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Antes de la arrancada

¡Ni jao, Beijing!

Sigfredo Barros Enviado especial

BEIJING.— Me veo obligado a escribir la frase tal y como suena en mis oídos, una y otra vez, desde que arribé: ¡Ni jao!, que puede traducirse como ¡Hola!, aunque su significado va más allá engloba todo un mensaje de amistad y cariño hacia el visitante.

Foto:José Luis AnayaUna vista interior de la Ciudad Prohibida.

Es cierto que estos XXIX Juegos Olímpicos están escribiendo su historia desde que comenzaron a difundirse las imágenes de maravillosas instalaciones como el Nido de Pájaro o el Cubo de Agua, admiradas ya por todo el mundo.

Pero, quizá, a la hora de hacer el recuento final, haya que denominar a la cita de Beijing como la de la amabilidad, el buen trato y la disposición de todo un pueblo, empeñado en que todo salga bien y que la muy escuchada frase: "Estos han sido los mejores Juegos de la historia" sea una realidad incontestable.

Foto:José Luis AnayaTiananmen es un punto de reunión de las familias.

Lo comprobé durante un recorrido de más de ocho horas, en compañía del fotógrafo José Luis Anaya, del semanario Jit, iniciado gracias a los esfuerzos de una voluntaria, pequeña y dinámica como una ardilla, Wang Li, quien corrió de un lado para el otro hasta que consiguió encaminar nuestros pasos hacia la plaza Tiananmen.

Ya en el autobús sucede algo insólito: una mujer de mediana edad se levanta y me da el asiento. Al principio me resisto, pero ella insiste y ya sentado, no dejo de mirar por la ventanilla, apenado. No hay nada más fácil en este país que reconocer a un extranjero, sobre todo si lleva colgada una credencial olímpica.

El recorrido dura más de 45 minutos y me brinda la oportunidad de apreciar una buena parte de la periferia de la ciudad. Beijing es grande, es enorme, especialmente para alguien nacido en una pequeña isla. Son 16 801 kilómetros cuadrados, en los cuales viven 17 400 000 personas. ¡Cuba una vez y media! Veo decenas de edificios múltiples, todos con no menos de 15 plantas, avenidas tan anchas como un campo de fútbol, jardines bien cuidados, buen nivel de vida.

Ya en Tiananmen, compruebo que los números no mienten. Es la plaza urbana a cielo abierto más larga del mundo, con más de 40 hectáreas, con una historia tan larga como ella misma, presidida por un retrato de Mao Zedong, quien proclamó aquí el 1ro. de octubre de 1949 la República Popular de China.

Pero la Puerta de la Paz Celestial (eso significa Tiananmen) es sobre todo un punto de reunión del ciudadano pekinés. Parejas de enamorados, familias con sus niños, personas de todas las edades paseando de un lado a otro, tirando fotos.

Muchos nos miran la credencial. Un hombre me pregunta en inglés de dónde somos y cuando respondemos nos dice: ¡Ah, Cuba, buen voleibol femenino, Dayron Robles! Otro, un extranjero, nos confunde con españoles y, tras la aclaración, grita: ¡Bien Cuba, que ganen muchas medallas!

Cambiamos de rumbo y nos vamos a la Calle de la Seda. No sé cómo las vendedoras adivinan cuál es nuestro idioma y una de ellas nos hace reír a carcajadas: ¡vengan, yo vendo bueno, bonito y barato! No se cansan de mirarnos las credenciales, de preguntarnos cuántas medallas ganaremos. Los Juegos son el principal tema de conversación.

Cogemos un diez para tomar café y un brasileño que se confiesa amigo de Cuba, Mauro, nos pregunta por Fidel y nos desea éxitos en las competencias.

Ya pasan de las seis de la tarde. El cielo abandona su color gris de los primeros días y el sol se asoma, para dejar sin argumentos a cierta prensa que solo sabe hablar y escribir de la contaminación. La amabilidad nos sigue acompañando para facilitarnos el regreso.

No tengo dudas, estos serán los Juegos de la amabilidad y el buen trato. ¡Ni jao, Beijing!

30 de julio

 

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