La batalla de Londres fue una hazaña

Pudimos y podemos hacer más

OSCAR SÁNCHEZ SERRA

Cuba fue la única que puso la presencia de Latinoamérica y el Caribe entre los 15 primeros pabellones del concierto más exigente del mundo deportivo, en el que concursaron 204 naciones.

foto: daylife Liván López mostró la combatividad de los campeones.

Tal hazaña, en medio de un mapa atlético mundial, que es uno de los más fieles reflejos de lo que ocurre en el planeta, en el cual los ricos son pocos y cada vez más ricos, y en consecuencia obtienen más medallas, y los pobres son muchos y cada vez más pobres, "recompensados" con muchos menos lauros, ilustran fehacientemente los esfuerzos para conquistar esas cinco preseas de oro, tres de plata y seis de bronce, en la capital británica.

Pero esa cosecha es todavía más meritoria porque en el universo deportivo nada se parece a unos Juegos Olímpicos, nada representa tanto para un atleta que el título de esa competencia cuatrienal.

Para apreciar en toda su magnitud la batalla librada en Londres, apuntemos que estos Juegos de la XXX Olimpiada, son los quintos de forma consecutiva en los que más de 50 naciones alcanzan medallas de oro y la tercera ocasión en la historia de estas citas (la segunda de manera sucesiva) en las cuales más de 80 delegaciones logran preseas. Tan difíciles se han tornado las lides por el podio de premiaciones.

Ante tamaña exigencia, Cuba fue una de las 23 comitivas con más de diez podios y una de las 21 con preseas en siete deportes o más.

Sin estas consideraciones previas, cualquier análisis de la actuación cubana en los Juegos londinenses, carecería de objetividad. La Mayor de las Antillas continúa siendo una referencia del deporte mundial.

Pero no sería de verdadero actuar revolucionario regocijarnos en los logros, mucho menos autocomplacernos con la destacada ubicación en el medallero, que mejora 13 escaños en comparación con Beijing, cuatro años antes. Si lo hacemos, estaríamos olvidando aquellas sabías líneas escritas por el Comandante en Jefe el 25 de agosto del 2008, tituladas Para el honor medalla de oro, en las cuales expresó que "¼ nos hemos dormido en los laureles", y convocaba al análisis serio de cada recurso puesto en función del deporte.

En consonancia con aquella alerta, hay que decir que en estos Juegos, volvimos a encontrar los mismos problemas expresados en la cita china con la forma deportiva. Por ejemplo, en el orden físico, vimos frágil, una vez más al judoca Oscar Braison, a la mayoría de los botes del remo, y a las tripulaciones femeninas del canotaje. Desde el punto de vista táctico, se evidenciaron dificultades en la lucha femenina y en los libristas, también en los boxeadores. En la técnica, las jóvenes judocas tuvieron déficit. Psicológicamente fue muy débil el tenista de mesa Pereira, varios de los representantes del atletismo, incluso, los pugilistas.

Todo eso, por momentos, mostró a no pocos de nuestros representantes faltos de combatividad o de argumentos en sus porfías, lo mismo en la lucha, judo, boxeo, taekwondo, atletismo. Sobre la forma deportiva, condición indispensable y obligatoria para enfrentar tamaño compromiso, hay que decir, además, que antes de comenzar los Juegos se había dicho que la delegación estaba al 100 %, sin lesiones. Sin embargo, en el momento cumbre, las molestias aparecieron como un lastre pesado.

Un elemento clave que respalda una condición óptima es la concentración ante la competencia, por muy fuerte y superior que sea el adversario. Y en ello también tuvimos serios contratiempos, incluso atletas cubanos, justo antes de salir a la fraternal lucha, fueron vistos haciendo actividades que nada tienen que ver con los Juegos y mucho menos con la responsabilidad que significa defender los colores patrios.

Es cierto que para el deporte cubano la planificación de la puesta en forma es compleja, pues por un lado la falta de sistematicidad en competiciones internacionales por problemas financieros, y después la exigencia de continuas participaciones en temporadas muy largas, con el requisito de competir con implementos altamente sofisticados (lo mismo para el atleta que para organizar una competencia), no están al alcance de la mayoría de los países como el nuestro.

Pero también es verdad, que hemos retrocedido en aspectos que no dependen de grandes erogaciones. Nuestra prestigiosa escuela de boxeo brillaba por el elemento técnico como excelencia, haciendo uso de la mano delantera con poderosos jab y en Londres, los estilos europeos nos enredaron más de una vez, por la carencia de esa valiosa arma. Continuamos sin velocistas en el atletismo, lo cual podemos solventar con una estrategia en nuestras propias escuelas, que también tienen que convertirse en cantera de fondistas, donde solo necesitamos del concurso de los profesores y entrenadores¼ y de trabajar duro.

Y hay otras tareas que sí cuestan, pero en las que logramos fuerza y tradición y ahora simplemente hemos desaparecido como la esgrima o la gimnasia, por mencionar dos campos, o el hecho de que no logramos incluir a ningún colectivo.

Si buscamos la razón por la que la delegación a la capital británica obtuvo diez medallas menos que cuatro años atrás y solo posicionó a 38 de 110 atletas entre los ocho primeros, exactamente el 35,4 %, hay que obligatoriamente ir a la insuficiente presencia del deporte en la base, la escuela, la comunidad. Si no tenemos un verdadero movimiento deportivo en casa, no hay fórmula capaz de tener un resultado mejor.

La prueba de que contamos con lo más importante, el material humano y la capacidad de nuestros entrenadores, es la hazaña de incluirnos, aun con todos estos problemas, entre los 15 primeros del mundo.

Hoy, cuando el país se hincha de orgullo por sus medallistas dorados, plateados y bronceados, también premia a Hanser García, que nos puso a nadar a todos, más que con técnica con su hidalguía; al clavadista José A. Guerra, a quien da gusto ver competir; a las corajudas Yarelis y Yipsi, porque con ellas jamás nos sentimos derrotados; a la maratonista Dailín Belmonte, ella mostró la vergüenza y entereza deportiva, llegó 70, pero llegó, no se rindió; a las ciclistas Lisandra Guerra y Marlie Mejías, que derrocharon valor ante oponentes de mucha valía; lo mismo que Yunior, Isaac y Balart, en la lucha greco; a la canoa de Serguei y Bulnes, que pasaron por encima de una varicela del primero, para regalarnos un sexto lugar heroico; al coraje de los boxeadores Veitía y Larduet, porque lo pusieron todo en cada golpe.

Y es que la medalla más grande que este pueblo exige es la de no cejar jamás en el empeño, como lo hizo el luchador de libre, Liván López en el cierre cubano de la batalla de Londres. Cuando todo parecía perdido, después de enfrentar al campeón del mundo y al subtitular del orbe decidía el tercer puesto ante el medallista de bronce del planeta; faltándole diez segundos, sacó la fuerza que solo tienen los que no abandonan un propósito para mostrarle al mundo la mejor acción del torneo de gladiadores y darle a Cuba la medalla que la sembró en el puesto 15.

Otra presea que no se disputó en los Juegos, pero que hizo de Cuba a una protagonista de lujo, fue la cobertura, televisiva, radial y de la prensa. El pueblo disfrutó de lleno a sus deportistas, los acompañó en cada esfuerzo, y por eso, al mismo tiempo que canta cada triunfo, también exige el análisis, pues sabe que pudimos y podemos hacer más.

 

12 de agosto de 2012


SubirSubir