Amador, tan cerca y tan lejos

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Foto: JOSÉ M. CORREA

Al otro se le puede mirar desde diversos puntos de vista: por encima o por debajo del hombro, con poses excluyentes o de perdonavidas. Ya hasta, de un tiempo a esta parte, bajo el prisma de un multiculturalismo equívoco por exceso de relatividad.

De todos esos peligros se salva el artista mallorquín Amador, quien trasciende el oficio fotográfico convencional para conformar un testimonio artístico de su tiempo y sus ideas, precisamente mediante una viva confrontación de su cultura con otra cultura, en este caso la del norte africano.

Ese es el fondo temático de su exposición Fronteras, una de las muestras más interesantes e intencionadas de la Novena Bienal de La Habana, que ya cuenta con espacio en la Casa de África, en el magnífico entramado museográfico de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Al viajar con el lente a la región magrebí, Amador se despoja de toda clase de prejuicios, y con gran sensibilidad nos hace ver que esos rostros, esas gentes, esos modos de hacer, son los que tocan a la puerta todos los días al continente europeo, los que alguna vez fueron, en el caso de España, los punteros de la identidad peninsular, los que sostienen economías visibles y subterráneas, los que no tienen nada que perder.

Son imágenes cercanas y a la vez lejanas. Cercanía de la pertenencia y lejanía discriminatoria. Cercanía de los orígenes culturales y lejanía de las políticas que ponen un valladar ante la avalancha de lo que sobreviene.

En el sitio de encuentro que resultan los mercados, Amador halla material abundante para la fijación iconográfica. Le interesa explorar la relación social subyacente, el dato cultural, la perspectiva antropológica.

Pero no lo hace a la manera del documentalista, sino a partir de un compromiso artístico consecuente en el tratamiento de la imagen: retícula abarcadora, luminosidad sobredimensionada, gama de colores cálidos como el sol que define la frontera del Sur.

El artista ofrece, de paso, una lección acerca de las posibilidades de aplicación de la aerografía digital sobre un soporte de fibra de vidrio, para brindar una interpretación de la realidad fotografiada.

Amador continúa explorando aquí un camino de probada sensibilidad que ha alcanzado altas cotas en exhibiciones anteriores como las de Presencias (1994) en la Fundación Joan Miró, de Palma de Mallorca; El hombre y la ciudad (2000), Berlín, y El hombre disgregado (2006), Stuttgart.