A pesar de intentar robar protagonismo con sus
acostumbradas injerencias en los asuntos internos de otros países, el
mandatario norteamericano, George W. Bush, fue reducido a la oscuridad
por la llama que brilló en la majestuosa inauguración de los Juegos
Olímpicos de Beijing, China.
El jefe del régimen de Washington fracasó en su
propósito de pretender opacar el inicio de la fiesta más universal del
deporte con sus declaraciones acusatorias contra China.
En un nuevo acto de injerencia en los asuntos internos
de otras naciones, Bush, el más grande violador internacional de todos
los derechos humanos, llegó a Beijing reprochando a las autoridades
anfitrionas, como suelen hacer los huéspedes descorteses.
Por supuesto que en sus afirmaciones no hizo alusión
alguna a los cientos de miles de civiles iraquíes, afganos y de otras
naciones que las tropas norteamericanas han masacrado en las guerras
imperiales que él ha alentado y dirigido durante sus dos mandatos en la
Casa Blanca.
El objetivo fue denigrar de China, como lo hace
cotidianamente de los países que se oponen a su política imperial, y
tratar de restarle brillo a las Olimpiadas, empeño en que Bush y algunos
de sus aliados han estado inmersos desde hace ya mucho tiempo.
Para nadie es un secreto que el régimen norteamericano,
mediante sus servicios especiales e instrumentos mediáticos, no ha
cejado en su empeño de torpedear los juegos de Beijing, que a juicio de
expertos pasarán a la historia como los más vistosos y organizados, para
infelicidad de Bush.
En los últimos meses, China ha sido blanco de una y otra
campaña montada en Washington y en algunas capitales occidentales. Las
acciones de la Casa Blanca y sus conocidos secuaces han ido desde
entorpecer el recorrido de la antorcha olímpica por los diferentes
países, hasta la exacerbación de diferendos territoriales, como es el
caso del Tíbet.
Incluso utilizaron firmas de prestigiosos deportistas
internacionales para lanzar dardos contra China, publicando supuestas
cartas en forma de anuncios pagados en periódicos norteamericanos.
Las declaraciones de Bush pasaron, como casi todas las
suyas, al basurero de la historia. Y otro revés puede estar por venir
para el saliente inquilino de la Casa Blanca, si China relega a Estados
Unidos al segundo lugar del medallero olímpico, lo que analistas auguran
como una posibilidad.