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A las puertas de la Bienal de La Habana NELSON HERRERA YSLA A escasas horas de su inauguración, la novena edición de la Bienal de La Habana empieza a convertirse de nuevo en uno de los grandes acontecimientos culturales de la escena nacional capaces de generar un sinnúmero de preguntas en torno a su alcance, proyección y poder de convocatoria, en medio de un panorama artístico internacional sacudido por la expansión del mercado, la proliferación global de eventos de esta naturaleza, la influencia cada vez mayor de la imagen en movimiento, la crisis de los lenguajes y soportes tradicionales y el cuestionamiento de la propia significación del arte en la vida actual, entre otros medulares asuntos.
Como quizás se conoce, aunque no con la profundidad que desearíamos, la Bienal se realiza en medio de una situación difícil en lo económico, tanto en el plano nacional como internacional. A diferencia de otras establecidas y recientes (Venecia, San Pablo, Estambul, Cuenca, Lyon, Berlín, Liverpool, Dakar, Valencia, Shanghai, y Documenta, aunque esta tiene carácter quinquenal) gracias a un apoyo financiero gigantesco y estable cuyo monto fluctúa entre 1 y 13 millones de dólares estadounidenses, la Bienal de La Habana depende para su proyección y realización concreta, principalmente, del presupuesto otorgado por el Ministerio de Cultura (que apenas sobrepasa los 100 mil dólares) y la colaboración extraordinaria de diversas instituciones del Estado cubano.
Si bien estos son factores decisivos para el impulso inicial en materia de investigación, curadoría y la compleja estructura de los espacios expositivos en la red urbana, uno de los elementos que articulan finalmente, y completan, todo este esfuerzo enorme es el apoyo de los propios artistas invitados y de diversas instituciones en determinados países que apuestan sin lugar a dudas por el proyecto general de un evento que se ha ganado ya un lugar distintivo en el panorama global contemporáneo. De modo que la Bienal se hace sobre la base de una conciencia indiscutida acerca de su importante papel para la cultura y la sociedad cubanas en primer término, y con el objetivo de lograr el reconocimiento universal de los valores y la riqueza de nuestras regiones consideradas aún del Tercer Mundo en segundo lugar: seguimos así, además, una tradición de esfuerzo, pudiéramos decir sobrehumano, para llevar a cabo este tipo de encuentros.
Se trata de una necesidad espiritual de primer orden, un sostén teórico e intelectual en la indagación permanente acerca de nuestra identidad como nación y en relación con otras culturas que han contribuido a nuestra formación, y es también un factor que debe favorecer la comprensión de la complejidad que enfrenta el mundo actual en el que cada vez se tiene una mayor conciencia de la diversidad de sus increíbles y asombrosas expresiones culturales. La Bienal de La Habana está empeñada, desde su fundación misma en 1984, en desentrañar esa fascinante madeja que es la diversidad cultural contemporánea desde los territorios del arte, sin discriminaciones ni engañosas jerarquizaciones que por regla general tienden a crear falsas expectativas en cuanto a "lo mejor", lo "último".
La Bienal de La Habana se plantea en cada edición un número considerable de preguntas y pocas respuestas, lo mismo para el público que para los expertos, puesto que en sus principios anida la idea de una crítica a esas estructuras que durante años han impuesto un determinado "orden", un determinado "modo de ver" la vasta y rica producción simbólica que abarca lo creado por el hombre en ese medio "natural" en que se ha convertido la ciudad por pequeña o grande que sea. Desde las manifestaciones creativas como resultado de una cierta espontaneidad popular para señalar, simbolizar o simplemente anunciar productos y servicios en cada localidad, pueblo o metrópolis, hasta aquellas pertenecientes a lo más avanzado en materia de nuevas tecnologías —transitando por las ya tradicionales expresiones artísticas como son la pintura, la escultura, la fotografía, el performance—, los artistas contemporáneos apelan a variadísimas soluciones en un intento encomiable y digno en varios sentidos por desmontar viejos esquemas de recepción de las obras, proponer nuevos modos de circulación y nuevos modos de producción de las mismas, apuntar otras posibilidades de creación, marchar en busca del espectador no familiarizado con el arte donde quiera que este se encuentre (casa, oficinas, transporte público, escuelas, fábricas, calles). El desafío es incuestionable, lo mismo para los organizadores que para los propios artistas, pero he ahí su fascinación en tanto evento cultural de gran magnitud e importancia. Aunque el mayor desafío para los que trabajamos en ella es su replanteamiento general y el de cada una de sus partes, pues en algo más de veinte años existe la tendencia lógica a repetir ciertos esquemas de estructura, organización y hasta de su concepción. Ya no se trata solo de convocarla y realizarla en medio de la compleja situación que vivimos, lo cual es una enorme tarea que tenemos todos por delante cada vez, sino de proponerse su enriquecimiento sustancial a partir de un cuestionamiento profundo de sus bases e intenciones actuales y futuras como modo lógico de adecuarse a las increíbles transformaciones que sufre hoy cualquier actividad creadora en cualquier campo. Este será sin dudas el próximo objetivo a alcanzar y para el cual estamos trabajando desde ahora. La novena edición a nuestras puertas debe representar un escalón más en ese largo y difícil camino que aún nos queda por recorrer.
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