Breve reseña de los Juegos:

III JUEGOS OLÍMPICOS

SAN LOUIS-1904

Los estadounidenses repitieron el error de los franceses al coincidir la fecha de los Juegos con una Feria Internacional. En consecuencia, pocas personas se interesaron por las competiciones. El público prefería circular por la Feria.

James LightbodyEl fracaso de París, en 1900, hizo que una ciudad norteamericana fuera sede del evento. Los americanos pretendían despertar la envidia de los franceses, pero esta edición llegó a los límites de la desorganización.

Estuvo precedida por un enfrentamiento, a la americana, entre dos ciudades de Estados Unidos: Chicago y San Luis. En la cuarta sesión del Comité Olímpico Internacional, la primera aseguró tener 120 000 dólares para el anhelado deseo anfitrión y garantizaba más de 200 000 taquillas, argumentos que inclinaron la balanza a su favor.

Sin embargo, su rival siguió empeñado en albergar los III Juegos de la era moderna para respaldar la exposición por el centenario de la cesión de Louisiana. El COI cedió ante esta urbe, pues si no lo hacía, los sanluiseños harían pruebas atléticas paralelas, otorgando jugosos premios.

En medio de tanto caos y con el desafío de cruzar el Atlántico a inicios del siglo XX, 496 atletas, de ellos solo 46 extranjeros inician las competencias. Doce países optan por engrosar sus arcas en el medallero olímpico. Compiten seis mujeres, por lo que todavía no se puede calificar como oficial la participación femenina.

Pero surgen nuevos astros y hubo quien hasta repitió sus éxitos de la edición anterior. El estadounidense Ray Ewry, volvió a conquistar tres preseas doradas, en salto largo, alto y triple, en tanto que su compatriota Archie Hahn es considerado como el deportista más destacado al vencer en las pruebas de velocidad de 60, 100 y 200 metros planos.

De los héroes repetidores de hazañas, uno se destacó de manera singular. El cubano Ramón Fonst se alzó con tres medallas de oro en las competencias individuales de esgrima y con dos triunfos más en las lides por equipos.

El absurdo de los Juegos resultó la organización de competencias paralelas para negros, indios y orientales. Según los organizadores de los III Juegos, los negros, indios, filipinos, turcos, sirios, judíos, nacidos o naturalizados en Estados Unidos, pero no reconocidos como estadounidenses verdaderos, no podían actuar en la batalla real.

Periódicos de la época en los propios Estados Unidos, calificaron la versión sanluiseña como una auténtica juerga deportiva.

Los norteamericanos no convencieron a los europeos de que valdría la pena cruzar el Atlántico para participar de la competición. Hasta el mismísimo Pierre de Coubertin, que prestigió tanto la tradición del evento, no asistió a los Juegos.

Medallero de San Louis-1904

 

 

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