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Actualidad de
Bolívar (*)
Fragmento de la
introducción al libro Las dos vidas de Bolívar. Visión
desde Martí y la Revolución cubana, que será presentado
en la XV Feria Internacional del Libro Cuba 2006, el sábado 11
a las 5:30 p.m. en la sala Fernando Ortiz
RAÚL VALDÉS
VIVÓ
Cuando escribió Defensa
del general Bolívar, su maestro Simón Rodríguez pidió a
cada lector que fuera el juez. Eso es lo que pido al presentarse
este ensayo: Las dos vidas de Bolívar. Visión desde Martí
y la Revolución cubana.
Raúl Valdés Vivó entrega con este libro una importante contribución bolivariana.
Lo mismo que Martí,
Bolívar tiene dos vidas.
Su primera
existencia comenzó el 24 de julio de 1783 y finalizó 47 años
después, el 17 de diciembre de 1830. En el tramo último de esa
primera exis-tencia era un ser acabado que apenas se sobrevivía
a sí mismo, golpeado mortalmente por la incomprensión de gran
parte de los pueblos que había llevado a la Revolución y, aún
peor, la traición de compañeros de armas que con él ganaron
gloria y poder.
La oligarquía fue
más fuerte que Bolívar al imponer su ideología a naciones
prestas a surgir plenamente, para que no dejaran de temerle y le
obedecieran, como antes a España, y aceptaran incluso otros
amos extranjeros, de los que pasaría a ser cómplice. Martí lo
denunció para Cuba en su testamento político y dijo que
quienes dominaban la masa blanca, mestiza y negra necesitaban de
un amo, español o yanki, que mantuviera sus privilegios.
Bolívar no logró vencer a esa oligarquía antinacional.
Esto constituyó la
única derrota de la que no logró recuperarse, y se sintió un
perro sarnoso. Gabriel García Márquez imaginó que recogió
uno yendo en carruaje hacia el exilio y le puso su nombre.
Después
de haber combatido durante dos décadas, y liberado a más de
diez millones de almas —cifra enorme entonces—, en un
territorio equivalente a las dos terceras partes de Europa, y de
haber escapado a cuatro atentados casi mortales, a Bolívar
realmente lo derrotó la época. Por eso, nada define mejor su
padecimiento que esta frase lapidaria de Martí, que la aplicaba
a sí mismo: ¡Oh! ¡Qué dolor ver claramente en las entrañas
de los siglos futuros, y vivir enclavado en su siglo! 1
La segunda y
definitiva vida de Bolívar se inició el 4 de febrero de 1992
con la Revolución bolivariana. En ella el pueblo venezolano,
guiado por Hugo Chávez, no solo despierta al Libertador,
haciendo verdad el canto profético de Pablo Neruda, sino que
lleva adelante su obra de redención y le añade, en
correspondencia con el imperativo de la nueva época y ante el
fracaso absoluto del capitalismo, los ideales socialistas.
Mientras exista la Revolución bolivariana, el Libertador
vivirá.
Si en tiempos de
Bolívar los oligarcas tenían la última palabra, ahora ella
corresponde a los trabajadores, incluyendo los que aspiran a
trabajar y los que nunca lo han hecho y viven marginados. Es un
derecho vinculado a su lucha unida y decisiva, al frente de todo
el pueblo.
Venezuela ha
retomado el impulso rebelde de Bolívar y aplica su decisión de
no copiar, sino crear.
Martí nació el 28
de enero de 1853, cayó en combate el 19 de mayo de 1895 y desde
el centenario de su natalicio comenzó a renacer en brazos de la
joven generación, también siempre inspirada, como la
venezolana, en los sacrificios de generaciones anteriores. El 26
de julio de 1953 fue el día exacto del renacimiento del
Apóstol, que vive a plenitud en la Revolución cubana
triunfante el Primero de Enero de 1959.
Son dos los motivos
para ir a la visión de Bolívar desde Martí. Martí es un
Bolívar que nace medio siglo después: eso en cuanto a hacedor
de la historia, pero como historiador, el que cuenta la
historia, es tal vez el que más logra descifrar los enigmas que
marcaron la exis-tencia del Libertador. Uno se pregunta por sus
fuentes de cuando estuvo viviendo en Caracas, para no caer en el
imposible de tenerlo de testigo presencial de lo que narra.
Incluso de no haber revivido a Martí nuestra Revolución, para
comprender los misterios que rodean a Bolívar, habría que
acudir a su visión. Decía él que la historia anda por el
mundo con la careta de la leyenda. Sobre ningún otro rostro,
han caído tantas caretas como sobre el Libertador.
Ver desde Martí a
Bolívar equivale a ver a Chávez, que lo revive, desde Fidel,
que revive al Apóstol.
¿Culto a la
personalidad?
