Mena: ciudad abstracta, real

TONI PIÑERA

Un espacio de La Habana Vieja (Empedrado 459, entre Villegas y Aguacate) perdió, de la noche a la mañana, su aspecto cotidiano, y por arte de la Novena Bienal, que culmina su itinerario estos días finales de abril, se transformó en una galería al aire libre.

Convivencia, así tituló el artista cubano Rigoberto Mena, un proyecto que ha dado mucho de qué hablar, y donde el espectador puede "tocar" de cerca las originales creaciones que habitan en un medio que les es totalmente familiar. Porque Mena quiso dialogar de tú a tú con el lugar (un parqueo en ruinas) y emplazar las obras donde verdaderamente se insuflan de un aire propio, como si hubieran nacido de allí mismo.

Ese es el concepto central que anima estos trabajos que suponen un encuentro más cercano con su medio vital. Son como espejos que reflejan el tiempo: una ciudad entre abstracciones y vivencias.

La posibilidad de poder intervenir en un espacio público con nuevos materiales abrió la imaginación del artista que ya venía trabajando sobre el tema de la ciudad en anteriores exposiciones como De la nada al infinito y Cambio de bola. Precisamente en esta última presentó una pieza titulada Convivencia de la que se inspiró para este proyecto que está muy estrechamente ligado a La Habana Vieja (donde trabaja y respira artísticamente). Es que él está obsesionado con las paredes repletas de tiempo e historia, la oxidación de los disímiles elementos que encontramos a cada paso en las viejas calles, las maderas y otros objetos que muchas veces pasamos por alto, pero que la mirada ágil del creador rapta para transformarlo en arte.

Así surgió esta nueva historia que se hizo realidad sobre láminas de hierro que oxidó con agua, sal y ácidos (grandes piezas de cuatro metros por dos), que luego pintó e intervino con remaches, metros contadores, cables, collages, matizado todo con pintura industrial... y con esa imaginación sin límites que llena los espacios de signos que llegan desde lo más profundo de su memoria y de su alrededor. Se suman otras piezas y hasta algunas fotos de Berlín en las que surgen formas abstractas que se dibujan a partir del deterioro de la calle y el asfalto.

Lejos de cualquier énfasis pictoricista, Mena establece su propuesta sobre una economía de acentos de delicada estrategia.

Y cuando desarrolla el planteamiento de la muestra como una intervención global y unitaria sobre el espacio expositivo concebido a priori, sí resulta finalmente esencial en su actuación la reordenación a que somete el material que la compone: las huellas de la ciudad, estableciendo una cadencia visual de formatos y relaciones analógicas que fuerzan el aislamiento visual de cada pieza a favor de una lectura que reproduce en cierto modo, a escala general, el sentido que orienta su actuación en cada intervención concreta. En cada caso particular, y finalmente, en la secuencia en que enlaza su discurso, se transparenta su interés por el desarrollo de una sutil estructura cuya musicalidad nace de un certero sentido del equilibrio, de una arquitectura que huye de todo énfasis retórico, generando en el ojo que se abre al rumor poético que estos signos definen en el espacio real y virtual de la muestra un poderoso contagio.