Tenía que ser pelotero, le venía en la sangre. El padre, Giraldo,
era un receptor que defendía los colores del municipio en las
provinciales; uno de los tíos, Domingo, también jugó béisbol de
manera organizada; su primo hermano, Ermidelio, integró el equipo
Cuba en varias oportunidades.
Osmany Urrutia Ramírez le dice adiós temprano al diamante, cuando
solo ha cumplido 33 años de edad. Pero deja detrás de si toda una
aureola de pelotero grande, con una marca mundial absoluta: es el
único que ha ganado cuatro títulos consecutivos de bateo promediando
por encima de los 400. Nada fácil, porque, como dijo una vez el gran
Ted Williams: "Cuando apareció la slider, se acabaron los bateadores
de 400".
Corpulento desde sus primeros años, siempre se le pidió que
bateara más jonrones. Eso no era lo suyo. Era lo que llaman un
"barredor de la zona", con el bate recto, terminando el swing con
las dos manos, buscando pegarle a la pelota para colocarla en tierra
de nadie. En eso fue todo un maestro y, por eso, bateó 300 o más en
doce de sus dieciséis temporadas.
Tiene historia que contar, no solo con lo hecho en Cuba. No me
olvido de su metrallazo al medio del terreno del Petco Park, de San
Diego, para impulsar una carrera muy importante en la semifinal
contra República Dominicana, buscando el pase a la final del Primer
Clásico Mundial. Ni tampoco del cuadrangular decisivo en el décimo
inning frente al equipo de Australia, en la Copa Mundial Taipei de
China´07.
La gloria no se le subió a la cabeza. Nunca escuchó palabras de
mercaderes, siempre apegado a su terruño, siempre orgulloso de ser
hijo de campesinos. Todos lo vamos a extrañar cuando hoy se retire
oficialmente en el estadio que lo vio empinarse en nuestras Series
Nacionales, el Julio Antonio Mella. Quizás un día me vuelva a
encontrar con el…para decirle que todavía no sé cómo llegar a
Macagua 8.