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La otra cara del Mundial
¡Qué final entre corruptos y xenófobos!
GERMÁN GONALDI
El resultado ya lo
conocen. Chocaron la azurra, salpicada por influencias mafiosas, y
los bleu discriminados por su color de piel. Pero ganaron las
alemanas Adidas y Puma.
La final del Mundial fue también entre los consorcios Adidas y Puma.
Ni hubo fumata blanca
pero si hubo campeón, ustedes ya lo conocen. Sucedió el domingo.
Finalizó una edición más del mayor negocio deportivo del planeta.
Otra vez los victoriosos festejaron sus galones, pero, en realidad y
desde esa otra cara del Mundial que hemos tratado de retratar en
sucesivos artículos, el resultado póstumo constituyó solo una
anécdota.
Para el lector
desprevenido o algún marciano que haya aterrizado hace cinco
minutos en la Tierra y no entienda bien lo que está pasando en este
lado del Universo, le contamos que el campeón surgió de dos viejas
potencias europeas: la Francia que en su famosa Revolución
proclamó "libertad, igualdad y fraternidad" para todos los pueblos
del mundo, y la Italia heredera —en pequeña escala— del gran
Imperio Romano de Occidente.
Las dos naciones que
gozan de gran reconocimiento a nivel político, histórico,
económico, turístico y otras yerbas, representan dos estilos de
juego bien definidos. Cuando hablamos de juego no solo es por la
forma de parar sus jugadores en la cancha, la táctica y la
estrategia, el famoso catenaccio italiano o el juego ofensivo
francés.
Nos referimos a cómo
aquellos jugadores que salieron a la cancha y aquellos que esperaron
ansiosos en los bancos de suplentes expresan o no a sus sociedades,
su respectivo funcionamiento, sus mecanismos de poder.
Si somos mal pensados,
tendríamos que concluir que la corrupción que envolvió a dos de
los clubes más importantes de Italia y a la mismísima selección
azurra, es propia de la vida política y cotidiana italiana.
En otras notas de esta
misma serie mundialista hemos desarrollado las aceitadas relaciones
entre dirigentes italianos y de la Federación Internacional del
Fútbol Asociado (FIFA) y cómo algunos jugadores de Italia están
implicados en caso de sobornos y arreglos de partidos en la liga
local.
También algunos de
ellos llegaron al Mundial por este círculo de corrupción; hasta
hace pocos días el espacio dedicado al escándalo en los diarios de
Italia superó a la buena marcha del Mundial. Una resolución de la
justicia está a punto de mandar a la poderosa Juventus a jugar a la
Serie B, pero ninguna, lógicamente, tocará a la selección que
disputó la final con los galos, nada menos que en Berlín, mientras
los teutones dueños de casa se murieron de rabia viendo que el
festejo supremo fue para otros.
Francia, sin casos de
corrupción a la vista (aunque también tuvieron lo suyo: ¡se
acuerdan del socialista Bernarda Tapie y su Olímpico de Marsella,
también fraudulento!), sufre de otro mal que la FIFA intentó
desterrar de los estadios, pero no ha podido.
Hablamos sobre xenofobia
y discriminación racial. El seleccionado francés dirigido por
Doménech (hijo de españoles) está conformado por 16 jugadores
negros o afrodescendientes, y solo siete futbolistas son blancos;
sus principales figuras, Zidane y Henry, son franceses hijos de
inmigrantes de Argelia y la isla caribeña de Guadalupe,
respectivamente. Cuatro de sus integrantes nacieron en otros
países: Makelele en la república del Congo, Boumsong en Costa de
Marfil, Vieira en Senegal y Maloudá en la Guayana francesa.
Este mosaico de
nacionalidades y de orígenes provocó que el político
ultraderechista Jean Marie Le Pen declarara al diario L Equipe que
los franceses no se sienten "completamente representados" por su
selección porque "quizás" el director técnico "ha exagerado la
proporción de jugadores de color".
