El nicho de Juan Roberto Diago en La Cabaña Ciudadela VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ
El artista ha construido una instalación donde lo material y lo mediático se complementan. Un asentamiento urbano simulado a escala de maqueta manifiesta su precariedad y, a la vez, su voluntad de resistencia. Fragmentos de la realidad que sirven de modelo a la instalación se insertan sobre la madera, el cartón y la hojalata. El espectador sufre el recorrido sinuoso del aparente caos en que están dispuestos los elementos volumétricos, pero si es atento y curioso se llevará más de una sorpresa. Dentro de los habitáculos, en pequeñas bolsas se guardan fotos que testimonian una arquitectura pobre por la calidad intrínseca de los materiales, pero que a la vez revela el tránsito de la necesidad al invento, de la urgencia a la imaginación. Las proyecciones que cubren la pared funcionan como un contrapunto implacable del discurso de los objetos. Diago explora de tal manera en uno de los dramas comunes a las regiones a las que les ha sido impuesto secularmente el subdesarrollo: los bolsones marginales que les van creciendo a las ciudades, nutridos por las migraciones internas. La connotación artística parte desde la perspectiva del compromiso antropológico, de la identificación del artista con la arista creativa de la experiencia, quizás por haber observado más la singularidad de la expresión del fenómeno en Cuba que en otros países de América Latina y del Caribe. Y es que Diago (La Habana, 1971), desde su pertenencia a la cultura cubana de hoy con raíces antiguas, ha estado siempre abierto a la captación de lo legítimo que se respira en las atmósferas populares. "Siempre voy a lo matérico, la textura es fuerte en lo que hago. Me voy a esos rincones de la escultura que subrayan y afianzan más lo que me he propuesto hacer", dijo en una ocasión y aquí, en la Bienal, se comprueba. |