Estados Unidos venció 3-0 a Cuba en la semifinal del torneo de
voleibol de los Juegos Olímpicos. Los parciales 25-20, 25-16 y 25-19
fueron un fiel reflejo de lo ocurrido en la cancha. Un solo equipo puso
el buen juego.
Dos conclusiones rápidas. La primera, el rival fue mejor porque actuó
acorde a como se iba presentando el partido; la segunda, el elenco
cubano se desarticuló desde el inicio porque no recibió.
Ambas circunstancias se combinaron para que el alto mando
estadounidense fuera trazando una estrategia de juego más sencilla y sin
muchas complicaciones, es decir con poco riesgo: atacar con el saque y
apostar a la defensa en la net y en el campo, pues el estrago en el
servicio o marcaba puntos o facilitaba el contragolpe.
Y así se decidió el partido, que mientras más avanzaba más grande se
hacían las grietas en el equipo cubano, algo que desde el punto de vista
psicológico pesa, máxime en una fase como las semifinales.
Ante esas situaciones poco se puede hacer, los técnicos pueden
orientar, usar el tiempo como un factor para buscar una recuperación,
pero nada más. Incluso los cambios, que en ocasiones suelen ser
efectivos, frente a esta circunstancia tampoco rinden muchos dividendos,
pues si bien ganaba en el recibo al sacar, por ejemplo a Rosir Calderon
por Yaima Ortiz, perdía potencialidad en el ataque. La solución en
estos casos está única y exclusivamente en manos de las jugadoras.
Es lamentable, pues Cuba había jugado un excelente torneo, porque
esta no es la diferencia real entre ambos cuadros y porque se esperaba
mucho de este queridísimo equipo del deporte cubano. Pero así es el
deporte, grande, pues nos hace sufrir y también vibrar de alegrías.
Ahora han de concentrarse para buscar la presea bronceada y continuar
en los podios olímpicos, algo que viene sucediendo desde los Juegos de
Barcelona-1992.