En la vida cotidiana, un hombre de 1,88 metros tiene una estatura ligeramente por encima del promedio, incluso puede considerarse alto.

Sin embargo, dentro del espacio de nueve metros de ancho por 18 de largo que determinan el rectángulo del terreno de voleibol, ese mismo hombre, o mejor dicho, Henry Bell, es una de las escasas excepciones vistas ahora mismo activas en la Liga Mundial frente a lo que va convirtiéndose en regla: este deporte es cada vez más el reino de los gigantes.

El cubano, que el 27 de julio cumplirá 29 años de edad, recuperado de lesiones e intervenciones quirúrgicas, es el mejor en el ataque en el mencionado certamen: 38 faltas en 142 intentos de rematar, para el 56.13 % de eficiencia; empatado con Wilfredo León (2,01m) en el tercer lugar de los máximos anotadores, autor de 199 puntos.

De los 319 jugadores inscriptos por los 16 países participantes en el evento, 119 rebasan los dos metros, contando al hombre-récord, el ruso Dmitriy Musersky (2,18), que posee un alcance de 3,75 en el ataque y 3,47 cuando bloquea, mientras Bell se eleva hasta 3,58 y 3,28 en cada acción, respectivamente. La banda superior de la net está a 2,42 m del suelo.

Entonces, ¿cómo se las ingenia el antillano para escapar a estas murallas vivientes?

Quienes lo hemos visto entrenar, sabemos que no economiza energías en su posición de atacador auxiliar, donde tiene responsabilidad en el recibo del balón e, inmediatamente, corre hacia la red para atacar, elemento que repite una y otra vez por partido.

A Bell usted no lo verá nunca merodeando por los pasillos o el lobby de un hotel a la hora de descansar en una competencia. Amable, respetuoso, introvertido, conocedor de que no es el mejor de los receptores, aprovecha al máximo los entrenamientos, porque sabe que sobre la cancha solo suple la desventaja que le impone su talla con una entrega incansable, como ha demostrado tras volver a la alineación regular en esta temporada.