VII JUEGOS OLÍMPICOS
AMBERES-1920
La Primera Guerra Mundial, en 1914, impidió la
realización de los Juegos Olímpicos en 1916, que le habían sido
destinado a la ciudad alemana de Berlín.

En 1920, Amberes, Bélgica, tuvo el mérito de
continuar la ruta. Pero desde el principio se notó algo diferente. Las
delegaciones desfilaron tristes en la apertura. En la ruinas próximas al
estadio y en los cuerpos de muchos atletas estaban las cicatrices dejadas
por la primera Guerra Mundial.
En el día inaugural, el 20 de abril, en vez de una
fiesta se realizó una misa en homenaje a los muertos. Alemania, Bulgaria,
Austria, Hungría y Turquía, enemigas de Bélgica durante el conflicto,
no comparecieron a la Juegos.
Por
primera vez aparece la bandera olímpica con sus 5 anillos entrelazados,
representando los 5 continentes en sus cinco colores (verde, amarillo,
negro, rojo y azul), que también representan las banderas, porque al
menos uno de esos colores forma parte de las enseñas nacionales del
planeta. Fue confeccionada en 1916, cuando se celebró el vigésimo
aniversario de la creación de los Juegos, y el diseño es obra del
restaurador de los Juegos, Pierre de Coubertín.
Otra novedad. En la justa belga se escucha por primera
vez el Juramento Olímpico, leído por el polista belga Víctor Boin:
Juramos que nos presentamos en los Juegos Olímpicos
como participantes leales, respetuosos de los reglamentos que los rigen y
deseosos de participar en ellos con espíritu caballeroso por el honor de
nuestros países y la gloria del deporte.
Bélgica
recibe a 2 066 atletas, 63 de esos competidores son mujeres. Son 29
naciones en concurso y 23 las disciplinas competitivas.
Amberes mostró al mundo a dos grandes atletas que
seguirían luego escribiendo valiosas páginas para la historia olímpica.
El finlandés Pavo Nurmi y el estadounidense Johnny Weismüller.
Nurmi,
con solo 23 años, obtiene en los VII Juegos las dos primeras medallas de
oro de un aval que creció hasta nueve, compitiendo siempre en las
distancias larga del atletismo. Fue inobjetable dueño de todas las
pruebas olímpicas entre los 1 000 y 20 000 metros, sin excluir las
distancias inglesas. Llegó a posee todas las marcas mundiales de ese
amplio y difícil espectro competitivo.
Pero este profesor —amante de la música clásica—,
se quedó con el deseo de vencer en una maratón. Quiso intentarlo en la
edición de 1936, pero fue declarado atleta profesional, y el sueño
quedó frustrado.
Johnny Weismüller, quien se convirtiera después en el
más famoso Trazan del celuloide, ha sido sin dudas uno de los mejores
nadadores que ha pasado por los escenarios olímpicos.
El
antiguo caballerizo del Illinois Athletic Club, quien de pequeño fue
abatido por la poliomielitis, combatida con fiereza en el lago Michigan,
para que las secuelas no le dejarán marcas, estableció 67 marcas
mundiales y jamás perdió una prueba en Juegos Olímpicos. Además, lo
meritorio de su carrera deportiva está en que consiguió esos triunfos
firmados con increíbles récords para la época en distancias que fueron
desde las cincuenta hasta las 800 yardas, lo que lo presentaba no solo
como un nadador de velocidad, sino también como todo un fondista.
Con estos inigualables sellos Amberes devolvió la vida
a los Juegos y Coubertín volvió a respirar tranquilo.
Medallero
de Amberes-1920