BEIJING.— La ilusión más grande para millones de chinos
se esfumó insólitamente en la mañana del lunes al desentrañarse el
misterio en torno al estado físico del famoso vallista Xiang Liu,
aquejado de una lesión en los músculos isquiotibiales, sin que el
tratamiento haya conseguido atenuarla.
Desplomado
Liu Xiang en la pista, víctima del dolor.
El propio campeón y recordista olímpico, así como
titular mundial, había colocado el domingo en su sitio Web personal un
anuncio de que estaba confrontando problemas, pero no fue hasta que se
le vio desmoronarse a pocos metros de los bloques de arrancada, durante
una salida en falso, cuando se confirmó la fatídica noticia.
Se considera que este ha sido —en medio de tantos
triunfos y satisfacciones—, el golpe más duro para los anfitriones en
los XXIX Juegos Olímpicos de Beijing 2008, porque se trata de su ídolo,
de su gran ícono en el mundo del deporte.
Liu ha calado muy profundo en los corazones de su
pueblo, y de muchos aficionados en el planeta, por esa no muy común
combinación de sencillez y humildad —junto a la jerarquía universal
deportiva—, que lo caracteriza.
Se
retrató al saber que era de Cuba, igual que su amigo Dayron.
En mayo pasado, durante "Un día en la vida de Liu Xiang",
programa patrocinado por la IAAF con distintos atletas de talla mundial
y la prensa especializada, recuerdo perfectamente que alguno de los
colegas convocados —filosofando en torno a las ventajas y desventajas de
la fama—, lo instó a definirse sobre su preferencia, y aquel no dudó en
responder que escogía ser una persona normal, tener una vida privada
tranquila, a ser un personaje público asediado por doquier.
No olvido tampoco que invité a su entrenador —a quien le
vimos lágrimas durante la conferencia de prensa sobre lo sucedido—, a
imaginarse el podio olímpico de Beijing 2008, y a decirme si ondeaban
dos o tres banderas. De inmediato respondió que veía tres (a su juicio
ningún país doblaría), para luego añadir espontáneamente que una de
ellas era la de Cuba.
Cuando aquello, el nuestro no era todavía recordista
mundial, ni el suyo tenía un asomo de lesión, comprobado cuando todos
presenciamos gran parte del entrenamiento ese día.
Conjeturamos además sobre el posible duelo final entre
ambos, los estadounidenses y el francés Doucouré, avizorando el gran
espectáculo, el espléndido regalo de elevado nivel cualitativo para los
Juegos Olímpicos, puesto que habría que cronometrar en torno a 12.90
para convertirse en vencedor.
Nada de eso podrá ser posible. Acaba de derrumbarse
estrepitosamente.
Y cualquiera podría pensar que los cubanos estamos
contentos porque se allana el camino hacia la victoria. De hecho, en el
centro de prensa del atletismo, profesionales de la prensa local se nos
acercaron en busca de repercusiones.
Nada más alejado de la verdad, de nuestro pensamiento,
de nuestra idiosincrasia. Hubiéramos preferido una y mil veces que Liu
no estuviera lesionado, que corriera a su máxima potencia junto a Dayron
y que ganase el mejor en medio del disfrute de todos los amantes del
atletismo y del deporte en general.
Por eso es que —también para los cubanos—, se ha ido a
bolina la ilusión más grande.