Ninguno.
Fidel y Chávez,
igual que los dos genios de Nuestra América que los inspiran,
creen que el pueblo es el verdadero jefe de las revoluciones.
El derecho humano
supremo que los revolucionarios defienden para el pueblo de
Cuba, Venezuela, Bolivia, todos los pueblos, es su deber de
autogobernarse. Ese derecho deber surge en la lucha de clases,
motor del proceso histórico.
La lucha de clases
se libra, primeramente, entre el espíritu esclavista y el
espíritu antiesclavista. Es una lucha de ideas. Pero ellas
requieren portadores sociales si han de incorporarse al torrente
de la historia. Fidel ha subrayado que las ideas de la
Revolución Socialista de 1917 en Rusia se enraizaron en Cuba
gracias a la existencia del proletariado industrial tabacalero y
el azucarero, los de más peso en esa época.
Por materialista
dialéctico, Marx postula que las ideas jamás pueden llevar a
los hombres más allá del antiguo orden mundial, basado en la
esclavitud abierta o disfrazada, sino solo más allá de las
ideas del antiguo orden mundial. Las ideas no pueden por sí
mismas nada en absoluto. Para su efectiva realización hacen
falta hombres que deben valerse de la fuerza práctica
necesaria, pero esos hombres son hijos de las ideas nuevas que
destruyen las viejas.
Por ello, al
escribir junto a Engels el más célebre manifiesto de la
historia, que dio nacimiento al partidismo internacional
comunista, Marx parte de la verdad de que la lucha de los
revolucionarios comienza cuando adquieren las ideas opuestas al
orden mundial esclavizante.
El socialismo no
puede ser igual en todas partes y cada pueblo lo hará a su
imagen y semejanza. En la lucha por el triunfo de las masas
populares, Lenin, el pueblo por él dirigido, pudo hacer que en
1917 el sueño comenzara a hacerse realidad a escala universal.
La mayor derrota del espíritu humano ha sido la desaparición
del primer Estado de los trabajadores, el último decenio del
siglo pasado, a consecuencia de errores, ingenuidades,
traiciones.
El enlazamiento de
la práctica con la teoría para desde ella, con más claridad,
ir de nuevo a la práctica, no puede interrumpirse en un punto,
pues el revolucionario se hace teorizante o practicista. Una
idea justa, decía Martí, desde el fondo de una cueva puede
más que un ejército. Sí, porque la idea justa, al enfrentar
un ejército de opresión, conduce a crear el ejército
político de la liberación.
La forma de la lucha
de ese ejército de civiles y militares: armada, pacífica,
mezcla de ambas, depende de las circunstancias. Lo invariable es
que sin luchadores no existe la posibilidad siquiera de la
victoria. En los momentos de quién vence a quién, de hecho
todo el pueblo ingresa en ese ejército, que requiere tener su
estado mayor o fuerza de vanguardia.
Durante siglos
muchos pensadores, combatientes y simples soñadores, al
comprender que el espíritu humano es el hombre natural,
ansiaron emanciparlo. Gracias a su contribución, generalmente
anónima, siempre masiva y abnegada, avanzó el género humano y
llegó a donde se encuentra, como habiendo navegado por mares de
sangre, sudor, lágrimas. Todavía está lejos de la orilla,
aunque ya se divisa.
Bolívar no fue el
primero en proponerse la sublime tarea de dirigir esa travesía
hasta el final, pero fue pionero en lograr portentosos
resultados. Precedió a quienes avanzarían más en darle
fundamentación ideológica a ese ciclópeo esfuerzo redentor:
cronológicamente Marx, Engels, Martí, Lenin y sus
continuadores.
Se cumplió el temor
de Bolívar de que Estados Unidos está como destinado por la
Providencia a sembrar de miseria la América a nombre de la
libertad, y ello ahora es infinitamente mayor dado el empleo por
su gobierno del terrorismo de Estado y su afán de la más
brutal hegemonía planetaria, que traduce en magnicidios,
genocidios, bloqueos, sucesivas guerras de agresión, en que
unas comienzan sin haber terminado las anteriores.
Al mismo tiempo,
gracias a las revoluciones de Cuba y Venezuela, lo nuevo del
proceso histórico de nuestros pueblos es el ALBA, Alternativa
Bolivariana para las Américas, el más formidable programa de
emancipación. Eso, y no la política perversa del imperio del
dólar, consustancial a su mismo surgimiento y desarrollo, y que
se condensa en el ALCA, siglas del Acuerdo de Libre Comercio
para las Américas, de entraña anexionista yanki respecto a
nuestros pueblos. Plan contra plan: decide la lucha.
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(*)
Título de la Redacción
1
José Martí: Obras Completas, Editorial Nacional de Cuba, La
Habana, 1963, t. 8, p.141
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