BEIJING.—Nadie
pasa por París sin visitar la Torre Eiffel. Ni por Roma sin darse una
vuelta por el Vaticano. Ni se va de este país sin admirar una de las
proezas del ingenio y la laboriosidad, la Gran Muralla, una de las Siete
Maravillas del mundo moderno desde el pasado año.
Ayer, un grupo de periodistas cubanos que cubrirán los
Juegos Olímpicos, hicimos un recorrido por parte de esa histórica
construcción, patrimonio de la humanidad.
Sobre ella se cuentan muchas leyendas, una es que se
puede ver desde la luna. Alguien muy interesado en hacerlo, el
astronauta chino Yang Liwei, dijo que no pudo apreciarla desde el
espacio. Y es lógico: sus constructores se vieron obligados a utilizar
materiales como la piedra caliza, el granito y el ladrillo cocido, todos
del mismo color del suelo.
Pero, más allá de leyendas, lo cierto es que la Gran
Muralla es todo un símbolo del pueblo chino, de su amor a la Patria,
decidido a parar en seco las continuas invasiones de su siempre deseado
territorio por parte de las tribus vecinas.
No fue construida como un todo. Hubiera sido imposible,
pues en total mide más de 7 000 kilómetros, con sus torres de
vigilancia, sus cuarteles y centros de administración. La idea original
fue del primer emperador chino, Qin Shi Huangdi en fecha tan lejana como
el año 221 antes de nuestra era.
Fueron otras dinastías las encargadas de ir edificando
tramo por tramo, con cientos de miles de constructores acarreando
grandes bloques de piedra a las espaldas, a merced de asaltantes que los
diezmaban, al punto de que muchos estudiosos la llaman "el cementerio
más largo del mundo".
Los
vendedores de souvenirs no podían faltar. La prensa cubana satisfizo su
curiosidad. Foto Ricardo López Hevia
Uno de sus tramos, el de Badaling, dista solo 50
kilómetros de esta capital. Allí accedió nuestro grupo de prensa por
mediación de una carretera rodeada de montañas por todos lados, pasando
a través de un túnel de 1 008 metros de largo hasta llegar al pueblo que
le da su nombre. Hay que subir y bajar un sinnúmero de escaleras de
piedra, por las cuales desfilan turistas y ciudadanos chinos de todas
las edades.
Llama la atención su magnífico estado de conservación y
asombra el comprobar la sólida unión de sus componentes, a pesar de que
cuando comenzó su construcción los romanos todavía no habían inventado
el cemento.
Se necesita una buena forma física para escalar tramo a
tramo hasta llegar a los puntos más elevados. La Gran Muralla ha
resistido el paso del tiempo. Se yergue altiva e indomable sobre buena
parte del inmenso territorio chino, todo un monumento a la constancia y
al talento de su pueblo, que ahora nos sigue asombrando con las
magníficas instalaciones construidas para estos XXIX Juegos Olímpicos.