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Félix Pita, centenario en un corcel de fuego

PEDRO DE LA HOZ

Por ahí anda, galopando en su corcel de fuego, surrealista y apasionado con el espíritu juvenil. De haberle alcanzado la vida para ver la Feria del Libro, Félix Pita Rodríguez estuviera dando saltos entre las piedras de la Fortaleza de La Cabaña, ufano ante la multiplicación de lecturas y lectores, aunque, fiel a su costumbre, sin dejar de lanzar invectivas contra ciertos editores que no lo han hecho muy visible que digamos en el centenario de su nacimiento.

La Feria debió ser, y después de todo es, la de Félix. Porque para que la cultura se repartiera a manos llenas y fuera patrimonio de todos soñó y trabajó este bejucaleño —nació en el pueblo de las Charangas el 18 de febrero de 1909— quien, trashumante al fin, adquirió ciudadanía del mundo.

Muchas son las imágenes que nos llegan del escritor: el joven que se aventuró tempranamente por tierras del Caribe y el Istmo de Panamá, que viajó a París en plena marea del surrealismo —"en la habitación que compartía con Carlos Enríquez era posible que creciera un álamo en medio de la conversación y lo hubiéramos creído"—, y que sintió el apremio de la justicia ante la República española agredida, al lado de Nicolás Guillén, Juan Marinello y Alejo Carpentier.

También está el ya formado intelectual que en los años cuarenta, en su patria, se puso al servicio del periódico de los comunistas Noticias de Hoy, y probó fortuna en la radio con novelas de guajirerías y piratas y radioteatros.

De vuelta al camino, anduvo entre Buenos Aires y Caracas cuando "la república se volvió asqueante entre la politiquería y la tiranía". Con el triunfo de la Revoluciòn regresó y se entregó a ella. Compartió con Nicolás las jornadas de fundación de la UNEAC, donde ocupó una vicepresidencia en su primera etapa. Acompañó la épica de la resistencia contra los ataques del imperialismo con Las crónicas. Poesía bajo consigna.

No puede hablarse de jerarquía lírica en la Isla sin mencionar las fablaciones de Elogio de Marco Polo (1974) y Tarot de la poesía (1976), como tampoco la altura de la narración breve puede prescindir de Tobías (1955).

Desde los sesenta abrió su corazón a Vietnam. Se solidarizó con su lucha y amó a sus poetas. Tradujo al español el Diario de prisión, de Ho Chi Minh y uno de los poemas más entrañables dedicado al inolvidable líder, Su nombre puede ponerse en verso, se hizo popular en la voz de Pablo Milanés.

Félix Pita no se desdibuja. Entre nosotros siempre tendrá un nicho de ley y nuevas alas para emprender el vuelo.

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