Moa

Naranjo Agrio y Moa: paisaje humano transformado

MARTA ROJAS
marta.rr@granma.cip.cu 

De La Habana a Naranjo Agrio habría muchas cosas que contar y cifras de personas y libros que sumar en la recién concluida XV Feria del Libro que tuvo una inolvidable clausura en Santiago de Cuba, el domingo. Pero sin duda ninguna los sucesos en Naranjo Agrio y en Moa dejaron impresiones que van más allá de cifras y personas.Naranjo Agrio es un intrincado paraje situado en el sistema montañoso Sierra Cristal al norte de la región oriental, territorio histórico del Segundo Frente Frank País. Ni los nuevos caminos abiertos por la Revolución a lo largo de 46 años han hecho expedita la llegada a Naranjo Agrio. Es allí, como en la distante Moa, donde se puede medir con exactitud el valor de la Feria del Libro.

Quienes arribamos la mañana del último sábado a Naranjo Agrio pudimos disfrutar de dos obras teatrales infantiles donde la actuación, la escenografía rudimentaria pero funcional de yaguas y sogas y la dirección de la puesta en escena, sin necesidad de audio escandaloso, luces caprichosas, ningún artificio hizo falta para conmover o hacer disfrutar pasajes de fino humor. Cualquiera de aquellos niños que no rebasaban los 11 años de edad y sus instructoras eran tan montañeses como ellos. Las obras, claro, de autoras como Dora Alonso. Los coros, acoplados, disputándoles la peligrosa primacía del aire invernal propio de las empinadas montañas.

Imposible enumerar todas las sorpresas de este sitio, desde el afán, seriedad e ingenio de los que promueven la vida espiritual en este Consejo Popular hasta el bohío donde antaño pudo haber habido una valla de gallos, en la que, como actos paralelos a la Feria, se presentaron diversas expresiones artísticas.

No pude menos que evocar el pasado. Cuatro y media décadas atrás, las mujeres de Naranjo Agrio, como de cualquier paraje serrano, estaban casi todas desdentadas, tenían los ojos amarillentos, los senos desgajados y flácidos, el vientre abultado y el rostro prematuramente surcado de arrugas y la mirada triste. Ni hablar de calzado ni de vestidos aunque modestos, a la moda. Tampoco había esta vez ni un vestigio de jóvenes con el arrastre de raquitismo; aquellos guajiritos de las fotos prerrevolucionarias, con las piernas delgadas y encorvadas. Bailarines y asistentes a la colmada función nada tenían que ver con aquellos tiempos.

Moa fue el colofón de una cara poco conocida de la cultura: la movilización espontánea que crea la fiesta del libro y de la cultura popular. Ingenieros, obreros de alta calificación y técnicos con un grupo musical aficionado contribuyendo al programa paralelo de la Feria. Es el grupo Valparaíso que tiene un largo repertorio de música latinoamericana, que abrió una presentación de libros con música llanera, y paseó el repertorio por toda Sudamérica. Lo más sorprendente fue conocer que estos músicos aficionados eran también luthiers. Ellos mismos habían fabricado sus instrumentos musicales: la quena con un tubo plástico que llevaba una lámina de madera embutida; el bajo eléctrico, de madera color blanchí, sujeto en el envés con un cáncamo de hierro; las guitarras, todas propias para la música latinoamericana (o cualquier música nos dijeron); un hermoso tambor y tamboriles. Sumado a ello, marimbas y las voces de dos muchachas trabajadoras, como ellos, de Moa. ¿Y los estuches?: Pues también los construyeron "porque Gerardo Alfonso nos convidó a su peña en La Habana y no teníamos dónde llevarlos".

La Galería de Artes Plásticas, abierta. En el parque central del pueblo, otra orquesta amenizando. No pocos se quejaban de que el gran teatro edificado aún no funcionaba, el periodo especial había frustrado por tanto tiempo su terminación.

A las once de la noche, los trabajadores que no estaban en su turno fabril, y gran cantidad de jóvenes, andaban en estos temas de la XV Feria del Libro, en Moa, donde al igual que en Naranjo Agrio, aunque en otro sentido, el paisaje humano había sido transformado.

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