Lo comprobé durante un recorrido de más de ocho horas, en compañía
del fotógrafo José Luis Anaya, del semanario Jit, iniciado gracias a los
esfuerzos de una voluntaria, pequeña y dinámica como una ardilla, Wang
Li, quien corrió de un lado para el otro hasta que consiguió encaminar
nuestros pasos hacia la plaza Tiananmen.
Ya en el autobús sucede algo insólito: una mujer de mediana edad se
levanta y me da el asiento. Al principio me resisto, pero ella insiste y
ya sentado, no dejo de mirar por la ventanilla, apenado. No hay nada más
fácil en este país que reconocer a un extranjero, sobre todo si lleva
colgada una credencial olímpica.
El recorrido dura más de 45 minutos y me brinda la oportunidad de
apreciar una buena parte de la periferia de la ciudad. Beijing es
grande, es enorme, especialmente para alguien nacido en una pequeña
isla. Son 16 801 kilómetros cuadrados, en los cuales viven 17 400 000
personas. ¡Cuba una vez y media! Veo decenas de edificios múltiples,
todos con no menos de 15 plantas, avenidas tan anchas como un campo de
fútbol, jardines bien cuidados, buen nivel de vida.
Ya en Tiananmen, compruebo que los números no mienten. Es la plaza
urbana a cielo abierto más larga del mundo, con más de 40 hectáreas, con
una historia tan larga como ella misma, presidida por un retrato de Mao
Zedong, quien proclamó aquí el 1ro. de octubre de 1949 la República
Popular de China.
Pero la Puerta de la Paz Celestial (eso significa Tiananmen) es sobre
todo un punto de reunión del ciudadano pekinés. Parejas de enamorados,
familias con sus niños, personas de todas las edades paseando de un lado
a otro, tirando fotos.
Muchos nos miran la credencial. Un hombre me pregunta en inglés de
dónde somos y cuando respondemos nos dice: ¡Ah, Cuba, buen voleibol
femenino, Dayron Robles! Otro, un extranjero, nos confunde con españoles
y, tras la aclaración, grita: ¡Bien Cuba, que ganen muchas medallas!
Cambiamos de rumbo y nos vamos a la Calle de la Seda. No sé cómo las
vendedoras adivinan cuál es nuestro idioma y una de ellas nos hace reír
a carcajadas: ¡vengan, yo vendo bueno, bonito y barato! No se cansan de
mirarnos las credenciales, de preguntarnos cuántas medallas ganaremos.
Los Juegos son el principal tema de conversación.
Cogemos un diez para tomar café y un brasileño que se confiesa amigo
de Cuba, Mauro, nos pregunta por Fidel y nos desea éxitos en las
competencias.
Ya pasan de las seis de la tarde. El cielo abandona su color gris de
los primeros días y el sol se asoma, para dejar sin argumentos a cierta
prensa que solo sabe hablar y escribir de la contaminación. La
amabilidad nos sigue acompañando para facilitarnos el regreso.
No tengo dudas, estos serán los Juegos de la amabilidad y el buen
trato. ¡Ni jao, Beijing!
30 de julio