Le Pen es un político
que ha hecho de la xenofobia una bandera partidaria y tuvo en las
elecciones del 2002 un buen caudal de votos en las urnas. Es la
expresión que, larvada y oculta pero próxima a salir a la
superficie en cualquier momento, está presente en la sociedad
francesa.
Quien le contestó al
admirador de Hitler fue el moreno zaguero central de la "blue",
Lilian Thuram: "Lo que me sorprende es que hace ya bastantes años
que esta persona se presenta a las elecciones presidenciales sin
conocer la historia de Francia", aseguró, demostrando un saludable
grado de madurez política y añadió, que "si alguien le ve, que le
diga que el equipo de Francia está muy orgulloso de ser francés, y
si tiene algún problema con el hecho de que seamos franceses,
nosotros no. ¡Viva Francia, pero no la Francia de Le Pen!".
Claro, sería bueno que
un fontanero, un obrero de la construcción, un estudiante o un
desocupado tengan las mismas posibilidades que en Francia —y en
toda Europa— le dan a los futbolistas estrellas para conseguir con
premura sus nuevas nacionalidades. ¡Pero qué desprevenidos que
somos!, si los trabajadores están en el negocio del fútbol solo
como consumidores y para ellos no necesitan pasaporte comunitario.
Pero las diferencias
también se expresan a nivel del Estado francés. A finales del año
pasado miles de jóvenes empobrecidos, la mayoría inmigrantes o
hijos de inmigrantes de las márgenes de París iniciaron una
violenta protesta quemando coches e instalaciones de "los blancos"
por más de dos semanas, en represalia al maltrato social que los
adolescentes sufren por parte de las autoridades, adolescentes esos
que en los papeles tienen los mismos derechos que el resto de los
franceses, pero en los hechos son discriminados y criminalizados.
En esa oportunidad
fueron reprimidos brutalmente por la policía enviada por el
ministro del Interior Nicolás Sarkosy, quien los calificó como "la
escoria canalla de los barrios periféricos". Dos muchachos muertos
huyendo de los uniformados fue el detonante del estallido que
conmovió Francia.
En el festejo popular
por la llegada gala a la final, ante el Arco del Triunfo el último
miércoles, muchos de los ciudadanos que se consideran franceses
pero no olvidan su origen árabe, tunecino, marroquí o caribeño
expresaban que el triunfo de su selección en Alemania debería ser
un ejemplo de integración social para el gobierno conservador del
presidente Jacques Chirac.
Los que no discriminan,
al menos a la hora de hacer negocios son las dos marcas deportivas
transnacionales que se "enfrentaron" el pasado domingo, Adidas y
Puma; ellas jugaron su propio partido, muy lejos del honor y la
gloria futbolística.
Mueven miles de millones
de dólares en todo el planeta al ritmo de la globalización, el "marketing",
la inoculación de mensajes propagandísticos y sus relaciones con
el organismo que maneja el deporte más popular del mundo, la FIFA.
Adidas, que vistió al
equipo francés, y Puma, que proveyó de indumentaria a los
italianos, son —¿casualmente?— empresas de origen alemán. De
hecho el enfrentamiento será netamente "familiar" ya que los
hermanos Dassler son los fundadores de esas firmas.
Luego de la semifinal en
que los galos superaron a Portugal unas 500 000 casacas se vendieron
en Francia, algo similar ocurrió en la península Itálica, sin
contar las millones que están en las vitrinas y en los cuerpos de
los fanáticos de cualquier lugar del planeta. Es que tener la ropa
de los "ganadores" es algo que siempre da prestigio; lucir el
número 10 del romano Francesco Totti o el 12 del moreno "Titi"
Henry puede hacer hasta que una patadura con la pelota en los pies
se sienta un miembro más del Monte Olimpo junto a Zeus, Maradona, y
Pelé.
(Tomado de Rebelión)
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