2 de julio

Maestros pintores

—"Decir que pagaron para ver a 22 mercenarios dar patadas a un balón es como decir que un violín es madera y tripa, y Hamlet, papel y tinta." John Boynton Priestley, escritor británico

ARIEL B. COYA

Posiblemente ningún otro ejemplo lo ilustre mejor, pero cuentan que en 1986, en el Mundial de sus goles divinos a Inglaterra, Maradona quiso homenajear a su ídolo de la niñez, Ricardo Enrique Bochini. Primero le exigió a Bilardo que lo convocara con aquella selección de Argentina y luego que le permitiese jugar los últimos cinco minutos de la semifinal contra Bélgica. Así, cuando El Bocha salió al terreno, El Pelusa, con su habitual histrionismo, ofició una reverencia y murmuró una de esas frases arquetípicas que terminan grabadas para la Historia: "Dibuje, Maestro".

El fútbol, en efecto, antes que parecerse a la vida, guarda muchas similitudes con las artes plásticas. No solo trasciende el espectro de la lógica, sino que encima encierra la misma dosis de misterio que una pintura abstracta y nunca, nunca, nunca, por más soso que resulte cualquier duelo, deja de ser un espectáculo colorido.

Los tulipanes intentarán cambiar la realidad de sus dos últimos enfrentamientos con la canarinha.

Pero ya que hablamos de arte y de ciertas obras inconmensurables, conviene recordar que entre los grandes pintores suele haber de todo.

De esa manera, George Best, que en Inglaterra fue simplemente the best (el mejor) desarrolló como Dalí una notable tendencia al narcisismo y la megalomanía, mientras Pelé, que en su periodo "verdeamarelho" retrató con sus goles a todos los arqueros rivales, consagraba sus últimos años a firmar caricaturas en el Cosmos estadounidense. Cruyff y Beckenbauer alimentaron una rivalidad muy similar a la de Da Vinci y Miguel Ángel, al encabezar las vanguardias renacentistas del fútbol en los ’70; en tanto Garrincha y Maradona casi perdieron la razón como Van Gogh, por fantasear sobre el césped con el surrealismo más puro.

Aunque estos arriba mencionados fueron genios inmortales, destinados a convivir en el Parnaso, tampoco es menos cierto que en Sudáfrica igual se han podido apreciar otros artistas extraordinarios. Claro que si de estilos pictóricos en el fútbol se trata, sería un pecado indeleble no referirnos a dos escuelas tan célebres como las de Brasil y Holanda.

Los sudamericanos —ya alguna vez lo mencionamos— le cambiaron el rostro al deporte hierático que habían formulado los ingleses, trocándolo para admiración del mundo entero en un juego hermoso y alegre.

Si los brasileños vislumbraron el fútbol como una fiesta, entre los trazos mágicos del jogo bonito y la folha seca, los holandeses desarrollaron la grandeza del método. Ajenos a casi todas las convenciones de entonces, promovieron un estilo iconoclasta que se imponía por organización, despliegue y clase. Y así formaron un equipo rotundo con extremos, centrocampistas prolijos en el manejo del balón y temibles en sus incursiones al área, que finalmente podían descansar en el matemático ejercicio de la defensa. No en vano, el Ajax ganó tres Copas de Europa (1971, 72 y 73) y Holanda, aún sin Cruyff en 1978, disputó la final en dos Mundiales.

Llega entonces el día en que, por cuarta ocasión en la historia, se enfrentan en el torneo estos dos gigantes, que como es de presumir han alumbrado algunos de los más bellos murales colectivos.

Cierto es que refugiados en el temor al fracaso, tanto Van Marwijk como Dunga sostienen, como Delacroix, que a veces hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo. Pero no hay que alarmarse, pues ya lo dijo alguna vez Rembrandt: "El pintor persigue la línea y el color, pero su verdadero fin es la Poesía". Y ambas escuadras reúnen como antaño a varios de los más finos pintores.

 

 

 

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