Muchos aseguran que el robo de bases es
tan viejo como el béisbol y que en fecha tan lejana como 1866 un
jugador, Robert Addy, se convirtió en el primero en llegar quieto a
la intermedia y ser acreditado como robo la jugada. Otros aseguran
que un año antes, en 1865, Eddie Cuthbert fue el autor de la estafa
inicial.
Pero de lo que no hay dudas es que el
robo de una almohadilla –ya sea segunda, tercera o home—, constituye
todo un arte. Desde tratar de tomar la mayor ventaja posible al
lanzador cuando va a realizar su envío, pasando por el buen juicio
de conocer las cualidades del receptor, hasta deslizarse
apropiadamente, evitando lesiones y tratando de burlar al jugador
que cubre la base.
En nuestras Series Nacionales un jugador
capitalino es el indiscutible Rey: el camarero Enrique Díaz, el
único con once lideratos en bases robadas, líder histórico con más
de 700 y poseedor del récord absoluto para una temporada, cuando en
la XXXII Serie se robó 55 almohadas, dejando atrás una marca que
perduró 25 años, la de 52 establecida por el villaclareño Juan Díaz
Olmos, en la VII Serie, en 1968.
¿Cuántos años permanecerá vigente la
marca de Enriquito? Al menos ya cumplió sus 15 y no se vislumbra en
el horizonte un candidato, no porque no existan buenos corredores en
nuestro béisbol, sino porque la filosofía que predomina es la de
“jugar al batazo”, sin explotar todas las habilidades y
posibilidades de nuestros jugadores.
Paradójicamente, el robo de bases ha ido
creciendo en los últimos años en otras latitudes y, por ejemplo, el
pasado año hubo 2 799 en 2430 partidos de Grandes Ligas, a 1,15 por
desafío. En la pasada 48 Serie Nacional hubo 579 estafas en 720
juegos, a 0,80 de promedio. Una deficiencia que podemos erradicar.