Anaisis Hernández volvió a demostrar que está hecha para
los grandes momentos, su medalla de plata en los Juegos Olímpicos de
Beijing es una demostración más del coraje de esta muchacha y al propio
tiempo del desarrollo del movimiento deportivo cubano y su capacidad de
respuesta ante las agresiones que sufre nuestro movimiento deportivo.
No estaba prevista su presencia en Beijing, pero asumió
esa responsabilidad frente al robo de talentos, esa inescrupulosa
práctica de los poderosos, que sufre el deporte cubano. Ella ocupó el
lugar que dejó la desertora Yurisel Laborde, quien prefirió el olor del
sucio dinero al calor de sus compañeras. Se preparó rápidamente y se
alistó en los 70 kilogramos, mientras Yalegnis Castillo pasó de los 70 a
los 78.
Ya en el 2001, había sustituido a Driulis González en
los 63 por la maternidad de la guantanamera. Entonces se apareció en
Munich, con la misma combatividad y se llevó en ese estreno de bronce en
campeonatos mundiales. En el 2002, haciendo la misma suplencia, obtuvo
la de plata en la lid del orbe por equipos, en Basilea, Suiza.
Se subió en el tatami olímpico con esa convicción de
victoria de las judocas cubanas, más con el corazón que con recursos,
dada la prolongada ausencia de la escuadra principal. Sin embargo, lo
que bien se aprende no se olvida. Derrotó consecutivamente a Annett
Boehm, medallista de bronce en el mundial de Río de Janeiro el pasado
año y también en la lid del orbe de El Cairo-2005, y luego Ylenia Scapin,
bronce en Atlanta-1996 y Sydney-2000 y el mismo premio en las justas del
planeta en Birmingham-1999, Osaka-2003 y Río de Janeiro-2007, además,
actual campeona de Europa.
Solo cedió ante la japonesa Masae Ueno, la reina del
peso desde 1991, y campeona defensora de los Juegos de Atenas-2004.
También de Cienfuegos, como Yanert Bermoy, la otra
medallista de plata de la delegación y del judo, Anaisis vistió de
dignidad y coraje al deporte cubano.