Elocuente Stefania

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu 

Esta mujer sabe muy bien lidiar con las palabras, darles el sentido preciso, cargarlas de inteligencia y emoción. Entre los escritores contemporáneos de su país se ha ganado una visible posición. Por su nombre cualquiera la supondría italiana, pero es orgullosa e inequívocamente venezolana: Stefania Mosca.

Foto: ARNALDO SANTOSStefania Mosca.

En la Feria de La Habana se pasea con dos libros que permitirán al lector cubano apreciar sus dotes narrativas: la novela El circo de Ferdinand (Monte Ávila Ediciones) y el volumen de cuentos Mediáticos (Ed. Arte y Literatura).

La primera, de muy reciente publicación, trazó una espiral en el desarrollo de su carrera literaria. En sus páginas da rienda suelta a un barroquismo peculiar, que hereda la tradición de esa vertiente en las letras hispanoamericanas hasta proyectarse en un marco propio. Los editores lo presentan como "un lienzo divertido y cruel, un software barroco poblado de artistas, enanos, sabios y alquimistas, arqueras, fornicadores, narcotraficantes y políticos, la hiper y el sub de la realidad y el desarrollo". Pero es algo más: una penetrante demostración del ingenio de la palabra en función de una metáfora social de urgente comunicación.

Mediáticos apunta más a la intimidad, como si la dimensión concentrada de estas viñetas se correspondiera con el valor de los sentimientos que la autora expresa. Es una escritura femenina, no feminista; una reivindicación de la mujer que se desmarca de los habituales tópicos de la guerra de los géneros.

Para que se tenga una idea de la intensidad que Stefania ha puesto en estas narraciones, nada mejor que ofrecer a los lectores una muestra, la que cierra el libro:

SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

Ella es joven, tiene el pelo negro, ondulado y está de espaldas frente a mí. En el balcón de la torre A. Sentada. La baranda del balcón me impide ver casi tres cuartas partes de su cuerpo. Nunca sabré, por ejemplo, cómo son sus pies. O si tiene heridas las rodillas. El movimiento coordinado de sus brazos supone el de sus manos sobre un teclado, pero también podría amasar o tejer o rezar el rosario o ejecutar una silente marimba. Está cerca, pero lo suficientemente lejos para no escuchar mi voz si osara ensayar un nombre, uno que le perteneciera, Laura, Marianne u Ofelia.

Si tuviera e-mail seguramente sería más importante. Existiría de alguna manera. Pero aquí estoy, mudo mi alrededor en el estupor de ver que no soy vista, como suelo presentir, desde todos los rincones de la casa. Y las cortinas nunca terminan de estar bien cerradas. Y ¡ah! Volteo y es de noche. Las luces de la sala están encendidas y las persianas abiertas. Me vería todo el mundo. Y justo en el instante en que simuladamente escrutaba mi entorno, descubrí, en el balcón de al lado, en frente, en la torre A, con una franela amarilla, a una mujer de espaldas. Seguía el movimiento de sus brazos y su cabeza concentrada en un centro. No veía el monitor, pero ya no me cabía duda. Escribía. Qué risa. Todos escribimos. Queremos salvarnos, crear nuestras propias imágenes. Perpetuarnos.

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