero
no existe nadie superior a nadie, como demostró ayer la selección
cubana sub-22 de fútbol. En un estadio Omnilife, casi vacío, durante
94 minutos de pelea incesante, sus once jugadores corrieron por el
campo como posesos y alcanzaron un empate (0-0) ante el equipo de
Brasil, flamante campeón del mundo. Sin dudas, constituyó otra
lección admirable.
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